Fotografía fuente Revista Yume:https://revistayume.com/
“Puede
que sólo puedas escribir una página por día, pero si lo haces todos los días,
te encuentras al final de un año con 365 páginas de un guion”.
Akira
Kurosawa
Akira
Kurosawa , quien muriera un día como hoy, pero hace ya 32 años; convirtió el arte de la imagen en motivo de su
vida. Comenzó su carrera con notables influencias de Hollywood, sobre todo de
aquel Hollywood de John Ford, cuando los western seducían al mundo. Sin
embargo, pocos años después dejó atrás la magia de sus maestros para crear la
suya propia. Fue a partir de los premios a “Rashomon” cuando en Occidente
descubrieron que en Japón se hacía un cine universal.
Y por él y
solo por él se abrieron las puertas para que otros realizadores de su
generación fueran reconocidos y admirados. La obra de Yasujiro Ozu, Kenji
Mizoguchi, Nagisa Oshima, Kon Ichikawa, Shoei Imamura y Masaki Kobayachi, entre
otros, mereció el respeto universal y trascendió en tiempo y espacio, gracias a
la impronta de Kurosawa.
Occidente
vislumbró en ellos, más que una voz propia, una escuela, una estética
cinematográfica creada a partir de un retrato a determinada identidad cultural
de hondas raíces milenarias que supo unir la tradición folclórica con las
perspectivas de modernidad.
El cine
oriental, a partir de Kurosawa y su generación, fue rompiendo el concepto de
“sociedad cerrada” con que se conocía a Japón.
Una mirada
no convencional a la carrera de Akira Kurosawa nos presenta a un director que
sufría sus películas, un artista que diseñó un lenguaje muy personal para
retratar la idiosincrasia de un país que, como Japón, conservaba una rica
tradición y una gran cultura.
Esto hizo
posible que el director no mostrara preferencia por género alguno y saltara,
entre drama, thriller y aventura, para trascender el trasfondo de sus
historias, con personajes caricaturescos, sacados de la propia idiosincrasia nacional,
aunque con perfiles similares a las obras literarias de donde provenían
originalmente. Pero también su naturaleza creativa partió de una mirada particular,
como apunta la profesora cubana Berta Carricarte en su libro “A la sombra del
elogio, creando, incluso, modos de abordar ciertos géneros, o de filmar ciertas
escenas, o darle una particular impronta al uso del sonido.”
Kurosawa
amaba el dibujo, y su práctica la llevó a algunos de sus filmes como
‘Escándalo’ y ‘Dreams’, entre otros. Aquella vocación solo sería para él otra
de sus tantas referencias culturales. Ya había comprendido que su trascendencia
en la cultura universal no llegaría con telas y pinceles, sino con una cámara,
con la cual podría reproducir con mayor fidelidad sus sueños, paisajes e
ideales.
Hizo cine
japonés, para los japoneses. Por eso triunfó con su obra en todos los
escenarios donde la exhibió. Esa peculiaridad de trascender al hombre y a la
mujer dentro de una sociedad cerrada que clamaba por una apertura a la
condición humana fue su sello de garantía.
Tampoco
hizo concesiones ni permitió que su pulso dejara de temblar ante la
insensibilidad. Él soñaba con el cine, se inhibía detrás de la cámara. Parecía
morir con cada película para volver a renacer en la siguiente. Fueron un total
de treinta obras que dejó como legado.
A veces se
equivocaba, otras no. En 1971, intentó el suicidio ante el sucesivo fracaso de
taquilla de algunas de sus películas más amadas, como Barbarroja (1965) y
Dodes´ ka-Den (1970). Supo reponerse y seguir adelante para retornar con nuevos
filmes ejemplares.
Akira
Kurosawa ha influido de alguna manera en la mayoría de los directores que más
nos gustan en la actualidad.
Se me
vienen a la cabeza Christopher Nolan o Wes Anderson, sin ir más
lejos.
Pero
también ha influido mucho en Sergio Leone, o en George Lucas, al que
le influyó mucho una película suya para la creación de la saga Stars Wars
Baldra Torres