miércoles, 31 de julio de 2013

Selección de "Cartas a una amiga desconocida" de Antoine de Saint-Exupéry:

Estas Cartas a una amiga inventada, ilustradas con dibujos del autor, recogen un aspecto inédito de «Saint­ Exupéry».


Dirigidas a Renée de Saussine, con la que le unía una vieja amistad, contienen multitud de facetas -filosóficas, humorísticas, sentimentales... - que completan y enriquecen la imagen del gran autor, al tiempo que forman un documento literario del mayor interés, de intenso contenido poético y gran fuerza expresiva.

Editions Gallimard y EditionsL'Atzar, 1982. Publicadas por José J. de Olañeta, Editor 1989

Ilustradas con dibujos del autor.




Rinette,

Soy realmente distraído, sin excusa posible, ya que llevo conmigo tu relato pero debo a mi olvido la fotografía de un lugar encantador, por esto no echo nada de menos.

Quise llamarte el domingo para presentarte, al fin, excusas, pero no estabas en casa y por Madame Saussine me enteré del luto que te aflige. Rinette , no puedo hacer otra cosa más que reiterarte mi vieja amistad y decirte cuán cerca de ti estoy en mi corazón.

Asistí ayer por la noche al triunfo del hermoso Eusebio. Explicaba ante una sala repleta de gente cómo se escalan montañas más puntiagudas que agujas de campanario. Hablaba negligentemente de su heroísmo y las viejas damas se estremecían. El relato era bastante bueno pero las descripciones, Rinette... Daba a las «cimas sublimes», al cielo, a la aurora, a las puestas de sol dulzuras de mermelada, de caramelo. Las agujas eran rosadas, los horizontes lechosos y las rocas doradas por los primeros rayos de sol. El paisaje parecía comestible. Al escucharle pensaba en la sobriedad de tu cuento. Tienes que trabajar, Rinette. Destacas muy bien el elemento particular de cada cosa, aquello que le da vida propia. Los objetos, en la narrativa de Eusebio, permanecen abstractos. Se trata de «la Cima, la Puesta de sol, la Aurora». Salen del almacén de accesorios. Cuanto más abundan en su descripción más impersonal resulta.

Es el método que es malo o, mejor, la visión, que está ausente. N0 se debe aprender a escribir, sino a ver. Escribir es una consecuencia. Él toma un objeto e intenta embellecerlo. Los epítetos son capas de pintura. No destaca lo esencial sino que añade elementos arbitrarios. A propósito de una aguja hablará de Dios, del color malva y de las águilas. Entonces uno se siente sucesivamente enaltecido, enternecido y aterrorizado. Es un truco. Hay que decirse: «¿Cómo voy a transmitir esta impresión?». Y las cosas nacen de la reacción que te provocan, son descritas en profundidad. Solamente así deja de ser un juego. Te hablo de Eusebio porque sus defectos ponen de relieve las cualidades que tienes y que debes cultivar. Parte siempre de una impresión. Es imposible que sea banal. Habrá una cohesión íntima en tu relato. No estará hecho de retazos. Ve cómo los monólogos más incoherentes de Dostoievsky dan la impresión de necesidad, de lógica, mantienen un ritmo. La conexión es interna. Y observa cómo los personajes de tantos otros, cuya psicología bien estructurada podría mostrarse coherente, permanecen arbitrarios en sus expresiones y en sus actos a pesar de una lógica externa. Se trata de construcciones ficticias, como las montañas de Eusebio. No se crea un ente vivo atribuyéndole cualidades y defectos y haciendo que de ello surja la novela, sino expresando las impresiones vividas. Una emoción aun sencilla, como la alegría, es demasiado compleja para ser inventada si uno no quiere contentarse con decir de su héroe que «estaba alegre», con lo cual no expresa nada, no es personal. Una alegría nunca se parece a otra. Y es justamente esta diferencia, esta vida propia de cada alegría lo que hay que expresar. Pero ahí se puede caer en la pedantería, querer explicar esta alegría. Hay que expresarla a través de sus consecuencias, de las reacciones del individuo. Entonces no es necesario decir «estaba alegre», esta alegría brotará de sí misma con su identidad propia, como una determinada alegría que experimentas y a la que no puede aplicarse con exactitud adjetivo alguno. Si opinas que la palabra alegría basta para expresar lo que siente tu héroe, es que es ficticio, es que no tienes nada que decir.

Me siento ridículo, voy a terminar. En la pequeña taberna desde la que te escribo un piano mecánico fabrica una musiquilla sentimental. La cajera bailotea de un lado para otro. El dueño, vacío de deseos, bosteza. El camarero revolotea a mi alrededor carraspeando porque soy su último cliente y tiene sueño, todo esto rezuma melancolía. Tengo la sensación de estorbar, me voy.

No te he agradecido, Rinette, el que tocaras para mí, el otro día, aquellas páginas de Bach. Soy muy torpe para dar las gracias, pero me proporcionaste un gran placer.

El camarero, Rinette, plantado ante mí, agita su servilleta como una escoba.

Adiós pues, Rinette.

Antoine

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(París)
Mi vieja Rinette,

Te traigo la novela de Madame de ... Te adjunto en esta carta todo lo que pienso de ella. Porque tiene cosas buenas hablo también de los defectos, ya que si no fuera así no me habría ocupado de ella. Además, estos reproches son completamente personales y es posible que muchas personas no compartan mi concepción de la literatura. Lo cual me es prodigiosamente indiferente.

Me siento incómodo porque me doy cuenta de que estuve un poco violento referente a Pirandello. Quizá muy desagradable. Y la palabra «metafísica de portera» se me atraganta. No fui muy amable. Pero la he aplicado tantas veces a Pirandello que me viene a los labios por costumbre. Enseguida tuve la sensación de haberla pifiado.

Pero es preciso que te explique mi pensamiento porque se trata de una cuestión importante y no tenemos derecho a eludirla. No puedo considerar las ideas como pelotas de tenis o como monedas de intercambios mundanos. No tengo ninguna cualidad mundana. No se juega a pensar. Si la conversación va a parar por casualidad a un tema que me apasiona me vuelvo intolerante y ridículo, y Eusebio dice, con razón, que no se puede discutir conmigo. Sí, siento infinitamente el haber dicho «metafísica de portera»; no, por el contrario, en absoluto, el haberme encolerizado.

Porque, ves, Rinette -y antes de entrar en la cuestión literaria-, no se puede comparar a un hombre como Ibsen con un tipo como Pirandello. Por una parte tenemos a un individuo cuyas preocupaciones son de lo más elevado. Ha tenido un rol social, un rol moral, una influencia. Ha escrito para hacer comprender a las gentes lo que ellas no querían entender. Se enfrentó a los problemas más íntimos y en particular y de una forma maravillosa, a mi entender, al problema de la mujer. En fin, Ibsen, lo haya conseguido o no, intentó darnos, no ya un nuevo juego de lotería, sino un alimento. Su obra se desarrolla en un plano humano. Uno se encuentra directamente implicado en su verdad o en sus errores, al menos si estima que su existencia interior es el lado importante de la vida.

Y por otra parte tenemos a Pirandello que es quizá un notable hombre de teatro -hablaremos de ello luego- pero que ha sido creado y puesto sobre la tierra para distraer a las gentes de mundo y permitirles jugar con la metafísica como jugaban ya con la política, las ideas generales y los dramas de adulterio.

No es mucho más idiota que el bridge. Pero no hay derecho a establecer un paralelismo con Ibsen. Ibsen no intentaba ni intrigar ni distraer. Intentaba dar a entender las cosas que él juzgaba verdaderas. Y en este caso el hombre supera su obra, sea ésta de la índole que sea.

Entiende bien que no se trataba de un reproche personal ni de sostener una opinión literaria -habría sido muy pedante por mi parte el mostrarme tan violento- pero es que se trata de una especie de cuestión moral.

En cuanto al valor de Pirandello, es justamente lo que le agradeces aquello que a mí más me hace desconfiar. Clasificaré mis argumentos.

1. La audacia de trasladar al escenario un problema de metafísica.- No es el primero en hacerla. Cierto número de idiotas como Lenormand ya lo hicieron antes.

2. La originalidad del tema.- Se trata de un lugar común de manual. Hasta la chiquilla de diecisiete años, alumna de filosofía, que digiere mal las clases y lo lía todo, va más lejos. Él parece como si experimentara un noble orgullo en negar el mundo exterior. (Solo que se olvidó de aprender en su manual el sentido de la palabra existencia).

3. El interés del tema.- Ninguno en la obra de Pirandello: o se reduce a un lugar común incluso no filosófico o no tiene sentido.

) Un lugar común: ya sabías, antes de oírselo a Pirandello, que somos diferentes para cada uno de nuestros amigos, porque ellos despiertan en nosotros afinidades diferentes, y que un individuo es para otro el conjunto de reacciones que despierta en él como, en el plano material, una mesa es la suma de reacciones visuales táctiles que despierta en ti. Es evidente que no tenemos conciencia del «ser en sí mismo», de la «mesa en sí misma». Ya sabías, sin que lo dijera Pirandello, que diez testigos tienen diez versiones de la misma escena. Ya no es un problema metafísico.

b) O bien el problema de Pirandello es realmente un problema metafísico, se refiere a la verdad «en sí» pero que, mal expuesto por él, no tiene ningún sentido:

Tomaré un problema análogo y más simple, el de la existencia del mundo exterior, por ejemplo de nuestra mesa.

¿Existe o no existe en sí misma? El proceso que hay que seguir se divide en dos partes.

a) Comprehensión exacta de lo que entiendes por «existir» o «no existir». Definición exacta del término «existencia».

Es evidente que, aunque llegues a la conclusión de la no- ser existencia del mundo exterior, no tendrás ninguna intención de afirmar que uno no pueda darse contra la mesa. Existencia tiene aquí un significado particular.

b) Resolución del problema.

La primera parte quizá sea la más delicada, requiere mucha práctica de la abstracción. Si se elude, nada de lo que se diga a continuación tendrá sentido. Y Pirandello la eludió en lo concerniente a la verdad. No podía hacerlo de otra forma. ¿Cómo puede llevarse a la escena algo tan abstracto, algo que dé tan poca imagen? El problema, en su obra, ni siquiera se ha planteado.

No puede tener sentido.
Pero más aún: aunque hubiera podido tratarlo, habría eludido voluntariamente su definición de la verdad.

En efecto, no puede pasarse del problema metafísico a la emoción dramática más que por una confusión de palabras, engañándose a uno mismo, trasponiendo al plano afectivo lo que no tiene nada que ver con el sentimiento. El alumno que se «emociona» al enterarse de que el mundo exterior quizá no exista, se engaña sobre el sentido de la palabra existencia. Tiene una vaga idea de que aprenderá a atravesar paredes o al menos algo parecido que no llega a precisarse. Cree que estos estudios tienen relación con situaciones prácticas, con su vida diaria.

Esto provoca una emoción trucada, un vértigo falso.

¿Ves dónde está el fallo?- Es elemental. Se aplica a la definición común de la palabra «verdad», de la palabra «existencia», un razonamiento que no puede ser aplicado más que a la definición abstracta en metafísica. No se trata en ningún caso de la misma cuestión. Y se tergiversan nociones que no deben ser tergiversadas porque son verdad en el plano que les corresponde, que es el de la experiencia sensorial.

Cuando dices: «la mesa existe», quieres decir: «he aprendido desde la infancia a experimentar en ciertas condiciones un determinado grupo de reacciones y a la causa la llamo mesa». Esto no es cierto ni falso: es un hecho. No puedes negar esta clase de existencia de la mesa.

En metafísica, por el contrario, definirías diferentemente esta existencia, pero, precisamente porque no se trata ya de la misma cosa, las consecuencias a las que llegarías razonando sobre la mesa (sentido metafísico) no son aplicables a la mesa (sentido común); el trucaje dramático consiste en considerarlas válidas escamoteando las definiciones. De esta forma socavas todas las nociones comunes que tiene el espectador y le haces experimentar un gran vértigo.

No es más que un truco. Ni siquiera es ingenioso, ya que cualquier alumno de filosofía o matemáticas ha caído cien veces en esta confusión. Pirandello hace una buena ensalada rusa con los diferentes sentidos de la palabra «verdad»; me niego a encontrar esto interesante. Y su especie de héroe que quiso fuera irónico, superior y escéptico es simplemente idiota. La primera cualidad de un hombre inteligente es la de saber comprender el lenguaje de los otros y de hablárselo. Pero como nadie puede saber lo que quiere decir exactamente en esta obra, resulta interminable.

4. Parecía que tú encontrabas acertado el que hubiera tenido la osadía de llevar a escena un problema metafísico en lugar de historias de mujerzuelas. Pues yo no lo creo así. Las mujerzuelas por lo menos tienen algo que ver con las gentes de mundo. Pero si las gentes mundanas quieren hacer metafísica que se compren libros y que trabajen. Pero no desean en absoluto el comprender la metafísica. Esto exige un esfuerzo y no compensa más que con un placer intelectual. Y les importa un bledo. Precisamente lo que quieren es no entender nada de nada, sentir cómo todas sus nociones se tergiversan. Entonces se dicen: «Qué curioso ... » y sienten un ligero escalofrío.

¿Comprendes ahora por qué encuentro importante el tema de Pirandello? ¿Por qué encuentro que se trata de algo más de la simple crítica de una obra teatral? Es una especie de problema moral.

Por estas mismas razones las gentes de mundo se apoderaron hace años del pobre Einstein. Querían llegar a no comprender nada de nada, a experimentar una gran turbación, a sentir «el ala de lo desconocido». Einstein era para ellos una especie de «fakir». Y los datos puramente matemáticos, que, verdaderos o falsos, no tienen sentido en ningún caso más que sobre el plano matemático, fueron traspuestos por otros Pirandellos al plano de los conocimientos comunes a través de una confusión voluntaria. Y los mundanos no veían otra cosa. Como si Einstein fuera a enseñarles un camino más corto que la línea recta para ir de la Concorde a la Bastille, un truco para atravesar paredes o para retroceder en el tiempo.

Esto me trae a la memoria un hermoso viaje: la esposa de un comandante, ayudante de campo de antes de la guerra, era una tendera tímida que zurcía medias en un rincón del compartimento repartiendo «Muchos saludos a su señora ... » mientras la despampanante esposa de un teniente estaba hablando con ella con mucha deferencia: le explicaba a Einstein.

Era admirable.

Rinette, sabes, no puede uno educar la fineza de su pensamiento si no es por medio de la disciplina constante y el pensamiento es lo más precioso que tenemos, lo que deberíamos tener de más precioso. Pero ya constatarás que las personas, si bien quieren aumentar su memoria, sus conocimientos, sus habilidades verbales, casi nunca buscan el cultivar su inteligencia. Buscan el razonamiento justo pero no el pensamiento justo. Se confunden.

Es por ello por lo que es necesario aceptar a Ibsen, que es en definitiva un esfuerzo hacia la comprehensión humana, y rechazar a Pirandello y rechazar todos los vértigos falsos: es difícil. Lo que está oscuro es más tentador que lo que está claro. Ante dos explicaciones de un fenómeno las gentes se inclinan por instinto hacia lo oculto. Porque lo otro, lo verdadero, es sencillo y gris y no hace ponerse a los pelos de punta. Lo paradójico es más tentador que una explicación verdadera y la gente lo prefiere. Lo que yo digo aquí es muy en general. Muchos errores de juicio vienen determinados por esta necesidad. La necesidad de acaparar las ideas no para comprenderlas, sino para emocionarse con ellas.

Se puede llegar muy lejos. Puede casi afirmarse que lo que sorprende, lo que seduce tiene muchas probabilidades de ser falso. La primera cualidad para comprender es la capacidad de sentir un cierto desinterés, un cierto olvido de uno mismo. Las gentes de mundo utilizan la ciencia, el arte, la filosofía de la misma forma que utilizan las zorras. Pirandello es una especie de zorra...

Mi vieja Rinette, perdóname esta carta. No me lo tomes en cuenta. Perdóname también el haber hablado de «metafísica de portera». Es que no creo que estos temas puedan convertirse en un juego mundano. Encuentro que son muy importantes. No tiene ninguna clase de interés el querer seducir mediante bellas frases contradictorias seguidas de concesiones corteses. Las gentes mundanas dicen: «Hemos removido las ideas», me dan asco.

Me gustan las personas a las que la necesidad de alimentarse, de alimentar a sus hijos y de llegar a fin de mes ha relacionado muy de cerca con la vida. Saben mucho. Ayer me codeé en el autobús con una mujer sin sombrero rodeada de cinco chiquillos. Les estaba enseñando muchas cosas, y a mí también. La gente de mundo nunca me ha enseñado nada.

Ayer por la noche hablé con una prostituta. Me decía: «Trabajo como maniquí en chez Drecoll. Gano seiscientos francos al mes. Me acaba de abandonar mi marido y tengo un niño pequeño. Para poder trabajar he tenido que dejar a mi hijito con una nodriza. No me quedan más que trescientos. ¿Qué otra cosa puedo hacer? No hay una sola mujer en París que gane ni mil francos al mes. Me dedico a la vida. Lo intento. Me acuesto a las cinco de la mañana y duermo tres horas causa de mi trabajo como maniquí. Pero no tengo mucho arte. Soy tímida v las compañeras se ríen de..mí. Ahora. tengo bronquitis y una lesión en el pulmón izquierdo. No podré aguantar mucho tiempo. Por entonces tendré que entrar en una «casa» porque no sé hacerme la buscona y ya no puedo más. Allí se me escogerá cuando les venga en gana. ¿Y qué otra cosa puedo hacer? Viviré, y mi hijo también. Ya es algo».

En efecto, ya es «algo», y ¿qué podía responder yo?

Y es una historia banal para las personas que de estas historias no sacan más de lo que sacan de las comedias de mujerzuelas en el Music-Hall: una emoción, una piedad falsa. Muy al estilo de 1880, muy melodramático. Las desgracias sirven a sus emociones de la misma forma que la metafísica del señor Pirandello. Y aquélla ni siquiera está ya de moda.

Esto me trae a la memoria una conversación transcrita por Léon Werth: «Pero, ¿por qué, querido señor, si decís que amáis a los hombres les quitáis a Dios, consuelo supremo?

-Para que busquen otros consuelos, señora y os partan la cara».

Me parece muy bien.

Mi querida Rinette, no estés muy enfadada conmigo. Es verdad que no soy tolerante, como dice Eusebio, pero no es ni por vanidad ni por orgullo, es porque precisamente esta tolerancia me disgusta. Hay que amar a las cosas y a las ideas por sí mismas y no por juego.

Soy una especie de oso antipático y esto me pone melancólico. Incluso muy melancólico y por muchas razones.

Hasta otro rato, Rinette. Confía en una amistad que es una gran parte de mí mismo.


Antoine

Acabo de llamarte por teléfono. Mañana te traeré la novela. El tema de Pirandello me pesa y te daré también esta carta¹.

¹Carta sin fecha. Probablemente de la primavera de 1925.



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