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miércoles, 1 de junio de 2016

La (necesaria) tristeza eterna para el mito

«Es triste, pero parece que siempre nos atraen más los personajes desdichados que los felices». Con estas palabras, Marta Rivera de la Cruz, autora de 'Tristezas de amor', pretende explicar cómo Marilyn Monroe, 50 años después de su desaparición, está más viva que nunca. Su cabellera rubia, su vaporoso vestido blanco o, incluso, aquel lunar que Andy Warhol supo plasmar con singular acierto en sus composiciones artísticas, se han convertido en los signos distintivos de uno de los iconos culturales más importantes de todos los tiempos.


Actrices, cantantes, modelos y un sinfín de celebridades más han querido en algún momento ponerse en la piel de Norma Jean Baker. Y es que, si Madonna se inspiró en el número musical de 'Diamonds Are a Girl's Best Friend' para su videoclip 'Material Girl', Scarlet Johansson, Angelina Jolie, Lindsay Lohan, Britney Spears, Rihanna, Nicole Kidman, Christina Aguilera, Charlize Theron, Gwen Stefani, Kate Moss, Jessica Simpson, Paris Hilton, Naomi Watts, Lisa Marie Presley o Kylie Minoge son otras de las divas —y hay muchas más— que han reencarnado a la protagonista de 'Los caballeros las prefieren rubias'.
Una de las últimas en unirse a esta larga lista ha sido Michelle Williams, que ha dado vida a la actriz en 'Mi semana con Marilyn' y fue nominada al Oscar por su interpretación. La propia Williams desveló que, en su adolescencia, un póster de Marilyn adornaba una de las paredes de su habitación. Y es que estamos ante un símbolo que no conoce de épocas ni de fronteras. Marilyn sigue siendo hoy todo un icono, incluso en el mundo de la publicidad. Tal y como expone Vicent Garel, responsable de la reciente campaña de Dior en la que Charlize Theron aparece acompañada de grandes musas del cine como la propia Marilyn, es precisamente esta «universalidad» la que hace a la desaparecida actriz idónea para promocionar la prestigiosa marca: «Estamos ante un potente icono porque, en un mundo cada vez más fragmentado, ella es una figura reconocible. Se identifica en países y culturas que son muy diferentes y con historias muy distintas. Su imagen es uno los pocos símbolos culturales que puede compartir todo el planeta». 
Belén López Vázquez, autora de 'Publicidad emocional', explica cómo Marilyn y otros famosos comoJames Dean o Elvis Presley salieron del anonimato y, gracias a los medios de comunicación, pasaron a la Historia: «Al tratarse de un personaje tan famoso, es capaz de generar una enorme confianza. Es un gancho para el consumidor por la cercanía que transmite». Pero Marilyn es algo más que una cara bonita, y es ese algo lo que la hace tan especial: «Ella es capaz de despertar sentimientos y por eso su imagen vale más que mil palabras, porque son las imágenes emotivas las que mejor se registran en el cerebro y las que mejor se recuerdan», añade.
Ese mismo recuerdo es el que mantiene a Marilyn eternamente joven. «Pase lo que pase, siempre seguirá siendo sexy», asegura Mencía de Garcillán, autora de 'Marketing y Cosmética' y directora del Departamento de Marketing de Laboratorios Esseka. «Por muchos años que pasen, un personaje de tanta belleza y sensualidad siempre será una gran prescriptora». Además, tal y como explica esta profesora de la Universidad Complutense, otro de los valores con tendencia al alza que posee Marilyn es «la nostalgia», que permite que las marcas se vuelvan «atemporales, siempre reconocibles y con valores que superen los cambios de moda».
Pero, ¿qué habría pasado si Marilyn no hubiera muerto tan joven? José Cabrera, escritor y médico forense autor de 'CSI: Marilyn', tiene muy clara su postura: «Si hoy tuviera los 86 años que debería, retirada en alguna mansión de Los Ángeles, no sería lo mismo. La muerte súbita, abrupta y misteriosa en un momento crucial de su vida personal la hizo eterna. Este halo de misterio romántico es el que la ha hecho inmortal». Algo parecido piensa Marta Rivera de la Cruz, convencida de que, en torno a esta actriz, siempre hubo ciertas dosis de «malditismo» que contribuyeron a que su figura nunca cayera en el olvido. «Cualquier artista que muere joven se convierte en una pieza de leyenda. En el caso de Marilyn, a la hora de convertirse en un mito, además de su físico explosivo y rotundo, también contribuyó el hecho de que ella sentía que estaba predestinada a la desgracia», afirma. Y, probablemente, ella no imaginó que, décadas después, seguiría siendo tan recordada. «Por su extracción humilde, por su vida de niña y de adolescente y por todo lo que se fatigó, dudo que ella pensase que se iba a convertir en un mito», asegura Ignacio Carrión, autor de 'Buscando a Marilyn'.
Esta conversión de mujer a icono eterno es la responsable de que podamos encontrarnos con Marilyn al doblar cualquier esquina: «Estamos ante un mito absolutamente trágico: nos purgamos de nuestros terrores a través de la emoción y ante el espanto de la vida de esa pobre actriz. El paso de mujer a símbolo es como un ritual de sacrificio humano, ya que nuestra necesidad de mitos trágicos para explicarnos nuestra vida o purgar nuestro miedo crea esos mitos y luego los destroza», afirma Rafael Reig, autor de una de sus autbiografías.
¿Conocerá el mundo algún día otra Marilyn que deje una huella imborrable? Rivera de la Cruz tiene sus dudas: «No creo que ningún famoso contemporáneo tenga algún día la misma relevancia. La televisión ha desmitificado a las novias del cine. Antes, los actores eran seres maravillosos e inalcanzables. Hoy entran en nuestros salones, y eso les quita ese aura. ¿Cuándo podríamos haber visto a Marilyn con una coleta, un pantalón corto o unas zapatillas de deporte?». José Cabrera afirma lo mismo con rotundidad: «No creo que nadie arrastre hoy en este mundo mediocre la fuerza que Marilyn tenía, ni dejar esa huella mágica que dejó».
¿Desaparecerá el espíritu de Norma Jean algún día de nuestra memoria? Para Reig, «nada está a salvo del olvido. Cuando les dejemos en paz, Marilyn y Shakespeare, por fin olvidados y a salvo, se tomarán juntos una botella de champán, seguro. Y quizá la compartan con el Che Guevara».
por VICTORIA GALLARDO


martes, 8 de diciembre de 2015

Treinta y cinco años sin John Lennon


Una mirada sobre el músico, el legado, el mito y el militante por el pacifismo que se trasformó en una de las figuras icónicas de la cultura del Siglo XX.


Hace 35 años, el 8 de diciembre 1980, luego de su regreso a la música con el álbum “Double Fantasy”, John Lennon fue asesinado cerca de su vivienda en Nueva York, tras recibir cinco disparos por parte de Mark David Chapman, un fan desquiciado que quería pasar a la historia por ese crimen.
Como tantos otros ídolos de masas del Siglo XX, John tuvo una familia disfuncional y una niñez a los tumbos. Además, su propio nacimiento, ocurrido el 9 de octubre de 1940 fruto de la relación entre Julia y Alfred Lennon, se produjo en medio de un bombardeo de las fuerzas nazis sobre Liverpool.

La ruptura matrimonial de su padres, entre otros entretelones familiares, hicieron que pase el resto de su infancia y adolescencia con sus tíos Mimi y George Smith. En esos días ya empezó a aflorar, en similares cantidades, el espíritu rebelde y creativo del joven John, que además era un estudiante disperso y poco pendiente de lo acontecía en clase.
La historia del Siglo XX comenzó a cambiar cuando John conoció a Paul McCartney el 6 de julio de 1957, durante el segundo concierto de The Quarrymen (el grupo de Lennon), en una fiesta celebrada en el jardín de la iglesia St. Peter en Woolton; poco después McCartney se unió al grupo.

En ese día comenzó a escribirse la prehistoria de Los Beatles y también nació la dupla creativa más prolífica de la historia del rock. Ese dueto compositivo tuvo también una tenaz competencia interna que afloró en un tendal de geniales compasiones de uno y otro.
John tomo el rol del rebelde en esta dupla y también en el grupo, sin que esto sea una pose de estrella de rock y sin caer en los clichés. Esta actitud políticamente incorrecta la mantuvo hasta el fin de sus días y hasta hizo escuela en este menester.
En paralelo de esa imagen, John fue un brillante compositor, un destacado intérprete y también un guitarrista rítmico nada despreciable y esa virtud se destacó aún más durante la Beatlemanía cuando el grupo tuvo un sonido más minimalista que en épocas posteriores.
John y Los Beatles pusieron el mundo para para arriba y ese cambio fue mucho más que una cuestión estética. La irrupción de los Fab Four creó una nueva forma de ser joven en todo el mundo y también un cambio rotundo al modelo cultural con el que se habían criado los padres de los jóvenes de aquella época.
En gran parte John fue el estandarte de esa generación, junto con Bob Dylan, que ya se había desencantado del optimismo de los ’50 y de que el bloque capitalista se haya alzado a la conquista de la industria cultural en todo el mundo.

John también se transformó en un ícono pop y su imagen se replicó en un tendal de objetos y hasta sus anteojos redondos comenzaron a ser solicitados por millones de cortos de vista que querían lucir, en algo, como su ídolo.
Además, sus frases también se estamparon en remeras, pósters y en hasta tatuajes, como llevarlo en la piel. También se transformó en bandera en pos de causas nobles, como su militancia pacifista en un mundo invadido por los conflictos bélicos.
Los Beatles comenzaron con disputas internas que no pudieron frenar, aunque estas rencillas no tuvieron injerencia en la creatividad del grupo. Esas internas llevaron a inevitable disolución de la banda y John supo sobrevivir a esa diáspora.

Los ’70 de John fueron menos agitados en su vida que la década anterior y se refugió en Nueva York con Yoko Ono. Tuvo mayor actividad en los primeros años post Beatles y de ese período pertenece “Imagine”, su obra cumbre como solista.
Mientras Paul no paraba de hacer girar con los Wings, John optaba por una vida más sedentaria y sin ninguna prisa para volver a estar en el centro de la escena. Esta postura también involucró algunos retiros del mundo de la música y prolongados silencios discográficos.
Precisamente cuando volvía al ruedo, y después de hacer las paces con sus hijos y sus ex compañeros Paul, George y Ringo, un desquiciado fan le arrebató la vida a los 40 años y engrandeció, aún más, el mito de una de las figuras icónicas de la cultura del siglo pasado y que seguirá siendo un referente para las nuevas generaciones.

miércoles, 3 de junio de 2015

La tumba secreta de Hernán Cortés


Durante 123 años el paradero del los restos del conquistador español fue un misterio, hoy languidecen en el olvido en México



El mayor enigma de Hernán Cortés fue su tumba. Entre el siglo XIX y el XX, se dio por desaparecida y alimentó uno de los grandes misterios históricos de América. Hubo quien pensó que había sido saqueada, otros especularon con el extravío, y algunos convirtieron el caso en una metáfora del destino de España en México. La verdad no andaba ni lejos ni cerca. Pero aún hoy, cuando la tumba del conquistador languidece en el olvido, mantiene su capacidad de sorpresa.

En 1823, tras la Guerra de Independencia y ante la furia antiespañola que barría México, el ministro mexicano Lucas Alamán, como detalla el historiador Salvador Rueda, urdió una plan para evitar que cayera en manos de profanadores y fuera destruida. Al tiempo que hacía creer que los despojos habían sido enviados a Italia, los ocultó primero bajo una tarima del Hospital de Jesús, el lugar donde la leyenda considera queCortés y Moctezuma se vieron por primera vez, y 13 años después, tras un muro en la contigua Iglesia de la Purísima Concepción y Jesús Nazareno.
La ubicación del nicho quedó silenciada y durante años permaneció en secreto hasta que en 1843, el propio Alamán, para evitar que su paradero cayera en el olvido, depositó en la embajada de España un acta del enterramiento clandestino. El documento, lejos de ver la luz, recibió tratamiento de secreto. Dio igual que el embajador fuese conservador, liberal o republicano: de un siglo a otro, el papel nunca salió de la caja fuerte diplomática. Hernán Cortés, el hombre que encarna como pocos el esplendor y la barbarie de la Conquista, hacía mucho que había dejado de ser realidad y se había convertido en un tabú en México. Y la buena relación con el país norteamericano pasaba por su olvido. Incluido el de su tumba.
Así fue hasta que en 1946, un alto cargo del Gobierno republicano en el exilio, de quien dependía la embajada, filtró una copia del documento. El 28 de noviembre de aquel año las reliquias fueron plenamente identificadas.
El hallazgo, tras 123 años de misterio, desató antiguos demonios. Hubo quien pidió que los restos fueran arrojados al mar. Otros llegaron más lejos. Ante estos ataques, salió a la palestra el presidente del PSOE y exministro republicano Indalecio Prieto, exiliado en México y conocedor por su cargo del enigma. En un conmovedor artículo publicado en la prensa de la época, reveló la centenaria historia secreta y pidió la reconciliación. “México es el único país de América donde no ha muerto el rencor originado por la conquista y la dominación. Matémoslo, sepultémoslo ahora aprovechando esta magnífica coyuntura”
Sus palabras no tuvieron eco. México prefirió devolver los restos al lugar al que los había arrojado la historia. En 1947 fueron recolocados en un muro de la Iglesia de Jesús Nazareno. A la izquierda del altar. Allí siguen.
- ¿Viene alguien a visitarla?
- No viene nadie. Aquí no hay permiso para sacar fotos ni hacer turismo. Eso nos lo tienen prohibido.
La secretaria de la iglesia ha respondido sin levantarse de la silla. Está apostada a la entrada y mira con displicencia al recién llegado. El templo, enclavado en una concurrida avenida del centro histórico, parece medio abandonado. A un lado se acumulan muebles antiguos; a otro, andamios y sacos. La tumba no se aprecia a simple vista ni está indicada por ningún letrero. Hay que llegar al fondo y mirar a la izquierda del altar. A tres metros del suelo, se encuentra la placa que señala el lugar donde descansa el conquistador. Es de metal anaranjado. Sólo dice: Hernán Cortés 1485 - 1547.



jueves, 12 de marzo de 2015

Charlie Parker, 60 años sin La Verdad


Un infarto se llevó por delante, el 12 de marzo de 1955, a «Bird», el hombre que dio alas a la música del siglo XX


El 12 de marzo de 1955 emprendió su último vuelo el músico más importante del siglo XX, el gran libertador de la música, cuya influencia es tan prodigiosamente inabarcable e inmesurable que afecta a todos los estilos y géneros contemporáneos. Cocreador del be-bop junto a Dizzy Gillespie en los años 40, Charlie Parkerrompió con su saxo alto los muros estilísticos del jazz y abrió ante él un universo de posibilidades ilimitadas que, siete décadas después, nadie ha sabido explorar y aprovechar con tanto ingenio y elegancia como él.
Tras destacar en su Kansas City natal llegó a Nueva York en 1939, donde pasó todo un año lavando platos mientras escuchaba tocar a Art Tatum, hasta que llegó su oportunidad y comenzó la revolución. El desafío que lanzó a los puristas del género, que le consideraban un hipster que tocaba «algo que no es jazz», fue tan impactante que aun hoy permanece un virulento enfrentamiento post-mortem entre los aficionados.

Sin embargo, cada vez son menos los que consideran su lenguaje como algo herético y casi todos los amantes del jazz se quitan el sombrero con sólo escuchar su nombre. Sus fans más ortodoxos, los que le apodaron«Bird» y se autoproclamaron «ornitólogos» con gran sentido del humor, fundaron una escuela cuya máxima no ha cambiado en todo este tiempo: «¿Qué es La Verdad? La Verdad es un solo de Charlie Parker».
El contraste de luces y sombras evidenciado en su biografía, extremadamente descarnado y quizá sólo equiparable al de Billie Holiday (hablando siempre de los más grandes, claro), mostraba a un genio con un talento cuasidivino atenazado por la más humana de las debilidades, la adicción a las drogas. Aquello confundió a muchos de sus acólitos, que se lanzaron a la heroína cual Orfeo en busca de las Musas. Y es que «sexo, drogas y jazz» ya eran una trinidad treinta años antes del nacimiento del eslógan rocanrolero, reflejada en la película de Otto Preminger «El hombre del brazo de oro», protagonizada por un jazz-man blanco -Frank Sinatra- tal como podía esperarse de la época, y estrenada el mismo año de la muerte de Parker

La consecuente decrepitud física y mental de Parker le terminó llevando a la ruina, y poco después de ver morir a su hija por no tener dinero para el tratamiento de su neumonía, intentó suicidarse dos veces en menos de un año. Sólo unos meses después era su propio cuerpo el que le decía basta, rindiéndose ante un infarto con sólo 34 años de edad.

NACHO SERRANO / MADRID







lunes, 15 de septiembre de 2014

El Ártico escondía una leyenda


El hallazgo de uno de los barcos de la expedición de John Franklin promete ofrecer nuevas pistas



Un sónar captura uno de los barcos perdidos de la expedición de John Franklin. /HANDOUT (AFP)


La noticia no ha podido dejar frío a nadie: un equipo canadiense ha hallado esta semana uno de los dos barcos de la expedición del explorador británico sir John Franklin, desaparecida en 1845 en el Ártico. Es un hallazgo sensacional. La búsqueda de esa expedición, que parecía haberse esfumado, ha obsesionado al mundo desde que se perdió. Innumerables misiones fueron enviadas tras su estela, provocando, en una nefasta cadena, nuevas desapariciones.
No hay historia polar más tétrica y funesta ni más legendaria ni más comentada (hasta inspiró a Julio Verne) que la de la expedición de Franklin, desvanecida en el entonces ignoto norte de Canadá, en parajes donde la temperatura desciende a 50º bajo cero y hay que cortar la mantequilla con hacha —si tienes mantequilla—, cuando trataba de atravesar el último tramo del codiciado paso del Noroeste, el atajo entre el Atlántico y el Pacífico.
Aquella malhadada aventura, arquetipo de tragedia helada, reúne todos los ingredientes para hacerla insuperable en lo pavoroso. No es solo que murieran, después de pasarlo francamente mal, en la clásica mezcla de congelaciones, hambre y enfermedades, notablemente escorbuto, los 129 integrantes de la expedición (un balance que convierte cuantitativamente el desastre de Scott en el Polo Sur, con sus cinco muertos, en una insignificancia), incluido su líder, el capitán sir John Franklin, que había combatido en Trafalgar y sido gobernador de Tasmania. Además, varios de sus miembros practicaron el canibalismo y el grupo dejó lóbregos testimonios esparcidos por las heladas extensiones como un macabro e involuntario juego de pistas para la posteridad. Cosas como un bote con dos esqueletos —una estampa digna de Piratas del Caribe en versión ártica—, pilas de huesos con evidencias de descarnamiento (gastronómico), o un cementerio en el que se ha desenterrado a tres de los exploradores sepultados por sus compañeros y preservados increíblemente por el frío permafrost en sus ataúdes como bellas (?) durmientes zombis.
Un grabado del explorador británico Franklin. / HULTON ARCHIVE (GETTY)
Pocas cosas ha arrojado la arqueología en su versión forense tan tremendas como los cuerpos de esos tipos. El suboficial John Torrington, que era un mozo guapo en vida, veinteañero, y al que se le ataron las manos al cuerpo, quedó con un rictus espantoso en el que parece que puedas escuchar aún cómo le castañetean los dientes. Su colega de eternidad congelada, William Braine, presenta incluso peor aspecto: el ataúd era pequeño y le aplastaba la nariz, que le quedó como de cerdo. El tercero, John Hartnell, parece reírse de todo, pero no es una risa contagiosa.
El análisis de los restos en 1984 planteó un nuevo enigma: los cuerpos presentaban una elevadísima cantidad de plomo, compatible con un envenenamiento por ese elemento. Inicialmente se pensó que era a causa de las latas que consumían masivamente —una dieta poco equilibrada (y luego menos)—. Parece ahora que lo pudo producir las cañerías de los barcos.
Durante años, se ha tratado de esclarecer lo que le pasó a la expedición. En lo básico está muy claro: palmaron todos (se les dio por muertos oficialmente en 1854). Pero carecemos de muchos de los detalles —previsiblemente morbosos— y a lo largo de 150 años se ha tratado esforzadamente de dar con ellos. En Gran Bretaña se convirtió en un asunto nacional, y romántico: la esposa de Franklin, lady Jane, la Penélope del Ártico, se negó a dar a su marido por muerto y patrocinó personalmente hasta siete expediciones para encontrarlo. En una de ellas se llegó a soltar zorros que portaban collares con mensajes para conseguir socorro.  Uno de esos collares puede verse (¡y es muy emocionante!) junto a otras reliquias de la expedición en el Instituto Polar Scott de Cambridge.
La historia de la exploración avanzó notablemente con la búsqueda. Alguien dijo, con cierta sorna, que los resultados geográficos y científicos de la búsqueda han sido superiores a los que hubiera traído la expedición.
Sir John Franklin es más conocido por su dramático fracaso y su desaparición que por cualquier otra circunstancia de su carrera. Nacido en 1786, no vio el mar hasta los 12 años pero entonces fue un flechazo: dos años después se alistó en la Royal Navy a bordo del HMS Polyphemus, un barco que recordarán los que hayan leído a Patrick O'Brian. Vio acción en la batalla de Copenhague y sirvió también en Trafalgar. El Almirantazgo luego lo seleccionó para la búsqueda del pasaje del noroeste y ya su primera expedición estuvo a punto de acabar en desastre -casi mueren todos de hambre y un explorador canadiense del grupo, en aperitivo de lo que vendría,  se comió a un tripulante inglés (y fue ejecutado por ello)-. Lastraba a Franklin  su apego  a las viejas tradiciones de la marina como no permitir que los oficiales cargaran grande pesos o que la misión debía realizarse a toda costa fueran cuales fueran los riesgos. Su segunda expedición ártica fue mejor y a la vuelta le concedieron el título de sir. 
El infausto destino de Franklin ha sido una bendición para las artes. Pinturas, libros, obras de teatro y hasta canciones -desde las baladas hasta el Frozen man de James Taylor ("I said angel of mercy I'm alive or am I dead?"), inspirada en la visión de fotos de John Torrington- han recordado su última expedición. En sus aventuras, el capitán Hatteras de Verne sigue los pasos de Franklin. Wilkie Collins y Dickens pergeñaron una obra de teatro alegórica sobre el asunto, The frozen deep, que negaba las informaciones sobre el canibalismo de los británicos y lo achacaba a los esquimales. Más tarde, en 1983, Sten Nadolny hizo a Franklin el protagonista de su novela Elogio de la lentitud (Edhasa) y en 2007, Dan Simmons recreó la expedición en clave fantástica -una criatura misteriosa  ataca a los marinos-, con pasajes tremendos,  en El terror (Roca Editorial).
Franklin y parte de la tripulación en una pintura de W. Turner Smith.
El hallazgo de uno de los barcos de la Expedición Franklin, no se sabe aún si el Erebus o el Terror (dos nombres animosos para un viaje difícil —Erebus es el nombre de una región del Hades, el infierno clásico—, aunque no peores que el del ballenero ártico de Kane, el Vana esperanza—), es un hito de la arqueología marina y de la historia de la exploración. Más allá de las claves que pueda contener sobre la infortunada expedición (por ejemplo, nueva información sobre el origen del envenenamiento por plomo), hay que recordar que ambas embarcaciones son per se piezas históricas tan notables como el Fram,el barco de Nansen, que se conserva en su museo en Oslo, elEndurance de Shackleton, atrapado por el hielo y engullido en el congelado Mar de Weddell en 1915, o el Terra Nova de Scott, que después de la muerte del capitán en el Polo Sur funcionó como pesquero y, tras averiarse, fue hundido por la guardia costera de EE UU en 1943 en la costa de Groenlandia (donde, precisamente, fue localizado en 2012).
El barco de Franklin hallado ahora se encuentra bajo el agua en el golfo de la Reina Maud al oeste de la isla O‘Reilly, y las imágenes de radar lo muestran posado en el fondo relativamente bien conservado. Su hermano no debería estar muy lejos. Hace tiempo que se efectúan búsquedas en la zona y ya habían aparecido pistas.
El HMS Terror y el HMS Erebus, barcos de la armada británica, eran fiables veteranos de la exploración. Botados en 1813 y 1826 respectivamente, habían servido a James Clark Ross en su expedición a la Antártida en 1840. El monte Erebus del continente polar fue nombrado así por uno de los barcos y el volcán monte Terror por el otro. El Terror había tenido una previa carrera bélica, durante la guerra de 1812 contra EE UU. Los dos barcos iban equipados con motores de locomotoras adaptados para impulsar las hélices, además de llevar la quilla reforzada con planchas de hierro. Contaban con un sistema de calefacción, provisiones para siete años y copiosas bibliotecas, incluidas mil ediciones encuadernadas de la revista Punch. La última vez que los barcos fueron vistos por europeos (hasta ahora) fue en julio de 1845 cuando, de camino a su perdición, se cruzaron con un ballenero en la bahía de Baffin.
Mediante los indicios hallados durante 150 años de rastreos, incluidas varias notas, restos humanos y materiales (entre ellos cubiertos de plata, que no proliferan en el Ártico), y los testimonios recogidos de los nativos inuit -que reaprovecharon algunos objetos de los marinos-, se ha podido reconstruir en parte lo que aconteció. La expedición invernó en la isla Beechley, donde los tres miembros que hemos visto murieron y fueron enterrados (se los halló en 1851 -las autopsias se hicieron mucho después-). En septiembre de 1846, los barcos quedaron atrapados por el hielo junto a la isla del Rey Guillermo, y ya no volvieron a navegar. Franklin (según una nota hallada en 1859 en un pote junto a un cairn, un túmulo de piedras), murió el 11 de junio de 1847. También murieron otros cuarenta. Finalmente, el resto de la tripulación trató de llegar a pie hasta el Canadá continental, avanzando hacia el sur,  y fueron falleciendo por el camino. Algunos se comieron a otros.
Por los hallazgos arqueológicos está claro que la expedición no contaba con medios adecuados ni preparación para viajar a pie. No se ganaron la ayuda de las tribus de la región, que podrían haberlos salvado.
De los barcos no se supo nada. Se creyó en 1851 que habían sido avistados los dos flotando a la deriva en un bloque de hielo cerca de Terranova, pero ahora está claro que se trataba de otras embarcaciones. Por lo visto no se movieron mucho y ahora aguardan —al menos uno— allá abajo con toda su carga de emoción intacta, y acaso secretos que hagan honor a sus escalofriantes nombres y a su historia. 

jueves, 27 de febrero de 2014

La Leyenda de las Cataratas del Iguazú

Cuenta la leyenda que hace muchos años, habitaba el río Iguazú, una enorme y 
monstruosa serpiente cuyo nombre era Boi. 



Los indígenas guaraníes debían una por año sacrificar una bella doncella y entregársela a Boi, arrojándola al río. 
Para esta ceremonia se invitaba a todas las tribus guaraníes, aún a las que vivían 
mas alejadas. Fue así que un año llego al frente de su tribu, un joven cacique cuyo 
nombre era Tarobá; el cual al conocer a la bella doncella india, que ese año 
estaba consagrada al sacrificio y cuyo nombre era Naipi, se reveló contra los 
ancianos de la tribu y en vano intentó convencerlos que no sacrificaran a Naipi.



Para salvarla sólo pensó en raptarla y la noche anterior al sacrificio cargo a Ñaipi 
en su canoa e intentó escapar por el río. Pero Boi que se había enterado de esto, se puso 
furiosa y su furia fue tal que encorvando su lomo partió el curso del río formando las 
cataratas, atrapó a Taroba y a Naipi; aquel lo transformo en los árboles que hoy 
podemos ver en la parte superior de las cataratas ya la cabellera de la bella Naipi 
en la caída de las mismas. Luego se sumergió en la Garganta del Diablo, y desde ahí 
vigila que los amantes no vuelvan a unirse, pero, sin embargo, en días de pleno sol, 
el arco iris supera el poder de Boi y los une. 



32 AÑOS SIN AKIRA KUROSAWA

                                      Fotografía fuente Revista Yume: https://revistayume.com/ “Puede que sólo puedas escribir una página po...