lunes, 31 de marzo de 2014

La otra memoria del Nobel

La vida de la viuda de Octavio Paz, que habría cumplido 100 años el 31 de marzo, sigue girando en torno al escritor. Quiere ser digna de su memoria



Mientras Octavio Paz (1914-1998) y Marie José Tramini se casaban en el jardín de la embajada mexicana en India, una manada de tigres de Bengala rugía con fuerza. “Es verdad, ¿de qué se ríe?”, ataja la viuda del poeta y ensayista mexicano, premio Nobel de Literatura 1990. “Es que era la hora en que les daban de comer a los tigres en el zoológico que estaba cerca”, aclara con un repiqueteo de sonidos guturales franceses.
Marie José Paz –Mariyó, como la llamaba su marido– era una mujer casada con un diplomático francés cuando, en “un atardecer magnético” de 1962, conoció al autor de El laberinto de la soledad en el barrio de Sunder Nagar de Nueva Delhi. “Yo era muy joven para divorciarme y pronto me fui de India, sin despedirme de Octavio”. Pero el destino (“porque fue eso: el azar del destino”) haría que se reencontraran meses después en una calle de París. Marie José se divorció, se fue a India con Octavio (quien también se había divorciado de su primera esposa, la escritora mexicana Elena Garro), donde él seguía siendo embajador de México, y se casaron en 1964 bajo un frondoso nim lleno de ardillas.
Entre ambos se consolidó una historia “muy literaria”, regida por la fatalidad de la atracción y la libertad de la elección. Cuando la pareja se instaló en un piso del paseo de la Reforma, en México DF, sus días transcurrían entre la escritura, decenas de viajes, el cuidado de un invernadero y de algunos gatos. A primera hora, Marie-Jo leía los periódicos y seleccionaba lo que pudiera interesarle a su marido. Desayunaban juntos y luego él se metía a su estudio para escribir “sin interrupciones”. Por la tarde iban al mercado, al tenis (“solo jugaba yo. Pero Octavio me acompañaba, el pobre”), al cine, a una cena o se quedaban en casa viendo la tele (“¿sabe que a Octavio le encantaban Los Simpson?”).
¿No les hicieron falta hijos? “Pensamos en tenerlos, pero yo necesitaba una operación que nunca quise hacerme. No obstante, ahora que veo a Salma Hayek y a tantas otras tener su primer hijo a los 40, digo: ‘Me la hubiera hecho’. Pero nuestro amor fue tanto que parecía que no necesitábamos hijos. ¡Teníamos tanto que hacer, tanto que compartir!”.
La noche del 21 de diciembre de 1996, un cortocircuito provocó un incendio en su piso. “Cuando llegaron los bomberos, subí y vi cómo se habían quemado varios libros, muchos recuerdos que teníamos de India, de Afganistán… un mueblecito donde Octavio tenía las primeras ediciones de sus libros. Estuvo bien que hubiera sido yo la que vio eso, para que él no tuviera la sensación de infierno”.
Porque el entonces presidente de México, Ernesto Zedillo, se los ofreció, la pareja se mudó a una casa del colonial barrio de Coyoacán. Ahí pasó los últimos días de su vida el escritor que el próximo 31 de marzo habría cumplido 100 años. “Desde 1977, Octavio vivía con un solo riñón. A los 80 lo operaron del corazón… En fin, ya había salido de otras enfermedades. Por eso, cuando le diagnosticaron cáncer en los huesos, pensé que se iba a salvar. Pero no… Me queda la satisfacción de haberlo hecho feliz. Al final me lo dijo: ‘Soy feliz porque estoy con la mujer que amo y que me ama’. Y se fue”. Eran las 22.30 del domingo 19 de abril de 1998.
Marie José Paz recuerda y la invade la melancolía. Echa de menos compartir una exposición o un viaje “con Octavio”. Pero varias de las actividades que realiza en los últimos años giran en torno a él. Revisa, corrige, aprueba, opina, coordina… libros y eventos. “Quisiera ser digna de su memoria”.

El País de Madrid

Las verdades de José Luis Sampedro

En el primer aniversario de su muerte se publica el libro póstumo del escritor

‘Sala de espera’ incluye reflexiones sobre su infancia, su vida y su final



La conciencia de la agonía fue plena en el escritor José Luis Sampedro (Barcelona, 1917-Madrid, 2013). Murió a los 96 años sabiendo y aceptando que aquello se acababa. “La muerte me lleva de la mano, pero se está portando bien porque me deja pensar”, le dijo a una amiga. Con su envidiable lucidez y calma, la frase pervive ahora grabada en el lomo azul de Sala de espera (Plaza y Janés), libro póstumo del escritor que se publica esta semana como homenaje al primer año de su ausencia.
Sampedro falleció un 8 de abril dejando multitud de anotaciones y textos inéditos, escribió hasta el final. Dos de sus últimos proyectos, Los Ríos ySala de espera, ven ahora la luz por decisión de su compañera y legataria, Olga Lucas, quien explica que dejará “aparcadas” las obras inconclusas iniciadas en “un pasado remoto” pero se ocupará de los inéditos del final de su vida. “Es decir de aquellos de los que tengo seguridad y conocimiento directo acerca de sus intenciones”, afirma en el prólogo del libro.
Los Ríos es un texto a dos voces, la del propio autor y la de su mujer, que un día decidieron escribir cada uno para el otro sobre sus propias biografías recurriendo a la corriente de agua como metáfora de la vida, figura manriqueña que tanto apreciaba el autor de Octubre, octubre.“Contaré los primeros ochenta años del río José Luis, que conozco como nadie, prescindiendo de detalles y ahondando, en cambio, en los momentos y sucesos más definitorios”, anota Sampedro antes de iniciar un recuento vital que se detiene con brío en su infancia tangerina, donde vivió hasta los 13 años (“ha sido para mí un inmenso regalo del destino, perenne en mis raíces y marcándome definitivamente”), su amistad con la niña Odette, los veranos, la playa y el primer viaje a España para entrar interno en un colegio de Zaragoza. El cambio radical de paisaje afectó al feliz transcurso del riachuelo, que circuló apesadumbrado hasta el descubrimiento —o mejor dicho, la torrencial salvación— de la lectura. En casa de unos tíos da con una colección olvidada de libros de aventuras (“mosqueteros, piratas, espadachines, bandidos generosos, guerreros, delincuentes ingeniosos y otros héroes novelescos”) editada por el periódico La correspondencia de España:“Fueron como inyecciones estimulantes. Hicieron revivir el ímpetu del río, lo despertaron de su encantamiento”.
Tánger ha sido un inmenso regalo del destino, perenne en mis raíces”
El caudal creció con fuerza y su curso le llevó a convertirse en uno de los pensadores españoles más respetados y queridos por las nuevas generaciones, huérfanas de voces capaces de cifrar su desamparo. Novelista y economista, profesor,referente del 15-M y un ejemplo de resistencia y dignidad intelectual, Sampedro plasma en Sala de espera sus preocupaciones por un mundo desbocado, capaz de echar por tierra todos sus principios de justicia, crítica y humanidad. Según explica su viuda, apuntaba las ideas en “libretas, blocs y cuadernillos a las que daba vueltas y más vueltas, incorporando las preocupaciones que le producían las noticias”. A diferencia de otros libros, “este le hacía sufrir más que disfrutar y, finalmente, falleció dejando sus cajones repletos de anotaciones, disculpándose por no haber logrado ponerlas en claro y pidiéndome que publicara yo lo que me fuera posible descifrar”. Olga Lucas ha decidido sin embargo editarlos tal cual por miedo a traicionar o alterar su sentido.
José Luis Sampedro fotografiado de niño en Tánger, donde vivió hasta los 13 años.
Es aquí donde el escritor esboza “sus verdades”, donde se replantea el sentido último de la nueva barbarie, donde busca aportar algo propio al proceso de desescombro que vivimos, donde planta batalla al cinismo, donde se confiesa con tristeza como un apátrida, un eterno inmigrante: “La sublevación de los militares españoles en 1936 hundió para siempre el mundo anterior. Desde entonces soy un inmigrante en el tiempo (no solo hay migraciones espaciales), sin esperanza de retornar a mi origen —la España de 1935— porque desapareció como la Atlántida”.
Retirado en su costa de Mijas como “un monje medieval en la montaña” toma conciencia última de nuestra nimiedad. Aunque no tanta: “Somos un momentáneo corpúsculo, material biodegradable para el perpetuo reciclado. Un infinitésimo de energía. Pero hablante”. Cree en la palabra, pero advierte de sus peligros: del naufragio del sentido crítico, de la cobardía de los que no quieren significarse. “No solo hay que reivindicar siempre el derecho a la palabra, como máxima expresión de nuestra humanidad. También hay que cumplir el deber de usarla en pro de la dignidad propia o ajena. Pues, como proclamó magistralmente Martin Luther King, hay una conducta más escandalosa que la de los malvados y es el silencio de los hombres buenos que callan y miran para otro lado sin protestar de las maldades”.
En la antesala de la muerte, Sampedro pidió un Campari que al parecer le sirvieron muy frío. Complacido, se limitó a dar las gracias antes de desembocar en el mar definitivamente. A muchos les estremeció que la vela se apagase con tanta armonía física y mental. Quizá no sabían que cuarenta años atrás, perdido y trastornado por “el asco, el desprecio y la resignación” que le invadía se topó con una proclama “arrolladora” de mayo del 68, estampada en un muro del Odeón de París durante las revueltas estudiantiles. La recordó antes de morir porque cambió el curso de su vida. La anotó en mayúsculas: “¡QUE PAREN EL MUNDO, QUE ME APEO!” “Me convertí en el acto a ese programa. No podía yo parar el mundo, pero sí apearme con mi resistencia pasiva de la sociedad asfixiante. Así es que dejé, abandoné la columna humana en su marcha histórica hacia el desarrollo inaceptable y me quedé sentado en la cuneta, viéndoles pasar con sus chirimbolos y sus ilusorias banderitas”. En la cuneta, con su traje de misántropo, José Luis Sampedro comenzó el camino hacia sí mismo y, secretamente, hacia todos nosotros.

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Rubén Blades: “Estoy pensando un programa presidencial para Panamá”

No solo ha sido para la música latina el creador de ‘Pedro Navaja’. Más bien representa la figura del hombre que revolucionó la salsa y apuntó alto con ella

Su historia es la de un reto y un éxito cambiante. De emigrante panameño acabó en el mundo del espectáculo, pero también en la élite de Harvard, donde ahora se está organizando su archivo

No se detendrá ahí. Pasó por la política como ministro en su país. Hoy quiere configurar un programa con el que presentarse a presidente en 2019



El cóctel que preparó Rubén Blades cambió la música latina para siempre. No solo revolucionó la salsa con su mensaje radicalmente social –influido por la nueva trova cubana o por Joan Manuel Serrat–, sino que otorgó una profunda y ambiciosa identidad a la creación de quienes deseaban caminar por esa senda. Así es como después, aparte de ser un reconocido maestro en su género, han querido trabajar con él artistas de diferentes estilos. Del pop al flamenco, de Bob Dylan, Sting, Paul Simon y Lou Reed a Paco de Lucía, con quien dejó un proyecto de boleros sin terminar, Blades se ha prestado con gusto a las colaboraciones y a los retos del mestizaje. Pero también a la política. Licenciado en Derecho y con una Maestría por la Universidad de Harvard, donde quedará su archivo personal, este creador fiero y convulso, actor y también poeta, no renuncia al sueño de cambiar su país. 2016 será el año de su despedida en gira, pero el comienzo de otra aventura, nos cuenta en un café de Nueva York. La carrera presidencial en Panamá. Porque Rubén Blades quiere empezar a elaborar un programa de Gobierno con que presentarse a las elecciones de 2019.
Supongo que el conflicto entre la empresa Sacyr y el Canal de Panamá no impedirá que usted y yo conversemos amigablemente. No, en absoluto, eso son problemas que afectan a la imagen de las empresas, pero no he percibido ningún sentimiento antiespañol en mi país. Todo lo contrario. De todas formas, no he estado muy al tanto del conflicto. Espero que resuelva sin más tensiones.
¿Entre qué lugares reparte ahora su vida? Yo trabajo por etapas en distintas actividades, pero me encanta no hacer nada porque así me dedico a muchas cosas: caminar, leer, ir al cine, revisar mis cómics y mis soldados, organizar, catalogar y cuando tengo que escribir, escribo, pero eso nunca lo vi como un trabajo.
¿Qué es el trabajo para usted, entonces? Salir de gira, pero yo divido mi tiempo. Acabo de terminar una película con Edgar Ramírez y Robert De Niro. Nos tomó dos meses. Ahora le estoy dando la vuelta a un libro de poemas, pero todavía no sé, estoy leyéndolo a ver si me captura la mentira.
¿Qué quiere decir? Pues que si no lo siento, no lo saco. Son impresiones de la calle.
¿Qué si no eso es Pedro Navaja? ¿Un gran travelling callejero?Eso acabó con los vídeos. Por eso no me gustan a mí, te limitan, te coartan. Pedro Navaja puede ser chino, puede ser negro, alto, chocolate, indígena, gordo, flaco, ¿tú sabes? La gente me mandaba dibujos de él y cada cual lo veía como quería.
¿Es usted de esos artistas que han acabado cansados de un éxito tan enorme como el de su canción? No, aunque yo nunca pensé que lo fuera a tener así. A mí me gusta contar historias, y siempre el público es nuevo. Estoy feliz de que la gente lo siga escuchando. Que al menos haya eso por otros medios, porque de los discos, nada.
¿Se ha acabado ese mundo? Sí, completamente. En el futuro, las antiguas producciones serán meras publicidades y la gente irá a vershows. A menos que encuentren la forma de evitar la copia, que creo que la tienen, pero no lo ponen en práctica.
“En el futuro, las antiguas producciones serán publicidades”
¿Quizás porque a las compañías de telefonía, comunicaciones y electrónica no les interesa dejar de vender velocidad de transmisión y aparatitos para el pirateo? ¡Claro! Es un negocio redondo para ellos. Yo trabajo para pagar mis deudas.
Ah, pero, ¿tiene deudas? ¿De qué tipo? Préstamos. Estuve cinco años sin trabajar, fui ministro en mi país.
¿Y la música no le rentaba? No.
¿Ni siquiera el hecho de que su primer disco en 1969 llegara a vender 25 millones de copias? Vaya usted por ahí y entérese de dónde está esa plata. Pregúntele a Willie Colón. Gané 500 o 1.000 dólares de seis canciones que compuse en el primer disco.
¿Así que entonces tampoco el negocio era boyante? No. Pero ni a nosotros ni a los artistas de Motown o a Elvis Presley, eso siempre fue un problema, pero ahora es peor. Yo trabajo solo desde hace tiempo. El disco lo pongo yo en la calle con un distribuidor independiente, los sellos no quieren saber de eso, a ellos no les interesa la puesta en el mercado, les interesan los másteres. Yo los estoy regrabando todos para adueñarme de ellos.
¿Tan mal acabó con Willie Colón? El trabajo siempre fue bueno, pero él me demandó en los tribunales por una percepción suya de que yo, de alguna forma, era responsable de un dinero que se habían hurtado en la compañía que nos representó para un concierto en Puerto Rico. Luego llegó a un arreglo judicial con una persona de los directivos de aquella empresa que se quedó con el dinero. El juez condenó a la empresa a pagarme a mí, pero ese dinero nunca llegó, se arregló con ellos por su parte y me retiró a mí la demanda.
¿Se hablan? No, no me interesa, aunque para ambos aquello no tiene importancia. El trabajo que hicimos quedará.

Rubén Bl

¿Qué ha sido Rubén Blades para la historia de la música latina?Nada. No sé.
¿Un artista que supo en un momento crucial, cuando se imponía el eclecticismo, lograr un modo de expresión que impactó por lo social y así revolucionar la salsa? Es que a mí todo me ha resultado muy extraño. Uno cuenta historias en el contexto de la música popular. A la gente le fascina la música popular. La diferencia es que proviniendo de ese ámbito yo había ido a la escuela, había leído mucho, tenía pretensiones literarias, veía las cosas distintas y podía encontrar el argumento tras lo obvio. Utilizarlo, integrarlo y darle la vuelta al asunto. Musicalmente conté con la dicha de tener a Brasil de mi lado también y escuchar las Big Band, por ejemplo. Se me ocurrían muchas ideas en términos melódicos, pero básicamente era un escritor.
Una mezcla explosiva. Estás en el barrio viendo y viviendo cosas. La gran decisión fue decidir escribir sobre temas que eran de interés y no se tocaban porque los responsables de las compañías indicaban qué debíamos hacer. Los creadores componían bajo esa condición pensando que la gente no iba a entender cosas, y yo me puse en contra de todo eso porque siempre me ponía en el lugar del público sin sentirme superior a nadie. Si me interesaba a mí, ¿por qué no al resto?
¿Pero esa ceguera la mantenían en el norte o en el sur? En todas partes.
Me extraña que lo creyeran en el sur porque de los lugares donde sale el tango, el bolero, el corrido, con ese sentido poético en sus letras, esa enjundia, daba mil vueltas a las muy recurrentes simplezas del norte.Pero no ocurría en la salsa.
Aun así, el público latino debía estar muy predispuesto a conjugar ambas cosas. Así lo veía yo, pero no las empresas de discos.
¿Qué tipo de cerebros las llevaban? No sé.
Sí sabe. Cada cual opina de lo que entiende, y ellos vendían por repetición, no se arriesgaban e imponían axiomas como que a la gente no le interesaba la política en la música. No causar problemas. No imaginaban que ciertas canciones podrían tener éxito. Cuando Siembra se plantea, los disc jockeys de Nueva York pensaban que era el peor disco posible.
Y al comprobar el éxito, ¿cómo reaccionaron? Con estupefacción y con zozobra. Aquello les representaba un cambio que no sabían afrontar y encima les quitaba la razón. Se plantearon cómo era posible que no lo hubiesen previsto, y eso fue lo que les provocó zozobra, incluso la necesidad de negar el éxito. Resultó muy desconcertante.
¿Tan marginal era? Sí y no. Los músicos ni éramos conscientes de lo que estábamos provocando. Yo me di cuenta de que Siembra es un éxito cuando fui a Venezuela. No sabía que lo tuviera. La compañía lo ocultaba.
¿Quizá Estados Unidos y ustedes dentro estaban demasiado encerrados en sí mismos? Creo que existía el sentimiento de que lo que hacíamos no era importante. Que tocábamos para que la gente se divirtiera y ya. Yo lo que sabía era que la gente podía reflexionar sobre cosas sin que se les pegara en la cabeza ideológicamente, ni que se les estuviera panfleteando, ni adoctrinando dentro de una clave de baile, puramente, pero con historias de la vida común. Yo supe que era factible, que se podía hacer y lo hicimos. Como Chico Buarque en Brasil, Silvio Rodríguez en Cuba, Serrat, sobre todo Serrat, en España, y con un argumento mucho más poético.
"Fui a Harvard para que mi mamá me viera graduarme. Allí me hacen hoy un archivo”
Pero con el mismo vehículo. En el caso de Serrat, muy pegado por ejemplo a la copla. Cierto. Aunque también tuvimos nuestros rechazos, como Agua de luna, donde yo me puse mucho más metafórico. El trabajo lo discutía yo con García Márquez, que no es de hablar mucho, sí más bien de escuchar. Yo le había dicho: Gabriel, mira cómo es esta cosa. Voy a escribir un cuento corto y, ese cuento, se lo van a aprender de memoria miles de personas. Por lo tanto, lo que le pido es que lo escuche y me diga si es o no literatura. Entre otras cosas, tomé 10 relatos suyos, los hice míos, compuse con lo que yo sentía tras leerlos y los convertí en canciones. A él le gustó. Pero fue el disco que más insultos, críticas y ataques me ha valido nunca. En vez deAgua de luna, alguno tituló su comentario “agua en el cerebro”. Eso me molestó y contesté: “¡Por qué no le dicen mejor hidrocefalia!”.
El éxito le llegó antes de estudiar en Harvard. Antes. Yo ya era abogado en Panamá.
Y alguien que había triunfado en la salsa, ¿por qué se empeñó en sacar un título en Harvard? Porque mi mamá no me vio graduarme en Derecho allá en Panamá.
¿Solo por eso? Por eso y porque yo siempre siento la necesidad de reinventarme. Cuando me veo cómodo en algo me voy para otra parte. Aparte de que a mí la fama y eso…, aunque suene hipócrita y yo no tenga explicación para la contradicción, elegí tres profesiones que tienen que ver con dar la cara: la música, la actuación y la política. ¿Cómo pasó? No sé.
Bueno, porque es usted carismático. No, carismático no. Yo quería salir a cantar con máscara, pero me lo prohibieron.
Bueno, pero estábamos en Harvard. A mí me retaron básicamente. Fue allí, me invitaron a hablar de la música y la política. Entonces el decano, que se llamaba Fred Schnei­der, me dijo que si volvería a estudiar, y yo le dije que claro, que el proceso de educación para mí no terminaba nunca. Me preguntó si ingresaría en esa universidad y yo le respondí que no creía que me aceptaran. Siguió insistiendo, y le dije que si me mandaba la solicitud, lo intentaría. Me aseguró que si estaba pensando en la política no sería mala idea para el futuro darme una vuelta por allí. Yo ni me lo planteaba, le dije que en la universidad había pasado raspando, pero me animó, y me aceptaron por un ensayo que envié y que empezaba diciendo: “Tres veces a la semana mi abuela y yo caminábamos al cine Edison que albergaba el aire acondicionado más frío de todo el hemisferio occidental…”. Me aceptaron. Me puse a pensar, aunque primero me dio la vanidad: ohhhh, voy a ir a Harvard. Luego me planteé: para qué. Pero en esa jugada entró mi mamá. En mi familia nadie había llegado a la universidad y ella ni siquiera me vio graduarme porque tuvieron que salir en el 73 por un problema con Noriega. Mi padre era detective y le habían inventado un complot. Me quedé pensando y vi que era una oportunidad para que mi vieja me viera graduarme. Eso pesó mucho. Cuando entré en la universidad, a las dos semanas, pensé que era lo más estúpido que había hecho en mi vida.
¿Por qué? Era dificilísimo. Llegué con la arrogancia de pensar que iba a controlar y, qué va, tú no controlas ahí nada. Peor que parir un hijo macho, andar metido dos años en esa vaina. Era como ir al baño constipado. Muy difícil. Lo logré, pero todavía es el día que me despierto y pienso que me falta algo, que no me han aprobado. Y la banda encabronada conmigo, no podían trabajar porque yo era el cantante, me hubieran mandado matar. Ahora me están haciendo un archivo allí y les estoy enviando correspondencia. Voy a editar las cartas políticas para que queden las ideas de lo que fue mi Movimiento Papá Egoró. El argumento sigue siendo válido.
Usted tuvo el cuidado de convertirse en un artista latino. Cada canción suya trataba de un asunto que tenía que ver con algún país del continente en concreto. ¿Fue intencionado? Sí, yo diría desde Pablo Pueblo, en 1976, aunque ya apuntaba aquello desde 1969 conDe Panamá a Nueva York donde está El pescador o Juan González. Pero mi argumento ha sido siempre el ser humano. No veo a la gente como miembros de un país.
Pero sí como pertenecientes a una comunidad: la latinoamericana. Sí, porque yo me defino así, es una cuestión cultural. Una crianza, una educación, un entorno social en el que tiene que ver la lengua y una cuestión anímica, el lugar donde forjaste tus sueños, donde tuviste tus primeras intenciones, tus primeras equivocaciones y aciertos, contactos de solidaridad, risa y llanto. Eso es algo patriótico, que me gusta definirlo así porque resulta abstracto, porque conlleva una mística que me define a mí como el transmisor de la esperanza. Siempre vi mi pueblo, a mi gente con esperanza, no como un sálvese quien pueda sino como un salvémonos todos.
¿Siempre? ¿O más cuando entró en política? Cuando fui ministro de mi país, también. La gente me decía: ¿usted no va a extrañar eso? Y yo respondía: “¿Qué?, ¿qué voy a extrañar? ¿El saco y la corbata que me lo tuve que poner?”. ¡Picha, no me gusta!
¿Y se quitó el sombrero? No sería Rubén Blades entonces. Me sentí yo completamente.
¿Por eso se va a volver a presentar a las elecciones? Estoy pensando un programa para 2019. Voy a hacer todo en esa dirección, pero quiero estar preparado, no ir a lo loco, sin inventar nada. Ya metí la pata una vez por no ser consciente de una serie de cosas.
¿Quiere ser presidente de Panamá? No necesariamente. Lo que yo quiero es presentar un programa de Administración pública distinto de lo que estoy escuchando por ahí.
¿Escuchando en su país o en el mundo? En todas partes, aunque específicamente en mi país. Es necesario un cambio total, no cosmético. Hay que definir qué tipo de sociedad queremos. Somos un país de servicios, pero podemos ser más que eso. Nuestro lugar es estratégico, mi programa abordará desde la constitución hasta las razones de la existencia de la gente. No va a ser fácil, pero voy a hacer todo para que esté listo: de la educación a la seguridad social, pasando por lo agrícola, la vivienda.
¿Será un programa de izquierdas? No voy a entrar en esa división, el propio argumento va a llevar a las conclusiones pertinentes. Debemos prescindir de los dogmas, aunque hay que buscar un concepto que sea nuevo. Yo soy de izquierdas, de todas formas. Pero no creo en ideologías porque esa vaina es una camisa de fuerza que destruye la realidad natural. Necesitamos programas inclusivos, no excluyentes pero sin etiquetas. Las revoluciones, además, piden servidumbre a cambio, y no sé si eso funciona.
¿O sea, que usted está en contra de crear mordazas como otros que se definen de izquierda en el continente? No vale ir imponiendo nada. No vale el te voy a dar con mis ideas en la cabeza y si no te voy a meter preso hasta que me quieras. El asunto es qué hacer con el porcentaje que no te apoya. ¿Qué hace una democracia? Garantiza el voto. Pero no garantiza justicia, ni razón. Hay que ser más humildes, aunque la humildad, como digo, es el orgullo en reposo.
¿Corrompe el poder? No necesariamente. El poder desenmascara, cuando tú no estás preparado para ejercerlo, si accedes a él, te conviertes en un problema. Cuando fui ministro yo salí como entré. Aunque con deudas.
Pero con ganas de volver, como veo. Con ganas de presentar un proyecto antes de morirme y dejarlo ahí, y si no lo hago yo, lo emprende otro, un camino que no sea como el de aquellos imbéciles que les da por aniquilarse mutuamente, te lo juro por mi madre muerta, es para dejar algo. Si tengo que ir yo, voy, pero no lo hago por ejercer el poder.
¿Cómo tiene las encuestas? Creo que todavía me queda credibilidad, pero no tengo la menor piche idea de esa vaina. Lo que sé que tengo son 500.000 seguidores en Twitter, pero no acabo de enterarme para qué sirve.
No llega a los 13 millones del escritor Paulo Coelho, pero es algo. ¿Tanto? ¡Eso es una verraquera! ¡El alquimista!
¿No tiene miedo de contraer más deudas? Para entonces ya las voy a tener todas pagadas. Este año empiezo.
¿Le implica dar muchos conciertos? Alguno, para pagar impuestos, también. Incluiré España en mi adiós.
¿Su adiós? Sí, voy a trabajar hasta 2016.
¿Y se retira? Me voy a salir de las giras de salsa.
¿Cansado? No, pero tengo que empezar a preparar lo otro y armar un grupo de rock.
¿De rock? Sí, no tanto en verdad, de mixtura.
¿Y quién le acompañará? ¿Todos los que han colaborado con usted? ¿De Paul Simon a Sting pasando por Maná, Lou Reed o Bob Dylan? No, hombre, ya esos tienen su banda. Es que tengo canciones que quiero plantear de otra forma. Y tocar guitarra, que nunca la he tocado.
¿Como la de Dylan? Pero cantando mejor.
¿Cómo fue aquello de escribir una canción con él? Fue muy cómico. Él es muy reservado.
Rarito. Sí, sí, vamos a ver si la acabamos, hici- mos parte de la letra, va sobre el hecho de hacer cosas que uno no quiere, pero tiene que hacer.
¿Y aquella colaboración con Paco de Lucía? ¡Coooño, no! ¡Qué cosa tan triste! Iba a ser un disco de boleros. Esa noticia de su muerte ha sido una patada en el alma. ¿Tú sabes para mí el honor que fue que quisiera hacer ese disco de boleros conmigo? ¡Carajo! Pero no lo voy a hacer con nadie.

http://elpais.com/elpais/2014

El Ejército brasileño toma el mayor fortín del narco carioca en 15 minutos

1.500 hombres y 21 carros blindados de la Marina penetraron este domingo en el Complexo da Maré. La ocupación armada de las 16 favelas en Río culminó sin que se disparase una sola bala




“En una guerra anunciada solo muere quien quiere”, reza un dicho extendido entre la tropa de la policía militar de Río de Janeiro. La ocupación armada del Complexo da Maré, anunciada por el Gobierno de Río hasta la saciedad y ejecutada con profusión de medios bélicos siguiendo el guión de tantas otras operaciones anteriores, culminó en poco más de quince minutos y sin dar un solo disparo. 1.500 hombres y 21 carros blindados de la Marina brasileña penetraron al alba en el laberíntico y correoso complejo de 16 favelas transportando unidades del Batallón de Operaciones Especiales (BOPE), que fueron los encargados de barrer por primera vez los meandros del megasuburbio y dar por buena una ocupación que en realidad se venía fraguando poco a poco durante la última semana.
Maré, con más de 130.000 habitantes y enclavado entre vías estratégicas de la sede olímpica (la autopista que conecta el aeropuerto internacional Antonio Carlos Jobim con la capital y la transitada Avenida Brasil) era el fortín más inexpugnable del narcotráfico carioca en los últimos años. El territorio se lo repartían las dos principales facciones narco (Comando Vermelho –CV- y Amigos dos Amigos –ADA-) y grupos de milicianos, convirtiéndolo en un auténtico emporio del crimen donde diariamente se facturaban cientos de miles de reales con la venta de drogas y donde la dialéctica de las pistolas y la extorsión habían cercenado cualquier libertad individual del vecindario local.
Fuente: elaboración propia. / EL PAÍS
Un primer balance del Gobierno de Río elevó a más de cien las personas detenidas entre la operación cerco y la ocupación final, entre ellos el líder narco Marcelo Santos das Dores “Menor P”, cuya ley imperaba en once favelas del Complejo de Maré. Emboscado por policías federales en una espectacular operación ultrasecreta, Menor P fue capturado el pasado jueves en un edificio de clase media del barrio de Jacarepaguá, en la zona oeste de Río. La información obtenida tras la detención del delincuente habría sido crucial para seguir el rastros de otros lugartenientes conocidos en Maré. Pero la realidad es que en este complejo de favelas operaban muchos más de 118 criminales (los detenidos hasta primera hora del domingo). Es evidente que durante los días previos a la ocupación un elevado numero de mandos y soldados del narcotráfico abandonó el conocido bastión para buscar refugio en otras favelas más periféricas donde sus facciones aún mantienen cierto control territorial. Esta es la gran contradicción de la estrategia de pacificación: las ocupaciones se planean y se anuncian a bombo y platillo para llevarlas a cabo sin posibilidad de combate, y ello implica renunciar al factor sorpresa, crucial si se pretende capturar a los criminales. La política de pacificación renunció hace años al enfrentamiento armado con los delincuentes, cosechando éxitos aparentes, pero también agravando el problema del narcotráfico en áreas que antes gozaban de relativa paz.
EL PAÍS acompañó a varias unidades del BOPE, del Batallón de Acciones Tácticas con Perros y de la Coordinadora de Recursos Especiales (CORE) de la Policía Civil durante la operación de este domingo en la favela Nova Holanda. Mientras los fusileros navales daban cobertura desde los carros blindados y varios helicópteros tripulados por tiradores de élite efectuaban vuelos rasantes sobre los precarios tejados de lata o amianto, la táctica en el terreno consistió en desplegar centenas de unidades de entre 5 o 8 hombres para realizar registros en domicilios y a transeúntes. Los agentes, por momentos en actitud tensa y ostensiva, pedían la documentación a cualquier persona en plena calle y realizaban las comprobaciones de antecedentes criminales en pequeños computadores de mano. Durante las patrullas varios vehículos robados fueron identificados y los perros antinarcóticos localizaron una mochila escondida en un callejón sin salida que contenía un cargador de fusil de asalto, munición de arma corta y cientos de papelas de marihuana embaladas con las iniciales CV.
Los comandos realizaron cientos de resgistros simultáneas incrementando por minutos la estadística de armas y drogas incautadas. En otros puntos de las 16 favelas fueron encontrados fusiles de asalto, ametralladoras, cargadores y 450 kilos de marihuana, aparte de coches y motos robadas (datos difundidos por el Gobierno de Río durante la mañana del domingo). Mientras tanto, el grueso de la población localpermanecía encerrada en sus casas por el temor al choque armado. Los rezagados de la noche o los pocos que hacían fila en las panaderías a primera hora de la mañana se resistían a hablar con los periodistas. “Vamos a ver qué sucede a partir de ahora, porque la situación no puede ser peor de lo que era”, comentó María, que vende pescado en una de las arterias principales de Nova Holanda. Según el propietario del puesto vecino, que prefirió no identificarse, “no va a mejorar nada ya que en otras favelas las Unidades de Policía Pacificadora (UPP) han sido un fracaso”. “La población de estas favelas desconfía de las fuerzas policiales ya que las identifica con la truculencia y la falta de respeto”, explica por su parte Mario Simão, coordinador de la organización Observatorio de Favelas.
Sin embargo, para el secretario de Seguridad Pública de Río de Janeiro, José Mariano Beltrame, la toma de Maré deja un “legado” a la ciudad ya que “no se trata de algo exclusivo para Copa del Mundo o los Juegos Olímpicos, sino para la población. Vamos a devolverle este territorio a quien lo merece y es su dueño, que es la población”, sentenció. La ocupación de Maré, de hacerse efectiva en los próximos meses tras la implantación de una nueva UPP formada por 1.500 efectivos, amplia considerablemente el radio de territorios que han dejado de estar bajo el control del narcotráfico carioca. Ahora resulta crucial el refuerzo de otras áreas que ultimamente parecen haberse escapado del control de la policía, como el Complexo do Alemão, ocupado en 2010, o la favela de Rocinha.

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Las guerras de Paz

El combate por la libertad fue para el Nobel mexicano, cuyo centenario conmemoramos, una forma de expiar su defensa del marxismo ortodoxo. El gran poeta y ensayista tuvo el valor de auspiciar a la opinión disidente




México conmemora hoy el centenario de Octavio Paz, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1990 y, para muchos mexicanos, el mayor escritor de nuestra historia. Para celebrarlo, han venido poetas laureados a un recital de poesía y, a lo largo de cinco días, se han llevado a cabo varios actos significativos, entre ellos un Congreso Internacional para discutir los temas que lo apasionaron a lo largo de su vida (la revuelta, la rebelión y la Revolución, el sentido de la historia de México, la relación de los escritores y el poder, los fanatismos de la identidad, la democracia en el orbe latinoamericano). Pero la celebración no será unánime. Las guerras intelectuales que libró en vida, las sigue librando después de muerto. Pareciera que Octavio nunca encontrará la Paz inscrita en su apellido.
Perteneció a esa familia de escritores nacidos alrededor de la Primera Guerra Mundial, marcados por los hechos cruciales que ocurrieron entre 1929 y 1944: la caída de Wall Street, el advenimiento esperanzador de la Revolución rusa, el ascenso del fascismo y el nazismo, la Guerra Civil española, la Segunda Guerra Mundial, el Holocausto. Fue el hermano mexicano de Albert Camus, Ignazio Silone, André Breton, George Orwell, Arthur Koestler, Daniel Bell, Irving Howe: los disidentes de la izquierda. En su juventud fue marxista ortodoxo y en 1937 viajó a España para apoyar a los republicanos. Y, aunque rechazó desde temprano el realismo socialista, repudió al estalinismo y marcó sus distancias de la Revolución cubana, mantuvo su fe en la Revolución como la palanca de redención social, la única posible epifanía de la historia. Todavía en 1967 consideraba al marxismo “nuestro punto de vista” y pensaba que la Revolución, “ungida por la luz de la idea, es filosofía en acción, crítica convertida en acto, violencia lúcida (...). Popular como la revuelta y generosa como la rebelión, las engloba y las guía”. De hecho, no fue sino hasta leer elArchipiélago Gulag en 1974 (justo al cumplir los sesenta años) cuando Paz tuvo la epifanía inversa: “ahora sabemos —escribió ese año— que el resplandor, que a nosotros nos parecía una aurora, era el de una pira sangrienta”.
“Nuestras opiniones en esta materia no han sido meros errores (...), han sido un pecado en el antiguo sentido de la palabra: algo que afecta al ser entero (...). Ese pecado nos ha manchado y, fatalmente, ha manchado también nuestros escritos. Digo esto con tristeza y humildad”.
A lavar ese pecado dedicó los siguientes 24 años de su vida.
Octavio Paz estaba casi predestinado para el culto a la Revolución: nieto de un combativo editor que había participado en las guerras liberales y tenía retratos de Danton y Marat en su biblioteca; hijo del representante de Emiliano Zapata en Estados Unidos, Paz siguió esa genealogía romántica confiando en el poder revolucionario de la poesía para revelar al mundo y para cambiarlo. Pero, curiosamente, en este sentido una influencia importante fue Walt Whitman. Paz no escribió (como Neruda, otro whitmaniano) la gran saga poética de la América hispana sino un admirable libro en prosa: El laberinto de la soledad. Desde su publicación en 1950, sigue siendo, para muchos, el espejo donde el mexicano contempla, con horror y fascinación, los rasgos de su identidad: su extraña pasión por la muerte y por la fiesta, sus miedos más recónditos a ser eternamente vencidos o conquistados, el subsuelo indígena (latente, pendiente), el arraigo de su vieja cultura española y católica, el desencuentro con el liberalismo occidental, la vocación nacionalista y revolucionaria.
Octavio Paz confiaba en el poder revolucionario de la poesía para revelar al mundo y para cambiarlo
Aunque fue celebrado desde muy joven por su poesía filosófica (en la que el tiempo, el instante, el amor y sus metáforas en el mundo natural son temas constantes), tras la publicación de El laberinto de la soledad,la obra y la fama de Paz cobraron mayor impulso. Su encuentro en París con Breton y el surrealismo (desde 1947 hasta 1968 vivió en los ambientes de la diplomacia internacional) y su contacto genuino con las culturas orientales (en particular con Japón y la India, donde vivió, pero también con China) liberaron sus formidables energías creativas, no sólo en su poesía sino en libros de teoría literaria (El arco y la lira, La otra voz) o ambiciosos tratados sobre el ocaso de las vanguardias (Los hijos del limo). A este prestigio fincado en su obra se sumó su gallarda renuncia al puesto de embajador en la India tras la masacre de Tlatelolco que puso un sangriento fin al movimiento estudiantil de 1968. Paz creyó ver en la rebelión estudiantil en Europa Occidental y del Este, Estados Unidos y México el advenimiento de la Revolución que había esperado desde su juventud. Y por un breve momento, los jóvenes de entonces nos unimos a él en esa creencia.
De pronto, para sorpresa de esas nuevas generaciones en México y América Latina, Octavio Paz —el poeta revolucionario, el hombre de izquierda— dio el viraje definitivo que aquellos hermanos suyos, los disidentes de izquierda europeos y estadounidenses, habían dado resueltamente a partir de los años treinta en sus libros o revistas. Criticó con denuedo los fundamentos ideológicos de la Revolución rusa (y la china y la cubana, por añadidura), hizo el recuento de su saldo histórico (mentiras, miserias, crímenes) y revaloró la democracia (desde una postura socialdemócrata).
En 1976 fundó la revista Vuelta, que circuló profusamente, mes con mes, en los países de habla hispana hasta la muerte de Paz en abril de 1998. Vuelta fue su trinchera. Allí publicó la obra de los disidentes del Este (Michnik, Solzhenitsyn, Sájarov, Kolakowski) y la de los nuevos desencantados en Occidente: Vargas Llosa, Semprún, Revel, Edwards. Además de denunciar sistemáticamente a las dictaduras militares de América Latina y la “dictadura perfecta” del PRI, Paz y Vuelta criticaron —desde los valores de la democracia— a los movimientos guerrilleros de América Latina. En aquellos años —aun más que ahora—, la izquierda latinoamericana no toleraba la mínima crítica a Cuba ni la mínima duda sobre el balance “globalmente positivo” del socialismo real en la URSS y Europa del Este. Frente a esa posición cultural hegemónica, Paz tuvo el valor de introducir y auspiciar a la opinión disidente. Los viejos instintos inquisitoriales y escolásticos reaparecieron ante el heterodoxo: fue acusado de “reaccionario”, deturpado en las aulas, las revistas académicas y los periódicos; en 1984 su efigie fue quemada frente a la embajada norteamericana (hecho paradójico, porque Paz fue un crítico persistente de la política exterior estadounidense y la economía de mercado). Pero nunca cejó en su combatividad, quizá porque era una forma de expiación. No fue casual que el primer Premio Nobel después de la caída del Muro de Berlín haya sido para él: un poeta de la libertad.
Fue acusado de reaccionario, fue injuriado en aulas y revistas, pero nunca cejó en su combatividad
Lo acompañé durante 23 años en Vuelta, en esa guerra que no termina. Se sigue librando en las calles de Venezuela y en la conciencia de quienes creemos en la democracia terrenal y perfectible, no en la Revolución redentora y celestial. Paz cometió la herejía de abanderar esa guerra. Muchos, aún, no se lo perdonan. Muchos, aún, quemarían su efigie. Por eso la conmemoración ha sido ambigua. Por eso Paz nunca encontrará la Paz. Es su destino, y su gloria.
Enrique Krauze es escritor mexicano y director de la revista Letras Libres.
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