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miércoles, 25 de noviembre de 2015

Las penurias de Fidel y el Ché a bordo del Granma


México, 25 de noviembre de 1956. Cubierto con una larga capa, Castro supervisa la carga del barco bajo la lluvia: 2.000 naranjas, 48 latas de leche condensada, una caja de huevos... comienza el viaje más mitificado de la dictadura cubana

La penurias de Fidel y el «Che» a bordo del Granma
ARCHIVO ABC
Río Tuxpan (México), 25 de noviembre de 1956. Cubierto con una larga capa, Fidel Castro supervisa la carga bajo una lluvia intensa. Las provisiones son escasas: 2.000 naranjas, dos jamones rebanados, 48 latas de leche condensada, una caja de huevos, 100 tabletas de chocolate y cuatro kilos de pan. Todo para 82 expedicionarios. Daba comienzo uno de los episodios más recordados y mitificados por el régimen castrista en los últimos 50 años: la odisea del Granma.
La penurias de Fidel y el «Che» a bordo del Granma
ABC
El Che, en Sierra Maestra (1958)
El pequeño yate de recreo, cuyo nombre se debe a la abreviación de «abuela» en inglés, partía desde el puerto de Tuxpan, en el Golfo de México, para iniciar lo que Fidel, su hermano Raúl, el médico Ernesto «Che» Guevara y otros 72 desaliñados rebeldes llamaban la «liberación de Cuba» del «monstruo sanguinario» deBatista. Era el inicio de la Revolución cubana, que acabó en una de las dictaduras más largas del siglo XX.
A mediados de septiembre de 1956, un amigo mexicano de los expedicionarios, Antonio Conde, le dijo a Fidel: «Quiero ir hasta río Tuxpan para ver un yate que quiero comprar». Cuando el joven Fidel vio la embarcación, aseguró: «Este es el barco que me va a llevar a Cuba». Y así lo hizó, a pesar de que le intentaron convencer de que era una embarcación demasiado pequeña e inadecuada para una expedición de 82 hombres. «Nadie conseguía decirle no a Fidel», reconocía Conde en la biografía del «Che» escrita por Reginaldo Ustariz.

«¡Déjese usted de bravadas, coño!»

El mayor de los Castro estaba tan eufórico que incluso se había atrevido a retar a Batista en una declaración pública 10 días antes: «Voy a Cuba con mi Ejército de Liberación. Vamos a desembarcar un día de estos y a iniciar la guerra contra ese monstruo sanguinario», dijo. Por aquella amenaza fue reprendido por uno de sus compañeros, Alberto bayo, que le espetó: «¡Pero déjese usted de bravadas, coño! Qué esto no es cachondeo».
La penurias de Fidel y el «Che» a bordo del Granma
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Fidel, caminando por Sierra Maestra (1957)
El Granma, convertido hace años en monumento nacional, medía menos de 14 metros y tenía una única cubierta. Apenas tuvieron tiempo de arreglarle el motor y el embrague, que patinaba. No parecía ni de lejos el mejor vehículo para iniciar un golpe de Estado. El plan era provechar la huelga general que los grupos opositores a Batistadesatarían en La Habana y extenderían a toda la isla unos días más tarde, pero poco después de zarpar se dieron cuenta de que no llegarían a tiempo.
Nada más echarse al mar, el oleaje barrió la cubierta e inundó todos los recovecos del barco. Comenzaban las dificultades. Se pasaron medio viaje achicando el agua a baldazos, durante seis días insoportables y desmoralizadores. Sobre todo el quinto, que era el previsto para desembarcar y comenzar la invasión. «Hoy es 30 de noviembre, ya deberíamos haber llegado. ¿Me quieren decir qué mierda hacemos acá?», preguntó deprimido uno de los agotados tripulantes. Nadie contestó, aunque todos pensaban lo mismo.

Sin combustible ni alimentos

Nadie hubiera dicho que aquellos hombres se habían pegado por embarcar rápido en Tuxpan, cuando corrió el rumor de que no iban a caber todos. Las fuerzas estaban por los suelos, mientras el Granma continuaba navegando con su bandera rojinegra izada en la popa, las luces apagadas y en medio de de un fuerte temporal. «En aquel pedazo de tabla no se podía dar un paso», contó Sanchez Amaya en la biografía del «Che» escrita por Hugo Gambini, convertida en best-seller en Argentina.
La penurias de Fidel y el «Che» a bordo del Granma
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Castro y el Che antes de embarcar en el Granma
El 1 y 2 de diciembre, el barco aún daba vueltas buscando desesperadamente la luz del faro de cabo Cruz, en Cuba, pero la situación era catastrófica. El combustible, los alimentos y el agua prácticamente se habían agotado. Pero con las primeras luces del alba de aquel día 2, y nada más intuir la isla a lo lejos, Fidel, angustiado, ordenó avanzar a toda velocidad hacia la costa. Antes de llegar, el Granma encalló en un enorme manglar, con tan mala suerte que, a solo dos kilómetros, había una playa en la que hubieran podido desembarcar sin contratiempos. «La peor ciénaga de la que jamás haya visto u oído hablar», escribió Raúl Castro en su diario.
Utilizaron el bote auxiliar para llevarse las armas del Granma, pero no aguantó el peso y se hundió en el cieno con su valioso cargamento. Todo eran calamidades, según contó Castro años después: «Más de cuatro horas sin parar, apenas para atravesar aquel infierno. Los expedicionarios sólo lograron avanzar 500 metros por cada hora de fatigoso andar». La costa, en aquel fango, parecía inalcanzable.

Sorprendidos por el Ejército de Batista

Nada más hundirse en el lodo e iniciar la marcha hacia tierra firme, comenzaron a escuchar el fuego del Ejército de Batista, por lo que Fidel, que por aquel entonces tenía 31 años, ordenó que cada hombre se olvidara de su equipo y se salvara. «Explosivos, provisiones de municiones, víveres y medicinas tuvieron que ser abandonados», según la versión del desembarco reconstruida por Leo Huberman Paul M. Sweezy.
«Constituíamos un ejército de sombras, de fantasmas, que caminaban como siguiendo el impulso de un oscuro mecanismo psíquico», recordaba el Che años después.
La penurias de Fidel y el «Che» a bordo del Granma
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Castro, un año antes de tomar Cuba
Al llegar a la costa ya casi había amanecido. Había que salir de allí cuanto antes para que no les divisaran los aviones, por lo que Fidel arengóa gritos al resto de rebeldes: «¡Iremos a las montañas. Hemos llegado a Cuba y triunfaremos!». Pero nadie se creía semejante perorata. Acababan de perder todo el equipo en aquella ciénaga y caminaban con botas nuevas que les provocaban llagas, sin víveres y con un cansancio feroz. ¿A qué montaña iban a trepar si no tenían fuerzas ni para seguir andando en el llano? Pero lo hicieron.
Aquel sólo fue el comienzo. Pero aún quedaban otros tres de lucha en la selva… 

viernes, 2 de octubre de 2015

2 de octubre de 1968: en la Ciudad de México, el ejército mexicano asesina a grupos de civiles, mayormente estudiantes (Matanza de Tlatelolco).

El movimiento estudiantil de 1968 fue un movimiento social en el que además de estudiantes de la UNAM, IPN, y diversas universidades, participaron profesores, intelectuales, amas de casa, obreros y profesionistas en la Ciudad de México y que fue reprimido el 2 de octubre de 1968 por el gobierno de México en la «matanza en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco» y finalmente disuelto en diciembre de ese año


El hecho fue cometido por el grupo paramilitar denominado Batallón Olimpia, la DFS y el Ejército Mexicano, en contra de una manifestación convocada por el Consejo Nacional de Huelga, órgano directriz del movimiento. De acuerdo con lo dicho por sí mismo en 19691 y por Luis Echeverría Álvarez, el responsable de la matanza fue Gustavo Díaz Ordaz.2 Posteriormente fueron acusados Echeverría, Díaz Ordaz y otros altos funcionarios de haber trabajado para la CIA.
Debido a la acción gubernamental al pretender ocultar información, no se ha logrado esclarecer exactamente la cantidad oficial de asesinados, heridos, desaparecidos y encarcelados.
La fuente oficial reportó en su momento 20 muertos, pero las investigaciones actuales deducen que los muertos podrían llegar a varias centenas y responsabilizan directamente al gobierno de México.3 El corresponsal de la BBC de Londres en México, Julian Petiffer, quien presenció los hechos, mencionó en un despacho noticioso4 que «en una destacable demostración de estupidez, brutalidad, o ambas juntas, el ejército y la policía pasaron fuego de ametralladores por miles de manifestantes pacíficos y gente que iba de paso por el lugar...» y estimó el número de estudiantes asesinados en, al menos, 200.5 Miembros del Consejo Nacional de Huelga proporcionaron al periodista británico John Rodda la cifra de 325 muertos, número que Rodda no confirmó antes de su publicación en el rotativo The Guardian,6 pero que cotejó con datos del Hospital Militar para concluir que fueron 267 muertos y 1,200 heridos.7 Investigaciones de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) de los Estados Unidos solo han logrado identificar a 34 muertos, mismos cuyo nombre aparece en la lápida conmemorativa de Plaza de las Tres Culturas.
El periodista Sergio Sarmiento, quien participó en el movimiento, menciona que si hubo más muertos o desaparecidos en este incidente, en todo caso, ni parientes ni conocidos han aparecido para reclamarlos.9 De acuerdo a documentos intercambiados entre Alfonso Corona del Rosal, jefe del Departamento del Distrito Federal, y el secretario de Defensa Nacional, general Marcelino García Barragán, hubo 43 muertos, incluyendo entre ellos un niño y cuatro soldados. En un video se muestra como un soldado cubre al niño de las balas y de lo que pasaba
Politólogos e historiadores coinciden en señalar que este movimiento y su terrible desenlace incitaron a una permanente y más activa actitud crítica y opositora de la sociedad civil, principalmente en las universidades públicas, así como a alimentar el desarrollo de guerrillas urbanas y rurales y dio cabida al periodo conocido como la Guerra Sucia. La Fiscalía Especial para los Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (FEMOSPP), incluye el movimiento del 68 en su informe de febrero 2006 con respecto a dicho periodo.
Autores como Fernand Braudel, Immanuel Wallerstein y Carlos Antonio Aguirre Rojas coinciden en señalar al movimiento de México inserto en un contexto planetario de luchas sociales surgidas y recreadas de las universidades luego de vivirse un periodo de supuesta y aparente bonanza económica por la posguerra, siendo Braudel el primero en denominar al movimiento «Revolución cultural de 1968», caracterizado por revolucionar para siempre los tres principales espacios de recreación de la cultura: la familia, los medios de comunicación y la escuela.






viernes, 11 de septiembre de 2015

La última decisión de Salvador Allende.


El documental nos lleva a las últimas horas trágicas del presidente chileno Salvador Allende, considerado uno de los más grandes demócratas del siglo XX. El director chileno Patricio Henriquez, ilustra magistralmente en este documental cómo las Fuerzas Armadas de Chile, dirigidas por el general Pinochet, bombardearon el Palacio Presidencial el 11 de septiembre de 1973, acabando de este modo con el presidente Allende, fruto de un proceso electoral.

Salvador Guillermo Allende Gossens (Santiago, 26 de junio de 1908 -- Santiago, 11 de septiembre de 1973) fue un médico y político socialista chileno, presidente de Chile entre el 4 de noviembre de 1970 y el 11 de septiembre de 1973.

Allende fue un destacado político desde sus estudios en la Universidad de Chile. Fue sucesivamente diputado, ministro de Salubridad del gobierno de Pedro Aguirre Cerda, y senador desde 1945 hasta 1970, ejerciendo la presidencia de dicha cámara del Congreso entre 1966 y 1969.

Fue candidato a la presidencia de la República en cuatro oportunidades: en las elecciones de 1952 obtuvo un magro resultado; en 1958 alcanzó la segunda mayoría relativa tras Jorge Alessandri; en 1964 obtuvo un 38% de los votos, que no le permitieron superar a Eduardo Frei Montalva; y, finalmente, en 1970 en una reñida elección a tres bandas, obtuvo la primera mayoría relativa de un 36,6%, siendo ratificado por el Congreso Nacional. De ese modo, se convirtió en el primer presidente marxista en Occidente que accedió al poder a través de elecciones generales en un Estado de Derecho.

El gobierno de Allende, apoyado por la Unidad Popular (un conglomerado de partidos de izquierda), destacó tanto por el intento de establecer un camino no revolucionario hacia un Estado socialista usando medios legales --la vía chilena al socialismo--, como por proyectos como la nacionalización del cobre, en medio de la polarización política internacional de la Guerra Fría y de una grave crisis económica y financiera interna. La Cámara de Diputados, de mayoría opositora, aprobó un documento en agosto de 1973 en el que acusaba al gobierno de Allende de incurrir en violaciones permanentes de la constitución. Su gobierno terminó abruptamente mediante un golpe de Estado el 11 de septiembre de 1973, en el que participaron las tres ramas de las Fuerzas Armadas y el cuerpo de Carabineros, tres años antes del fin su mandato constitucional; ese mismo día, luego que el Palacio de La Moneda fuese atacado por aviones y tanques, se "suicidó".

Tras el fin de su gobierno sobrevino una dictadura militar encabezada por el general Augusto Pinochet, que duraría 17 años.




jueves, 6 de agosto de 2015

70 años de la bomba de Hiroshima

“La bomba de Dios”
Autor: Eduardo Galeano


En 1945, mientras este día nacía, murió Hiroshima.
En el estreno mundial de la bomba atómica, la ciudad y su gente se hicieron carbón en un instante.
Los pocos sobrevivientes deambulaban, mutilados, sonámbulos, entre las ruinas humeantes. Iban desnudos, y en sus cuerpos las quemaduras habían estampado las ropas que vestían cuando la explosión. En los restos de las paredes, el fogonazo de la bomba atómica había dejado impresas las sombras de lo que hubo: una mujer con los brazos alzados, un hombre, un caballo atado.
Tres días después, el presidente Harry Truman habló por radio.
Dijo:
—Agradecemos a Dios que haya puesto la bomba atómica en nuestras manos, y no en manos de nuestros enemigos; y le rogamos que nos guíe en su uso de acuerdo con sus caminos y sus propósitos.


Eduardo Galeano
De: “Los hijos de los días”
Ed. Siglo XXI de España Editores – 2012©

sábado, 1 de agosto de 2015

La ‘Colección Mexicana’ en Chile: una historia de solidaridad

La exposición es el fiel reflejo de cómo, en determinados momentos de la historia, se une la política con el arte



Veinticinco años después de la reanudación de relaciones diplomáticas entre México y Chile, en 1990, la historia de cómo se integró la llamada Colección Mexicana en el Museo de la Solidaridad Salvador Allende (MSSA) de Santiago de Chile, uno de los museos de arte moderno más interesante en Sudamérica, sigue siendo el testigo vivo y silencioso de la utopía de construir una sociedad igualitaria, la representación plural y a la vez contradictoria de los diversos lenguajes con que la pintura y la escultura expresan una o varias maneras de comprender el mundo, y el fiel reflejo de la relación que, en determinados momentos de la historia, une a la política con el arte.
La Colección Mexicana, un conjunto de 305 obras hoy alojada en el antiguo Palacio Heiremans, una casa de principios del siglo XX ubicada en el barrio República santiaguino, que más tarde sería la embajada de España y donde luego, paradoja cruel, operó un centro de tortura de la Central Nacional de Informaciones, la policía política de Augusto Pinochet, es una refinada muestra, desde el punto de vista ético y estético, de la manera en que el arte intenta influir, de modo libre y único, en una coyuntura política muy particular. Pero la muestra relata también, mediante formas, imágenes, colores, materiales y texturas variadas, una historia de solidaridad con aquellos valores y principios en que se funda toda comunidad civilizada que pretenda ser digna de ese nombre.
El itinerario recorrido en sus distintas etapas por el MSSA —y el estupendo acervo que lo integra (www.mssa.cl) con alrededor de 2700 obras—, ha sido bien documentado, tanto en su primer momento –de 1971 a 1973- cuando numerosos artistas internacionales, invitados por Salvador Allende en el marco de la “Operación Verdad” para observar lo que estaba sucediendo en el gobierno de la Unidad Popular, enviaron obra como gesto de fraternidad, como de 1973 a 1990, el período de la dictadura, cuando las donaciones fueron remitidas a los grupos de exiliados en diversos países, hasta la reunión de toda la obra en Chile y la apertura del museo, luego del retorno de la democracia. Lo que probablemente son menos conocidas son las circunstancias que, con el impulso de sus principales promotores, motivaron a artistas, creadores, críticos, intelectuales, diplomáticos, museógrafos e incluso dirigentes políticos, a apoyar no tanto un proyecto cultural, que lo era, sino una causa claramente política, que es el origen y fundamento de la gran colección que hoy atesora el museo.
‘Por una reforma agraria integral auténtica’ (1965), lineografía del pintor mexicano Adolfo Quinteros.
En ese trayecto, el envío mexicanofue el primero en producirse, a fines de 1971, en la etapa conocida comoSolidaridad, que pretendió ofrecer un respaldo político y moral a Allende y la Unidad Popular. Gracias a la convocatoria de un grupo de artistas mexicanos, entre ellos Octavio Bajonero, Guillermo Ceniceros, Esther González y José Zúñiga; al ascendiente que ejercía el legendario museógrafo Fernando Gamboa en la vida cultural mexicana, y a la organización logística del entones agregado cultural de la embajada de Chile en la ciudad de México, José de Rokha, el Museo recibió en esos primeros años 179 obras, a las cuáles se sumaron, ya en la etapa de laResistencia, es decir después del golpe de Estado, 126 más, para integrar 305 piezas tanto de artistas mexicanos como de muchos otros que, sin serlo, residían en México.
Por supuesto que en el corazón de esa disposición de los artistas estaban principalmente la generosidad, las afinidades ideológicas con la vía chilena al socialismo, el sueño que encabezaba Allende, y lo que por aquellos años todavía se conocía como el compromiso político de creadores alineados con posiciones nacionalistas y progresistas, cualquier cosa que esto signifique en estos tiempos. Pero es indudable que igualmente contribuyó una atmósfera de marcada simpatía hacia Chile y hacia Allende, específicamente por parte de distintas fuerzas políticas mexicanas, de ciertos grupos intelectuales y del gobierno del Presidente Luis Echeverría.
Las razones de ese sentimiento, sin embargo, que en tal coyuntura galvanizó de algún modo a grupos y corrientes heterogéneas y en ocasiones antagónicas, se fundían en el experimento chileno pero tenían mucho que ver con la singularidad, el excepcionalismo dirían algunos académicos, del régimen político mexicano, de sus relaciones con la izquierda doméstica y externa como con América Latina, y, de hecho, de sus relaciones internacionales.
Durante la larga era del partido dominante en la política mexicana, así como en la cultura cívica que inevitablemente procreó, la política exterior fue, a caballo entre mitos, realidades y desafíos, una de las áreas en donde los diferentes actores parecían haber logrado un elevado grado de coincidencias. A diferencia de otras políticas públicas, la acción internacional de México fue generalmente un espacio de consensos más que de disensos; una extensión del lábaro patrio en el que se envolvieron -bajo una mezcla de nacionalismo, timidez y desconfianza ante lo externo- gobiernos, partidos, intelectuales, académicos y la opinión pública, tanto para resolver determinados arreglos de la política interna como para que el país buscara un sitio pretendidamente propio en el mundo.
El carácter relativamente autónomo de esa política no fue una cuestión solo de principios sino más bien instrumental y, en algunos momentos, de evidente sobrevivencia. En el siglo XIX y en elporfiriato sirvió para consolidar la independencia mexicana y la viabilidad de la naciente república y para establecer un contrapeso ante las tentaciones españolas de reconquista y los afanes expansionistas de Estados Unidos. En la Revolución funcionó para alcanzar el reconocimiento del nuevo régimen y resolver los saldos de la guerra civil. Entre los años cuarenta y sesenta, permitió sacar ventaja de la recuperación económica posterior a la Segunda Guerra Mundial y navegar con cierta comodidad en medio de la tensión bipolar derivada de la Guerra Fría, y en los años 70 se utilizó para desplegar un nuevo activismo basado en lo que entonces se definió como “no alineamiento” o “tercermundismo”.
‘Perro de la revolución’, de Enrique Estrada. Enrique Estrada, “Perro de la revolución”, óleo s/tela, 119.7 x 120 cms., 1977
Una lectura detenida y desapasionada de cada una de esas etapas revela que la política exterior mexicana no fue siempre estrictamente principista —aunque tuvo notables éxitos diplomáticos como en los casos de la ruptura franquista en España, el derrocamiento de Arbenz en Guatemala, la revolución cubana o el propio golpe de estado en Chile—, sino que de manera a veces muy puntual los distintos gobiernos la esgrimieron, en primer lugar, para ensanchar los márgenes de negociación en la compleja, variada, difícil y accidentada agenda bilateral con los Estados Unidos; para cobijarse, en segundo término, bajo el paraguas de seguridad norteamericano en el hemisferio y evitar, gracias a su relación especial con la revolución cubana, que México se viera contaminado por los brotes de insurgencia que proliferaron en América Latina, y, finalmente, para neutralizar a la disidencia interna y a las organizaciones de izquierda, entonces ilegales en México, que supuestamente amenazaban la estabilidad política encarnada en el régimen de partido casi único.
Es decir, mientras México vivió esos períodos históricos, seguir una política exterior cautelosa, neutral, aislada y, en ocasiones, hasta solitaria, cimentada en una noción militante de la soberanía y el nacionalismo, fue una decisión prudente que le permitió sobrellevar los costos de la vecindad norteamericana, sostener un cierto equilibrio ante el enfrentamiento bipolar, contener a las oposiciones políticas locales, y dar una imagen de apertura que casaba bien con los vientos de la época.
En el frente político interno, el inicio del nuevo gobierno en los años setenta –que coincide con la elección de Allende- lleva a Echeverría a la necesidad de afrontar la herencia del movimiento estudiantil de 1968, que terminó en la matanza de Tlatelolco, reconciliando al régimen con los universitarios y las élites progresistas, reemplazando a generaciones políticas anteriores por funcionarios más jóvenes y en apariencia más modernos en su gabinete, incorporando a intelectuales muy visibles en posiciones de distinción (Carlos Fuentes fue, por ejemplo, embajador de México en Francia de 1972 a 1976), abriendo nuevas universidades públicas y centros de investigación que en teoría facilitaran la movilidad ascendente de los jóvenes o creando instituciones típicas del estado de bienestar.
Como era lógico, a ese diseño correspondió otro, de perfiles más o menos equiparables, en materia de política internacional, que parecía introducir algunas innovaciones en la tradición diplomática mexicana. Por un lado, se propuso ejecutar una política de mayor activismo y estrecho acercamiento hacia mecanismos multilaterales como el Movimiento de los países No Alineados, el Grupo de los 77 y, en general, el Tercer Mundo. Y por otro, se planteó elaborar un modelo alternativo de desarrollo para los países marginales, que articuló en la Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados, presentada en la Tercera Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD III) celebrada justamente en Santiago en abril de 1972.
Ese activismo condujo a Echeverría a hacer durante su gobierno 12 viajes internacionales y estar en 36 países. Fue el primer presidente mexicano que visitó Cuba y la antigua Unión Soviética, acudió a laOrganización de Estados Americanos en una ocasión y a las Naciones Unidas dos veces, y recibió a más de 30 jefes de Estado y otros funcionarios extranjeros de alto nivel. México incrementó el número de países con los que tenía relaciones de 67 a 129, y firmó 160 tratados y acuerdos internacionales.
El enfoque conceptual que sostenía ese ajetreo era hacer patente que, en un mundo bipolar, el único instrumento geopolítico para contar con una diplomacia más o menos autónoma y ensanchar el margen de maniobra para preservar y eventualmente fortalecer los intereses nacionales de México, era a través de la construcción, en horas en que asomaban ya los rescoldos de la Guerra Fría, de un camino aparentemente propio, progresista y equidistante de las dos grandes superpotencias de la época.
Con independencia de los escasos resultados que realmente arrojó la estrategia en esos años —expresada ciertamente en decisiones políticas acertadas, de apreciable dignidad y de clara autonomía declarativa— para robustecer la soberanía nacional, disminuir la dependencia económica externa o incrementar la influencia de México en la arquitectura internacional, lo cierto es que irrigó el florecimiento en el ambiente público, especialmente de la ciudad de México, y en numerosos sectores políticos e intelectuales, en una era donde la región estaba plagada de dictadores o caudillos, de una seducción por lo que estaba ocurriendo en Chile bajo el mandato de Allende.
A lo largo del siglo XX, Chile había estado vigente en el imaginario mexicano por distintas razones. En los años veinte, por ejemplo, cuando Gabriela Mistral viajó a México para colaborar en la puesta en marcha del naciente ministerio de Educación (hoy existen en México 984 escuelas públicas de nivel básico que llevan su nombre) y de los primeros planes pedagógicos nacionales. En los años cuarenta, cuando Pablo Neruda vivió en México como Cónsul General de Chile (y se convierte, según Christopher Domínguez Michael, en “un verdadero cacique de la literatura hispanoamericana cuya sede obispal instala en la ciudad de México”) y contribuye a lograr que David Alfaro Siqueiros y Xavier Guerrero fueran a pintar los murales que hoy se encuentran en la Escuela México de Chillán, un centro escolar donado por México durante las presidencias de Lázaro Cárdenas y de Manuel Ávila Camacho luego del sismo de 1939. En los años cincuenta, cuando Daniel Cosío Villegas decide abrir en Santiago la segunda filial latinoamericana del Fondo de Cultura Económica, antes que la de Madrid con Javier Pradera al frente, en 1963. O una década más tarde cuando, después del terremoto de 1960, se suscribe el Plan de Cooperación Fraternal México-Chile, que fue un mecanismo con el cual México financió el desarrollo de infraestructura cultural, educativa y deportiva para coadyuvar a la reconstrucción de las zonas más afectadas en Santiago y en el interior del país.
‘Bilbao y Galvarino’, de David Siqueiros. David Alfaro Siqueiros, “Bilbao y Galvarino”, litografía, 75 x 58.8 cms, c1946
Pero en el aspecto político, lo que sucedía en el lejano Chile de los años sesenta resultó también atractivo para los mexicanos interesados en los asuntos latinoamericanos en dos momentos particularmente relevantes.
Por un lado, el éxito electoral de la Democracia Cristiana encabezada por Eduardo Frei Montalva, con su reforma agraria (que fue inevitablemente contrastada con la que México venía realizando desde los años treinta) y la “chilenización” del cobre, constituyó una originalidad porque tales decisiones sugerían que una formación conservadora podía emprender políticas económicas y sociales avanzadas para la época, y que éstas no eran patrimonio reservado de gobiernos o partidosrevolucionarios, según la terminología en boga. Por otro, la “revolución en libertad” de Frei inspiró y de hecho reanimó las opciones de un centro-derecha mexicano en principio más moderno y cautivó a políticos, periodistas y académicos jóvenes que, procedentes de una matriz cristiana, humanista y relativamente liberal, querían participar en una oposición política distinta al partido gobernante.
El segundo momento, el triunfo de Allende en 1970, fue más decisivo y tuvo un sensible impacto en ciertas corrientes ideológicas e intelectuales en México.
En un sentido, para quienes dentro pero sobre todo fuera del régimen intentaban promover algunas reformas, simbolizó la creencia de que una ruta democrática y pacífica hacia el socialismo era posible, y, más aún, que era posible en América Latina. Recuérdese que en ese año mandaban Stroessner en Paraguay, Velasco Alvarado en Perú, Onganía y sus sucesores en la Argentina o los militares en Brasil. En España todavía vivía Franco y en Portugal el Estado Novo de Salazar agonizaba pero sobrevivió cuatro años más antes de caer bajo los pétalos de la revolución de los claveles. Con ese panorama, el ascenso de la Unidad Popular fue casi una epifanía entre diversos sectores políticos en México. Y en otro sentido, le ofreció a la recién inaugurada presidencia de Echeverría la oportunidad de tejer una relación privilegiada con un gobierno de izquierda, novedoso en América Latina, con la cual aumentar su legitimidad interna como un gobierno que quería dar la imagen de apertura y cambio.
Hasta donde se sabe, Echeverría y Allende no se conocieron personalmente sino hasta 1972, pero las presuntas afinidades fueron varias en temas económicos, como la propiedad estatal de sectores estratégicos o el tratamiento de la deuda externa de los países subdesarrollados, así como en materia de política internacional y no alineamiento.
Echeverría visitó Santiago en abril de 1972 para participar en la mencionada UNCTAD III, en una circunstancia extremadamente crítica en Chile. El objetivo inmediato del viaje fue desde luego presentar la Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estadospero también dar una clara señal de apoyo al gobierno de Allende en momentos en que la situación política y económica del país sufría un grave, creciente y, como se vio a la postre, imparable deterioro.
Durante cuatro días, el presidente mexicano insistió en un mensaje de estridente orientación nacionalista, con un reconocimiento directo al proceso democrático en Chile, haciendo énfasis en la viabilidad de que las transformaciones en América Latina tuvieran lugar de forma pacífica e institucional, y subrayando el respeto al pluralismo y a la diversidad de los sistemas políticos en la región y al derecho de los estados de disponer libremente de sus recursos naturales.
Al respaldo diplomático y político del gobierno mexicano al de Allende, siguió otro en el aspecto material. Como han documentado distintos historiadores, en abierto desafío a la política norteamericana de aislamiento a Chile y a pesar de que la situación financiera mexicana era precaria, Echeverría proporcionó por ejemplo, en 1973, créditos que llegaron a los 80 millones de dólares, embarcó un cargamento de emergencia de 400 mil barriles de petróleo a Chile y envió en condiciones comerciales muy favorables cantidades considerables de azufre, cacao, maíz y trigo.
En correspondencia, el 30 de noviembre de 1972 Allende llegó a México y su visita fue saludada por el gobierno anfitrión, por algunos medios de comunicación y por las distintas corrientes nacionalistas y de izquierda, dentro y fuera del partido oficial, como una revelación. Como se analizó líneas atrás, el proceso chileno, o mejor dicho: la percepción de un país que buscaba la transición democrática al socialismo, había sido seguido muy de cerca en México de suerte que ver y escuchar en plena acción a quien lo encarnaba coaguló aspiraciones ideológicas, controversias intelectuales y ventajas políticas de los distintos actores mexicanos. El violento derrocamiento de Allende y su trágica muerte, sucedidos meses después, tuvo en México, por consecuencia, un efecto psicológico y político que derivó tanto en gestos muy consistentes de activa y concreta solidaridad como en cierta reflexión intelectual acerca de las posibilidades reales de arribar al socialismo por el sendero de los votos y las instituciones.
Quizá nadie condensó mejor ese sentimiento que Octavio Paz: “El cuartelazo del ejército chileno y la muerte violenta de Salvador Allende han sido acontecimientos que, una vez más, han ensombrecido a nuestras tierras. Ayer apenas Brasil, Bolivia, Uruguay -ahora Chile. El continente se vuelve irrespirable. Sombras entre las sombras, sangre sobre la sangre, cadáveres sobre cadáveres: la América Latina se convierte en un enorme y bárbaro monumento hecho de las ruinas de las ideas y de los huesos de las víctimas”.
Lo que vino después es historia conocida. Tras el golpe militar de septiembre de 1973 y hasta noviembre de 1974, cuando Echeverría decide romper las relaciones diplomáticas con la dictadura militar, México asiló a entre 600 y 700 chilenos y algunos más de otras nacionalidades, tanto en la residencia como en la cancillería de la embajada mexicana en Santiago. Se calcula que se exiliaron en este país unas tres mil personas, entre ellos la familia del presidente Allende, aunque se habla del doble al sumar a quienes llegaron en las distintas oleadas,
Con los años, México mantuvo una férrea actitud de solidaridad y apoyo; fue sede de numerosos encuentros de dirigentes políticos, intelectuales y académicos chilenos, residentes en México y en otros países, que empezaban a planear la resistencia del exilio contra la dictadura; acogió, en 1975, la tercera sesión de la Comisión Internacional Investigadora de los Crímenes de la Junta Militar en Chile; financió la creación de centros de investigación impulsados por académicos chilenos o de otras instituciones como la Casa de Chile, y, en suma, facilitó a numerosos científicos, académicos, investigadores, políticos, maestros, artistas y profesionales integrarse a lo que se convertiría en su nuevo hogar.
La combinación de estos elementos –cultura, solidaridad y política-, que caracterizó la visión de Chile desde México a lo largo de las décadas de los sesenta y setenta, explica puntualmente el entorno afectivo que se generó por Chile en círculos mexicanos y que estimuló no solo las donaciones al MSSA sino, dicho con más propiedad, definió la calidad del trato de México hacia Chile en los años de la Unidad Popular y, durante la dictadura, hacia los miles de exiliados chilenos que encontraron en México refugio y la oportunidad de rehacer sus vidas truncadas por el cuartelazo.
La Colección Mexicana, por tanto, no surgió tan solo de una simpatía política, una vocación estética o de la adhesión a un proyecto cultural, aunque fuese expresión de todo ello en su origen. Era también una peculiar modalidad del así llamado internacionalismo revolucionario y prueba de que el arte ejerce, dentro de un determinado contexto, un raro pero enérgico poder sobre los áridos terrenos de la lucha política y la recuperación de las libertades fundamentales.
Vista a la distancia, esta colección es una manifestación riquísima de la pintura y la gráfica mexicanas y sus diversas evoluciones, pero también de su variedad, sus matices y sus contradicciones plásticas, políticas y artísticas. El envío mexicano, dice la historiadora chilena Carla Miranda, “significó recibir un territorio estilístico en donde las confrontaciones entre el realismo socialista versus la independencia del arte eran aún más latentes y obvias que en los otros envíos…Los artistas donantes de este primer envío mexicano pertenecieron a diferentes generaciones y tendencias, tanto políticas como artísticas, no obstante sus obras retratan la antigua contienda entre arte y política vivida en México”.
La Colección Mexicana es un auténtico caleidoscopio en el que destacan por igual la militancia política y el intenso historicismo en las obras del Taller de la Gráfica Popular, de Siqueiros, Gilberto Aceves Navarro o Arturo García Bustos, que fueron emblemáticos del nacionalismo mexicano de la posrevolución, del radicalismo social, del compromiso político, o en los temas épicos bien expresados en el muralismo, que los vientos renovadores que introdujo, tras el agotamiento de la Escuela Mexicana de Pintura, la llamadageneración de la Ruptura representada en la colección por Manuel Felguérez y Vicente Rojo, entre otros, o pintores de otras pertenencias estilísticas y orígenes geográficos como José Luis Cuevas, Arnold Belkin, Helen Escobedo, Ricardo Martínez, Myra Landau, Vicente Gandía o Kazuya Sakai. Otros artistas como Fernando García Ponce, Leonel Maciel, Juan Castañeda, Elva Garma y Juan Manuel de la Rosa, también parte de la Colección Mexicana del MSSA, pero de mundos, edades, estilos y técnicas heterogéneas, compartieron sin embargo el denominador común de narrar el tránsito estético de lo que sería la pintura mexicana de la segunda mitad del siglo XX.
Todas estas últimas generaciones eran artistas cuya obra, a partir de los años sesenta, representó nuevos cauces expresivos en la plástica mexicana. Dicho en otros términos, era un grupo de creadores que intentaba dejar atrás a los pintores míticos de la evangelización vasconcelista y la moralización cardenista para introducir un cambio poderoso y refrescante que, si bien reconocía determinadas identidades mexicanas y sus raíces fundacionales, se exteriorizaba de una manera completamente distinta. Su formulación geométrica, abstracta o surrealista era, en alguna medida, fiel al origen pero también aventuraba lo que sería la plástica mexicana en las siguientes décadas. El espíritu contradictor, el uso de nuevos y variados ingredientes, texturas y colores para crear formas desafiantes, figuras inéditas o ambientes cotidianos pero redescubiertos, o el expresionismo abstracto como significado, fueron algunas de las aportaciones fundamentales de esta riada de pintores, por nacimiento o por elección, mexicanos.
“Gracias a ellos –escribió Paz— el arte mexicano de esta década posee carácter y diversidad, osadía y madurez. (…) Aunque las disyuntivas estéticas han sido y son las mismas para todos, las obras de cada uno de los artistas expresan una visión individual del mundo y de la realidad. (Y) Por más diversas y desemejantes que sean las obras con que estos pintores responden a la informulada pregunta que les hace la realidad mexicana, hay un elemento que los une y que, en cierto modo, es una contestación que los engloba a todos: el arte no es una nacionalidad pero, asimismo, no es un desarraigo”.
Finalmente, cuatro décadas después del primer envío, la Colección Mexicana del MSSA puede ser apreciada, desde una perspectiva principalmente estética, como una armónica suma de contradicciones pero también de coherencia. Por un lado, el itinerario durante el que dicho acervo se fue reuniendo plasma con fidelidad los distintos matices y acentos creativos, intelectuales, históricos y políticos de las artes visuales en el México del siglo pasado. Y por otro, cada una de las obras testimonia, ciertamente, una pasión por el arte y un respeto al valor de la historia, pero supone sobre todo una lección de solidaridad.
Otto Granados es embajador de México en Chile
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sábado, 23 de mayo de 2015

Hemingway y Cuba, una pasión revivida

Los nietos del Nobel de Literatura emprenden el mismo viaje en barco que hiciera Hemingway a bordo de su amado "Pilar"




En 1934, nada más regresar de un safari por África y con los algo más de 3.000 dólares que había recibido de adelanto por unos relatos breves, Ernest Hemingway se dirigió a un astillero de Coney Island y se hizo con un elegante yate deportivo que bautizaría con el nombre de Pilar. El 19 de julio de ese año, Hemingway ponía rumbo a Cuba, isla en la que acabaría instalándose unos años más tarde, a bordo de su flamante barco, especialmente equipado para una de sus aficiones favoritas, la pesca deportiva.
Comenzaba un romance entre el escritor, una isla y un barco que se acabó convirtiendo en inspiración literaria y en su único amor y refugio constantes hasta su muerte, en 1961. Casi 81 años después de ese primer viaje en el Pilar, otros Hemingway -sus nietos John y Patrick- y en otros barcos, han tomado el mismo rumbo desde el mismo puerto de partida, Key West, y con el mismo destino, Cuba. Es este un viaje “histórico y simbólico”, dijo John Hemingway a este periódico. Y con una gran carga de recuerdos y sobre todo esperanza, subrayó, en la nueva era que comenzó entre Estados Unidos y la isla con el anuncio de la normalización de relaciones tras más de medio siglo de antagonismo, el pasado 17 de diciembre.
El periplo, que comenzó el viernes con la partida de la flotilla estadounidense, continuará el lunes con la participación de los nietos del escritor, junto con otro medio centenar de pescadores aficionados norteamericanos, en el Torneo de la Pesca de Aguja “Ernest Hemingway”, que cumple 65 años. A bordo de su amado Pilar, “Papá Hemingway” ganó tres veces seguidas, de 1953 a 1955, el torneo que acabó recibiendo su nombre y en el que estuvo presente, por última vez, en 1960, momento en el que coincidió con Fidel Castro.
En los últimos años, algunos estadounidenses participaron en el torneo cubano -uno de los más antiguos del mundo, según sus organizadores- aunque tuvieron que volar primero a la isla para ello. Han tenido que pasar décadas, y un cambio radical en la política de EE UU hacia Cuba, para que pudieran zarpar -al menos de forma legal, subraya John Hemingway- en sus propios barcos hacia la isla. Un objetivo que ha costado meses de trabajo y burocracia para obtener los permisos del Gobierno estadounidense. Dado que el embargo sigue en pie, se requiere de una licencia especial del Departamento de Comercio tan solo para que un barco parta de EE UU hacia Cuba y pueda regresar. Y otra del Departamento del Tesoro para transportar a personas.
Pero el esfuerzo ha merecido la pena, sostuvo Jeffrey Boutwell, del Latin American Working Group Education Fund, la organización que está detrás de este viaje. “No hay otra persona que simbolice la amistad entre Cuba y EE UU de la forma en que lo hace Ernest Hemingway”, recordó.
La primera visita de los nietos de Hemingway a Cuba, en septiembre del año pasado, sirvió para conmemorar el 60 aniversario del Nobel de Literatura que recibió su abuelo. Además, promovieron el acercamiento entre los pueblos y abogaron por esfuerzos conservacionistas bilaterales con los que esperaban también tender puentes entre Cuba y EE UU. Ocho meses más tarde, y con el 17 de diciembre de por medio, sus deseos empiezan a cumplirse. Falta aún sin embargo la libertad para viajar a Cuba de la que disfrutó Hemingway, recuerdan tanto su nieto como Boutwell. Por ello, este viaje también adquiere ahora un tono reivindicativo que están seguros habría aplaudido el autor de “El viejo y el mar”.
“No solo lo habría aprobado, estoy seguro de que se habría sentido muy indignado ante la idea de que los estadounidenses tuvieran prohibido viajar libremente a Cuba”, afirmó Boutwell. “No importan cuáles pudieran ser las diferencias políticas o los diferentes gobiernos, Hemingway se habría sentido totalmente horrorizado por que el Gobierno estadounidense restringiera a sus ciudadanos los viajes al extranjero”.

 Washington //http://internacional.elpais.com/

jueves, 6 de noviembre de 2014

Berlín 1961: un muro para "salir del apuro"


 Agosto de 1961: Un obrero trabaja en la construcción del Muro bajo vigilancia militar / DPA-Corbis
Los diez tanques M48 Patton norteamericanos avanzaron hacia Friedrichstrasse y se posicionaron en Checkpoint Charlie, con sus cañones apuntando al otro lado de la frontera, mientras los helicópteros sobrevolaban a baja altura el sector oriental para vigilar los movimientos contrarios. Los británicos colocaron tres cañones antitanque en los alrededores de la Puerta de Brandemburgo apuntando hacia una concentración de vehículos rusos. La crisis pudo deberse a un malentendido o una provocación pero a la mañana siguiente, los rusos aceptaron el envite y diez tanques T-72 llegaban desde Unter den Linden y se plantaron en Checkpoint Charlie encañonando a los americanos a cien metros de distancia. Era la guerra de nervios que se vivió en el Berlín de octubre de 1961, partido por el Muro, cuando la Guerra Fría alcanzó una temperatura glacial en un episodio que muchos creen que fue aún más delicado que la crisis de los misiles cubana del año siguiente.
Winston Churchill había definido en un discurso pronunciado en marzo de 1946 la situación a la que se veía abocada Europa, después de sufrir el peor conflicto bélico de la Historia: “Un telón de acero ha caído sobre el continente, desde Stettin en el Báltico hasta Trieste en el Adriático”. El presidente norteamericano Harry Truman expuso un año después las líneas de la nueva política exterior de EE UU –la Doctrina Truman-, que abandonaba la colaboración pacífica con la URSS que preconizó Roosevelt, y establecía la disuasión militar como eje de una política de contención frente a la Rusia soviética. La carrera armamentista y la amenazadora sombra de las armas nucleares y su poder destructivo determinaban los parámetros del nuevo conflicto. Los acuerdos de laConferencia de Potsdam de julio de 1945 establecían la división de Alemania en cuatro zonas ocupadas por las potencias vencedoras y provocaron que la caída de ese telón de acero desgarrase el país y su punto más sensible, Berlín.
La primera intención de mantener a la Alemania vencida en una situación de merasubsistencia económica fue pronto abandonada por las potencias occidentales que coordinaron la política económica y en junio de 1948 tomaron la decisiva medida de retirar en sus zonas el depreciado marco del Reich e introducir un nuevo marco alemán que restaurase el poder adquisitivo. Esa reforma monetaria sería aplicada también en Berlín y los rusos pensaron que se había ido demasiado lejos y el 24 de junio decretaron elbloqueo del Berlín occidental. Todos los accesos por vía férrea o carretera fueron cortados así como el suministro de electricidad. ¿Podrían sobrevivir 2,5 millones de berlineses occidentales en esa situación? La guerra se desechó como opción pero, dado el valor político indudable de Berlín, la rendición también. Los occidentales movilizaron una flota de 132 aviones en un puente aéreo que mantuvo abastecida la ciudad durante los casi 11 meses que duró el bloqueo. En abril de 1949 cada 72 segundos aterrizaba un avión en Berlín y se descargaban 7.845 toneladas de mercancías al día. El fracaso de Stalin en el bloqueo, que fue levantado en mayo de 1949, se tradujo ese mismo año en la creación de la OTAN y el nacimiento de la República Federal Alemana, que se consideró la detentadora legítima de la soberanía de la Alemania anterior a la guerra, y que con el Gobierno del democristiano Konrad Adenauer experimentaría el famoso ‘milagro económico’ en una firme alianza estratégica con Occidente.
Ulbricht y jruschov
            Nikita Jruschov aplaude a Walter Ulbricht en una visita a la RDA en 1957 / Bettmann-Corbis 
La respuesta oriental no tardó en llegar y el 7 de octubre de 1949 se proclamó laRepública Democrática Alemana, dirigida en segunda fila por Walter Ulbricht, el primer secretario del SED, el Partido Socialista Unificado. La creación de la RDA y la salvación del estado comunista de 17 millones de alemanes fue el objetivo vital de Ulbricht. El destino final de Berlín en la Guerra Fría quedó indisolublemente unido a la persona de este estalinista sagaz y metódico, capaz de influir sobre la cúpula soviética como pocos pudieron. El rechazo de Adenauer a una propuesta de Stalin en marzo de 1952 para firmar un tratado de paz que reunificase Alemania indujo a éste y su adlátere Ulbricht a poner en marcha su estado comunista alemán. La frontera entre ambas Alemanias quedó cerrada y fortificada, mientras que el SED iniciaba la ‘construcción del socialismo’, el impulso de la colectivización agrícola, la nacionalización industrial y la represión política, pero el fiasco de los resultados económicos colocó el nivel de vida de los alemanes orientales en 1952 por debajo de los niveles de 1947.
La permeable situación de Berlín permitía que los habitantes de la zona oriental viesen con sus ojos cómo en la otra zona se lograba un mayor bienestar. De hecho, 50.000 berlineses orientales cruzaban a diario la frontera para trabajar en el otro sector. El malestar iba en aumento y poco después de morir Stalin, el 16 de junio de 1953, los obreros de la construcción en Berlín oriental se manifestaron en contra de las nuevas normas de trabajo en las empresas estatales, y a ellos se fueron uniendo los de otros sectores. Al día siguiente se convocó una huelga general mediante la que los manifestantes exigían elecciones libres y la reunificación alemana. Las huelgas se extendieron a toda Alemania Oriental, así que Moscú decidió actuar ante lo que parecía un levantamiento a gran escala, usando los tanques y disparando contra los manifestantes berlineses. Según la RFA, hubo 383 muertos, 1.838 heridos, 106 penas de muerte y 4.270 encarcelados.
La frustración provocada por el fracaso económico llevaba a los desencantados alemanes orientales a pasar a Berlín Occidental, portando un ligerísimo equipaje y un simple billete de metro, para luego coger un avión a la otra Alemania. Desde 1949, 2,8 millones de habitantes –uno de cada seis- eligieron huir de Alemania Oriental, la mayoría de ellos jóvenes y profesionales de alta cualificación y especialización. La viabilidad del estado comunista alemán estaba en cuestión y Ulbricht, consciente del gravísimo problema que afrontaba, ejercía una presión tenaz y creciente sobre el nuevo dirigente soviéticoJruschov, sabedores ambos de que el destino de la RDA estaba unido al de la URSS. “Berlín Oeste se ha convertido en una especie de tumor maligno de fascismo y revanchismo. Por eso hemos decidido aplicar la cirugía”, declaraba públicamente Jruschov en noviembre de 1958, al intentar forzar un acuerdo de los aliados sobre Alemania. Las elecciones norteamericanas de 1960 dieron el triunfo a John Fitzgerald Kennedy y el líder ruso creyó que las relaciones entre ambas superpotencias podrían entrar en un nuevo ciclo de distensión, que le permitiese a la URSS respirar económicamente en la carrera armamentística y solucionar el contencioso de Berlín. Para lograr ese clima, coincidiendo con el juramento de Kennedy como presidente, Moscú mostró claros signos de buena voluntad y solicitó una reunión rápida entre ambos líderes. Estados Unidos, aplicando laDoctrina Truman, contestó probando su primer mísil balístico intercontinental Minuteman y ahí terminó el acercamiento.
Huida de bernauer strasse
                 Huida a Berlín Oeste por la ventana de una casa de la calle Bernauer / DPA-Corbis  
Por las mismas fechas, en enero de 1961, Jruschov recibía una carta de Ulbricht, en la que este le exponía un largo catálogo con las “exigencias de la RDA”, entre las que figuraba el punto final a los derechos de ocupación de los aliados en Berlín Oeste, y le advertía de una posible revuelta en Alemania Oriental si no actuaba. Jruschov coincidía con el alemán en el diagnóstico del conflicto pero le pidió a Ulbricht paciencia hasta que supiese cuales eran las intenciones de Kennedy y si éste iría a la guerra por Berlín. La esperada cumbrecon Kennedy se realizó en Viena el 3 de junio de 1961 y fue un fracaso que el presidente americano justificó con un discurso a la nación en el que declaraba que “Berlín es el gran centro de pruebas del valor y la voluntad de Occidente… En ese sentido, es un lugar tan seguro como lo es el nuestro porque no podemos separar su seguridad de la nuestra…”. No habría nuevas oportunidades para volver a fracasar.
El mediodía del 13 de agosto de 1961, Erich Honecker, ministro de Seguridad Interior de la RDA, se fue a dormir con la satisfacción de haber ejecutado a la perfección el encargo de su superior Walter Ulbricht. Era un tranquilo domingo de verano y los berlineses se despertaron y constataron que una barrera de alambradas, vallas y bloques de hormigón, circundaba todo Berlín Oeste. Durante la noche anterior, un despliegue militar y policial sin precedentes ayudó a cuadrillas de obreros paramilitares y de la construcción para aislar a Berlín oeste y cortocircuitar la red de transportes e infraestructuras comunes en lo que fue conocido como Operación Rosa, preparada minuciosamente desde muchos meses atrás en el más absoluto secreto. Ante la cautelosa respuesta occidental, Willy Brandt, el joven y enérgico alcalde de Berlín que había recordado el día anterior en Nüremberg a los refugiados que “temen que la malla de ese telón de acero se cierre a cal y canto. Porque temen quedar encerrados en una enorme prisión”, se erigía en altavoz moral y pedía que Occidente diese muestras inequívocas de que Berlín no era abandonado a su suerte.
Kenneth P. O’Donnell, hombre cercano al presidente Kennedy, estaba en el Despacho Oval cuando el presidente preguntó: “¿Por qué iba Jruschov a levantar un muro si de verdad pretendiera apoderarse de Berlín?... Es su forma de salir del apuro, no muy brillante, pero un muro es mucho mejor que una guerra. Esto es el final de la crisis sobre Berlín”. Kennedy creyó cerrar la crisis con esta solución de realpolitik que condenaba a los alemanes orientales a aprender a vivir en una cárcel gigantesca. No tardaría en darse cuenta de su error con la determinación de muchos de ellos por evadirse y jugarse la vida para rebasar un muro que a los pocos meses Honecker y Ulbricht haríaninfranqueable. La vergüenza se prolongó por tres décadas tras las que Berlín volvía a quedar citada con la Historia para poner punto final a la Guerra Fría


32 AÑOS SIN AKIRA KUROSAWA

                                      Fotografía fuente Revista Yume: https://revistayume.com/ “Puede que sólo puedas escribir una página po...