Varios ensayos se adentran en el complejo mecanismo del cerebro humano
La función principal del cerebro es mantenernos vivos, y durante su etapa reptiliana lo consiguió bastante bien; luego las cosas se complicaron, dice el neurocientífico Dean Burnett en El cerebro idiota, y así la relación de ese cerebro más antiguo, el reptiliano, y el neocórtex no siempre es todo lo buena que debería.
No es consuelo saber las razones biológicas y evolutivas de los desajustes, pero olvidar el nombre de alguien, aunque uno recuerde detalles de su cara y su vida, es consustancial al funcionamiento de nuestro encéfalo. Nos engaña con olores inexistentes y visiones irreales porque “el modo en el que el cerebro percibe el mundo que nos rodea y en que selecciona a qué atribuir importancia para merecer nuestra atención ilustra tanto su asombroso poder como sus muchas imperfecciones”, dice Burnett.
Damos por sentado que los datos que percibimos nos llegan a través de los cinco sentidos, aunque “los neurocientíficos creen que hay más”. Por ejemplo “la propiocepción (la disposición física del propio cuerpo y sus extremidades)”, el equilibrio e incluso el apetito, aunque ninguna función esté en ningún sitio concreto: “Los descubrimientos en los que se da a entender que cada función cerebral tiene una región específica propia y exclusiva son engañosos”.
En esa organización está, también, el gusto por las creencias en las conspiraciones universales, esas que, supuestamente, involucran a unos cuantos crédulos que sostienen, por ejemplo, que Armstrong no llegó a la Luna. Y es que “a muchos adultos les sirve de mucho más consuelo creer que el mundo está organizado con arreglo a los planes de unas poderosas figuras de autoridad, sean magnates adinerados, lagartos extraterrestres fascinados por la carne humana o simples científicos”, todo ello porque “el cerebro no sabe manejar muy bien la aleatoriedad. Parece tener problemas con la idea de que algo pueda suceder sin ningún motivo discernible más que el mero azar”. De ahí lo del cerebro idiota porque “confusa, desordenada, a menudo contradictoria y difícil de entender: he ahí una descripción bastante precisa de cómo es nuestra inteligencia”.
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