Hace un mes un supremacista blanco marchó con una de sus camisetas en Charlottesville sin conocer su verdadera historia. Este martes, en el aniversario número catorce de su muerte, recordamos la faceta social del rey de la música country.
“¡Hola, mi nombre es Johnny Cash!” Con esta frase el considerado rey del country abrió su concierto en la prisión de Huntsville, el primero que daba dentro de una penitenciaría norteamericana.
Johnny Cash entró y salió de muchas prisiones estadounidenses, casi siempre sin otro cargo que el de robarse el corazón de su audiencia. Apodado como “el hombre de negro” por vestir siempre de ese color, Cash fue una de las figuras más importantes de la música en el siglo XX, tanto por sus melodías como por su rol social.
Por tres décadas el hombre de negro ofreció conciertos gratis a los prisioneros estadounidenses. Las precarias condiciones en las que vivían los presos despertaron el interés de Cash por la vida de los reclusos, quienes, aunque con errores en su pasado, merecían un trato digno.
El objetivo de Cash era mostrar el problema del sistema penitencial atrayendo la atención del público mediante una serie de conciertos por varias prisiones. Uno de ellos, en la prisión estatal de Folsom, California, fue grabado en vivo y producido como un álbum en 1968. Un año más tarde, Cash repite su idea con un concierto en la estatal de San Quentin, California, esta vez transmitido en televisión nacional.
El activismo de Cash llegó al Senado de los Estados Unidos el 26 de julio de 1972, cuando el cantante, acompañado de dos prisioneros, rindió testimonio frente a los senadores para reformar el sistema penitenciario. “Las personas se tienen que preocupar por la reforma en las prisiones”, dijo Cash a los miembros del Senado.
Para comienzos de la década, las torturas, abusos sexuales, y condiciones nefastas que pasaban los prisioneros, salieron a la luz y el sistema penitenciario fue declarado inconstitucional. La campaña de Cash por reformar las prisiones cumplió su cometido y logró que se fijaran en el problema.
Pero esta no fue la única intervención social que Cash hizo con su música. En su álbum de 1964 “Lágrimas amargas: Baladas de los indios americanos” Cash inmortaliza como nadie hasta ese momento los problemas de las comunidades indígenas en Estados Unidos. El compositor aseguraba ser descendiente de la tribu Cherokee y por tener una conexión especial con sus antepasados destacó la discriminación que vivían las tribus americanas desde la colonización del país.
El mayor éxito de este álbum fue la Balada de Ira Hayes, una canción compuesta por Peter La Frange y versionada por Cash en la que se hace un homenaje al indio pima de nombre Ira Hayes, quien fue uno de los marines estadounidenses encargados de izar la bandera del país en la batalla de Iwo Jima. El “Jefe nube caída”, como fue apodado por sus compañeros, fue usado con fines propagandísticos por el gobierno estadounidense en campañas que recogían dinero para financiar la guerra. Sin recibir ninguna comisión y con los recuerdos de su participación en combate, Ira Hayes terminó por entregarle su vida al alcohol, como señala la letra de la canción.
Pero Cash no ha sido el único en este género que nadó contracorriente. Otros artistas han expresado su inconformidad con las políticas del gobierno. En 1966 y en pleno apogeo de la Guerra de Vietnam, Loretta Lynn, apodada como “la reina del country”, lanzó la canción “Querido tío Sam”, una de las primeras canciones que hablaba de guerra. Cuenta la historia desde la perspectiva de una esposa que se entera de la guerra y le pide al Tío Sam, la figura usada por el gobierno para invocar soldados, que le devuelva a su hombre.
Más tarde, Lynn escribiría el éxito “La píldora”, en 1975. La canción habla sobre la famosa píldora anticonceptiva y el control natal en las zonas rurales, un tema que por su controversia fue vetado en algunas estaciones de radio. No es un mito, la industria musical está ligada al poder político, y tiene el poder de decidir qué transmite y qué no.
A comienzos de este milenio, las Dixie Chicks, un trío muy popular de country oriundo de Texas, recibieron el mayor golpe de la industria musical. Era 2003 y la Guerra en Irak, comandada por George W. Bush, era inevitable. El 10 de marzo de 2003, nueve días antes de la invasión a Irak, la vocalista líder del grupo, Natalie Maines, dijo en la mitad de un concierto en Londres: “no queremos esta guerra, esta violencia, y nos avergüenza que el Presidente de los Estados Unidos sea de Texas”.
A su regreso de su gira por Europa, las Dixie Chicks fueron vetadas de las estaciones de música country y perdieron una gran porción de sus seguidores. Desde ese momento los artistas de country han tenido mucha cautela con el tema político y por eso los de corte más liberal han decidido dejar sus acordes en silencio. La industria tiene mucho poder, y, en el country, ser un activista liberal que va en contra del gobierno puede significar el fin de una carrera.
La música country y sus estrellas han sido erróneamente vinculados a los sectores extremistas republicanos y a supremacistas del sur de Estados Unidos. Hace un mes, durante las marchas de Charlottesville, la fotografía de un supremacista blanco vistiendo una camiseta de Johnny Cash circuló por internet. Luego de eso para evitar confusiones los hijos de la estrella de country, furiosos por la imagen, emitieron un comunicado en el que señalaron las buenas virtudes de su padre y dejaron en claro que él nada tenía que ver con las posiciones radicales de quienes marchaban ese día.
Esta asociación se debe a que la historia de la música lo enseña así: el blues de los negros y el country de blancos. Al ser un género musical que nació en el sur del país durante un periodo marcado por la segregación y la esclavitud, se le ve como el estilo más blanco entre los matices de la música norteamericana. Pero la verdad es que, aunque cercano al patriotismo norteamericano y a la raza blanca, este estilo musical está lleno de liberalismo, y algunos de sus intérpretes, como Johnny Cash, han buscado por mucho tiempo darle protagonismo a los oprimidos y buscar con sus acordes justicia social.
Un artículo de: Andrés Camilo Gómez. EL ESPECTADOR
No hay comentarios.:
Publicar un comentario