A veces es casi imposible ver el horizonte en el salar de Uyuni en el suroeste de Bolivia.
La línea que divide el cielo de la tierra es apenas discernible y es difícil saber qué es real y qué es un reflejo.
Con 12.000 kilómetros cuadrados, es el desierto de sal más grande del mundo y, en ciertos momentos del año, el suelo parece un espejo gigante.
Durante los otros meses, es más como un inmenso lienzo blanco de sal cruda.
Extraer la sal de la superficie sigue siendo una de las principales actividades de los que viven alrededor de esta vasta expansión blanca.
Pero el área también atrae turistas con ganas de ver en persona esta inusual formación geográfica.
Parece un rompecabezas de hexágonos eterno.
Pero también hay vida. El salar es un ambiente ideal para los flamencos.
Y cactus gigantes salpican el paisaje.
La mayoría de los turistas inician su viaje en el cementerio de trenes.
Uyuni solía estar en la ruta ferroviaria que comunicaba a la mediterránea Bolivia con Chile.
Trenes cargados de oro, plata y otros metales iban a la porteña ciudad de Antofagasta en el Pacífico, de donde los metales eran embarcados.
Ahora, todo lo que queda son carruajes y locomotoras vacíos.
Después, los viajeros van al monumento del rally Dakar, que pasa por los bordes del desierto.
Pero para la mayoría de los visitantes, lo mejor de todo es ver el atardecer y admirar los vívidos colores que crea en el paisaje desértico.
Otros quedan hipnotizados con las formas de las rocas en el Desierto de Dalí, nombrado así en referencia al pintor español surrealista por las semejanzas con sus pinturas.
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