A lo largo de su existencia Roa Bastos fue indagado en diversas entrevistas sobre aspectos de su vida que lo marcaron, los cuales a veces con cuentagotas y otras con una providente elocuencia fue develando muy a su estilo, en una mezcla de mitos y realidades, un esbozo de su personalidad y forma de pensar sobre temas como Paraguay, el guaraní, los derechos de las mujeres, la manera en que lo marcó la Guerra del Chaco y la Segunda Guerra Mundial, el exilio, y otros aspectos que no se limitaban a lo literario, pero que sin duda lo forjaron como autor.
Infancia rescatada del olvido en un féretro
El propio Roa Bastos afirmó recordar poco de su infancia, la cual en gran parte pasó en la ciudad de Iturbe, Guairá, tanto así que sus memorias las considera más bien leyendas que le fueron legadas más que guardadas por sí mismo.
“Las leyendas que me contaron sobre mi venida al mundo han sido muy poco divertidas, de manera que guardo muy poco recuerdo. Además para mí la vida ha sido un olvido continuado, de manera que recuerdo muy pocas cosas, salvo alguna que otra de mi infancia en un pueblecito de Paraguay, un país que es más una incógnita en América Latina, que es un país desconocido incluso en su ubicación geográfica, a tal punto que creo que es un lugar mágico que han inventado los novelistas y escritores, esta gente que hace magia con la realidad”, indicó el autor en una entrevista en España, aún cuando sufría el exilio obligado en París a causa de la dictadura.
Casi como un sueño más que un recuerdo, Roa relata uno de los pocos aspectos significativos de sus primeros años, algo que no se logra dilucidar si es un mito, pero que no obstante describe la realidad del paraguayo, un ser generoso hasta en las mayores tragedias, situación tan vigente hoy como en ese entonces, palpable por ejemplo en casos como la inundación que afecta actualmente al sur del país.
Roa recuerda el caso de un anciano en Iturbe, que “durante 20 años no ha podido dormir, y durante las noches se entretenía en fabricar su ataúd de una madera llamada palo santo (explicando al periodista español que se trata de una madera de las más finas y aromáticas que existe), y este viejecito, en las épocas de crecidas, se embarca en este ataúd a recoger (y rescatar) gallinas, colchones y chicos. Este servicio con un elemento aparentemente lúgubre de un ataúd, con el sonido del martillo y el escoplo que lo oían en todo el pueblo pero ya nadie lo oía luego de 20 años, servía para hacer un servicio”.
Para el magnánimo autor compatriota, este hecho describe en cuerpo entero al paraguayo ya que “desde el fondo de la muerte el paraguayo siente esa necesidad de salir en ayuda del semejante que está en dificultad, esta es una de las grandes impresiones de mi infancia, sobre todo es una de las influencias que me llevaron a ver en el ejercicio de la literatura, la posibilidad de creación de mitos reveladores de la realidad de una comunidad”, afirmó, algo que siguió perfeccionando en Hijo de Hombre y Yo el supremo entre otras varias de sus obras.
Otra de las cosas que lo marcaron a fuego desde sus primeros momentos fue su crianza fuertemente matriarcal, y no solo de parte de la que lo dio a luz, sino de su “segunda madre” como describe a su tía que lo acogió en la Capital cuando vino a estudiar. Fui acogido “cuando tuve que dejar este pueblecito por una de estas tías generosas, que tiene alma de abuela, muy generosa, fue mi segunda madre”, destaca. Esto hizo que desarrolle un profundo respeto y admiración por la mujer.
Una de sus obras, Madama Sui, inspirada en una musa real, justamente explora aspectos de la mujer que Roa Bastos destaca y remarca. Fue tras recoger esa historia que “comprendí un aspecto de la mujer, que atravesando cualquier tipo de vicisitudes, incluso las más aberrantes, puede mantener su dignidad íntima, prácticamente una inocencia innata (...)”. Considera que la prevalencia de la mujer está inclusive justificada por una “superioridad biológica” al ser portadora de la vida.
SUS PRIMERAS OBRAS, A LAS CALDERAS DEL OLVIDO PREMEDITADO
Si hay algo que Roa Bastos afirma querer incinerar de su propia mente son sus primeros trabajos publicados. El ruiseñor de la aurora (1942) “ese es un libro que he puesto especial cuidado en que quedara oculto, porque eran, claro, las primeras tentativas de un muchacho por expresarse en un lenguaje que no fuera el cotidiano”, indicó, y afirmó estar tranquilo de que no quedan vestigios de esa publicación, y si alguien lo tiene seguro figura como obra “de un autor desconocido”.
Fulgencio Miranda (1941) es otra obra que en este caso el azar se encargó de desterrar ante el beneplácito del autor, pese a que le valió uno de sus primeros reconocimientos como escritor. “Este libro también felizmente se ha perdido, es una novela que yo presenté siendo muchacho en un concurso en un ateneo, el único que existía en Asunción, en ese tiempo obtuve un premio pero no me pudo siquiera ser devuelto el original porque se había extraviado, de manera que estoy en la duda si el premio fue justo o no”, afirmó.
AUTOR FORJADO A POLVO Y BOMBAS ATÓMICAS
Augusto Roa Bastos tuvo la desdicha de coincidir y ser partícipe en mayor o menor medida de la Guerra del Chaco y de la Segunda Guerra Mundial. En la primera afirma que le impactó la muerte más aún entre hermanos; en la segunda, la noción de que nada volvería a ser igual tras el inicio de la era nuclear.
En la Guerra del Chaco participó a sus cortos 14 años, escapando del colegio y yendo a parar a la retaguardia, un lugar igual o más duro que el frente y las trincheras. El solo Chaco Paraguayo es un lugar que marca el temple de cualquiera ya que es “una región que por momentos parece tener un paisaje casi lunar de cráteres encendidos por ese sol de hierro que es el que marca el clima paraguayo, una guerra dura en todos los sentidos”, según consideró alguna vez.
En la Guerra del Chaco “estuve muy jovencito, me largué ahí como un polizón en un barco, tenía 14 años, de tal manera que me dejaron en los servicios auxiliares, yo quería ir al frente, porque para mí la gran aventura estaba allá, sonaba a cañón, pero la retaguardia es el peor lugar de la guerra, porque ahí vienen los desechos, los heridos, esas cosas que vas heredando de la guerra como un material en descomposición, terrible es la retaguardia”, recordó.
En la Segunda Guerra Mundial también le tocó ser partícipe, ya como corresponsal del Diario El País, del cual era editor en jefe. Pese a haber entrevistado a personalidades como Charles De Gaulle, célebre presidente francés, lo que realmente lo marcó de esta guerra fue el pueblo británico.
“Yo vi caer una (bomba) en la entrada subterránea del tren de Londres, deslizarse hasta el fondo y provocar una explosión que mató a millares de personas. Pero lo que dejó una marca en mí no fue tanto la crueldad de la guerra, porque le digo, Inglaterra daba la impresión de un gran barco en alta mar tomado por una gran tempestad, pero cuyos habitantes eran marinos muy disciplinados”, y es ese temple colectivo el que impresionó a Roa Bastos.
Pero nada supera a la impresión de haber vivido de cerca las primeras explosiones y consecuencia de la bombas nucleares. “Lo que no voy a olvidar nunca es esa especie de ráfaga casi apocalíptica que cayó sobre la multitud que se congregó en las calles a celebrar el armisticio. Era una mezcla indefinible, una sensación multitudinaria, donde se celebraba que la guerra había llegado a un fin, (...) y por otro lado una sensación tremenda de que comenzaba otra época en la humanidad, una época nuclear. En ese instante no podía racionalizar, pero me afectó bastante”, contempló ya posteriormente.
“SIN PASTA DE HÉROE”
Pese a haber sido partícipe de estas dos guerras, en un dejo de modestia o casi reproche a sí mismo Roa Bastos consideró alguna vez que no posee temple de héroe, principalmente por haber tenido que optar por el exilio tras la dictadura. “Como realmente no tengo pasta de héroe tuve que huir, tuve que ir a la embajada y huir”. Como buen autor de cuentos, su huida no pudo dejar de ser un tanto novelesca.
“Yo me habría permitido hacer de tanto en tanto unas notas, los editoriales, que evidentemente disgustaron al gobierno y entonces me dijeron que me fuera, pero de una manera muy intimidatoria. Rodearon la casa, entraron, entre ellos el jefe de Investigaciones, como si se tratara de un criminal peligrosísimo, me hicieron ese honor de confundirme. Me sentí acorralado, no podía escapar, tenía rodeada la casa de noche, entonces lo único que se me ocurrió es un recurso bastante de opereta, puse una escalera, subí al techo y me metí al tanque de agua, y desbordó el agua, tanto que cuando entraron los guardias les caía un poco de agua, como si estuviera lloviendo. Estuve hasta el amanecer. Desde esa noche hasta que me asilé en la embajada, tardó mucho en darme el salvoconducto, entonces cuando vine acá (Argentina) me sentí liberado” relató sobre esa noche en la que inició su prolongado exilio de Paraguay.
Un artículo de Alejandro Acosta
Fuente: ABC COLOR
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