El género vaquero, esencial para el desarrollo de la música popular, siempre ha sido ridiculizado por los adalides de la modernidad en España
Nunca ha dejado de llamarme la atención que el country, ese género esencial para el desarrollo de la música popular, sea visto en España con desdén. Hay una especie de superioridad moral en los círculos del rock y el pop con respecto a este estilo musical que, casi un siglo después de que diese sus primeros pasos con las primeras grabaciones rurales, sigue gozando de una salud envidiable en Estados Unidos, cuna del género.
España siempre ha sido un caso aparte para temas musicales, y otros muchos que no vienen al caso. No solo porque en este país cueste el triple (o más) que en Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania u Holanda asentar una escena musical independiente y profesional, al margen del entramado de la radio fórmula, sino porque aquí se ha menospreciado de una forma bochornosa a géneros musicales como el propio country, pero también el soul o el garage, ambos también básicos en el devenir musical del pop y el rock a partir de los años sesenta.
El country siempre ha sido ridiculizado por los adalides de la modernidad. Ya en los ochenta era un pecado mostrar interés por los sonidos de Hank Williams, Buck Owens o Gram Parsons mientras se vivía la eclosión de la movida madrileña y todo el movimiento de creación juvenil inspirado en la nueva ola británica y el punk. Los amantes del conocido como Nuevo Rock Americano o alt-country con bandas como Green On Red, The Long Ryders, Violent Femmes o Dream Syndicate eran minoría y, para colmo, motivo de cachondeo. Sucedió igual en los noventa y principios de siglo XXI: el indie se abrió pasó entre el público universitario y la crítica musical (radios, revistas, suplementos culturales, fanzines…) y se despreciaba un estilo que se identificaba con lo viejo, o en el peor de los casos con lo rancio. Y eso que REM se convirtió en una de las grandes bandas mundiales desde sus orígenes del Nuevo Rock Americano. La última década no ha ido mucho mejor: el country sigue siendo algo residual, caduco, propio de películas de vaqueros, mofa entre hípsters que, sin embargo, les parece muy cool vestirse igual que un anuncio de H&M o imitar sin gracia el estilismo de su estrella maldita norteamericana o británica. Pero, al menos, en este tiempo más reciente hubo cosas inesperadas que ayudaron a verlo con otros ojos en algunas partes.
Johnny Cash con sus American Recordings, consideradas por la crítica musical como obras maestras, consiguió acercar estos sonidos raíces a un público más amplio con el cambio de siglo. También el triunfo de Wilco, en público y especialmente crítica, abrió un camino para que aquellos que no prestaban atención al country lo hiciesen. Tweedy, proveniente de la banda de country alternativo Uncle Tupelo e instigador de estos sonidos, desarrolló una carrera con Wilco en la que consiguió unir el concepto de Americana, estilo heredero del country y el folk, con el de mundo indie. Fueron Wilco pero también otro puñado de bandas norteamericanas, que al final se convirtieron en decenas, los que consiguieron lo impensable: la tercera vía del country alternativo terminó por ser más influyente en el siglo XXI que el grunge y el brit-pop, tan populares en los noventa con esa absurda guerra mediática. De hecho, el grunge y el brit-pop han envejecido mucho peor que esa otra vía menos cacareada.
Como el blues para la población negra, el country es el relato de la gente corriente. De la gente blanca. Su función ha sido ser un catalizador emocional de historias cotidianas, que ya desde sus comienzos a principios del siglo XX era visto por las poderosas industrias de Nueva York y Los Ángeles como “aldeanismo musical”. Para los ejecutivos, los compositores del Tin Pan Alley y los intérpretes de traje, quienes lo cantaban eran paletos con las botas manchadas de barro. Y, sin embargo, el country siempre tenía un compromiso con su tiempo, cantando historias del día a día, pero también algo igual de transcendental: mantenía viva la memoria de un país en continuo cambio social y tecnológico desde la llegada del ferrocarril.
Si no hubiese sido por la Carter Family, Norteamérica no hubiese conocido la gran parte de su tradición y cultura folk. Lo mismo se puede decir de Woody Guthrie y Hank Williams. El primero no obtuvo éxito, pero fue esencial por su labor de historia oral con sus canciones. El segundo alcanzó la fama, gracias al crucial desarrollo de la radio en Estados Unidos, y fue el gran pilar donde se asentó el género. Las canciones de pena y redención de Williams marcaron una senda compositiva que llega hasta nuestros días y todavía suenan vivas y fascinantes. Sin ellos, como sin tantos otros nombres menos conocidos en España como Jimmie Rodgers, Gene Autry o Ernest Tubb, no se habría desarrollado el rockabilly. Sin todos no habría sido igual la historia de Elvis Presley, fascinado por el universo del hillbilly y el blues, que lo cambió todo desde su admiración por Hank Snow y todos los padres fundadores del country.
Como aficionado al country, como a otros géneros musicales, destaco la labor del Huercasa Country Festival, un certamen que cuenta con Manolo Fernández como director artístico y conocido en la música española por estar al frente de Toma Uno, programa de música americana referente en España desde las ondas de Radio 3. La mejor música de raíces norteamericana contemporánea, que se desenvuelve fuera del yugo comercial de la industria de Nashville, que ha distorsionado el sentido del country, vuelve a darse cita en el Huercasa Country Festival, que se celebrará el 7 y 8 de julio en Riaza, en Segovia. Este año cuenta con un todoterreno apenas conocido en nuestro país pero que es un relator de historias sin igual: Aaron Watson, que ilustra perfectamente el verdadero peso del country en la actualidad. También pasarán el dúo Dale Watson & Ray Benson, J.P. Harris, Shooter Jennings o Will Hoge, entre otros.
Es una cita imprescindible para los amantes del country, pero también más que interesante para cualquiera que le guste la buena música. El country es mucho más que una caricatura de América. No tiene nada que ver con una imagen distorsionada de los vaqueros. Es música llena de relatos y sonidos emotivos. Un respeto para el country.
Fernando Navarro "EL PAIS"
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