A partir del próximo lunes, estará en las librerías el libro póstumo del gran escritor uruguayo. Dividido en cuatro partes, incluye textos que fluyen entre las cuestiones de género, la sensibilidad por los pájaros, el fútbol y el imaginario de la dominación.
La cadenita del tiempo, “el había una vez”, no se rompe. El poder de su palabra, aunque sean textos póstumos –la cesación de la escritura, la comprobación manifiesta de la finitud–, es como la piel de una obra que nace de un mundo coherente, una especie de “cosmogonía” que logra ensamblar aquello que suele revelarse como disperso: ver, oír y contar. Los lectores, los caminantes del mundo que deambulan de una impresión a otra, de la memoria a la realidad –y viceversa–, vuelven a quedar maravillados por una red de relatos y voces, un tejido metafísico que indaga desde las partículas más elementales del ser hasta el campo de batalla de viejos problemas como las desigualdades, las injusticias, los genocidios, la impunidad de siempre. “Había peces jamás vistos, plantas de ningún jardín, libros de imposibles librerías. En la feria de la calle Tristán Narvaja, en Montevideo, había cerros de frutos y las calles de flores y había olores de todos los colores. Había pájaros musiqueros y gente bailandera y había predicadores del cielo y de la tierra, que subidos a un banquito gritaban su mensaje final.” La frase convocada es una ventana para ingresar al familiar universo de El cazador de historias (Siglo XXI), el último libro de Eduardo Galeano, que estará en las librerías del país desde el próximo lunes.
Carlos Díaz, editor de Siglo XXI, cuenta que en el verano de 2014 habían cerrado hasta el último detalle del libro, incluida la imagen de cubierta, Dibujo del monstruo de Buenos Aires, así llamado por el sacerdote francés Louis Feuillée, que Galeano había elegido. “En sus últimos meses de vida siguió haciendo una de las cosas que más disfrutaba hacer, que era escribir y pulir los textos una y otra vez. Había empezado una nueva obra, de la que dejó escritas unas cuantas historias; le gustaba la idea de llamarla Garabatos. Luego de su muerte, cuando fue posible retomar el plan de publicar El cazador de historias, volvimos sobre ese proyecto inacabado, releímos las historias y sentimos que varias de ellas tenían tanto en común con las de El cazador que merecían integrarse al volumen”, explica Díaz y agrega que varios de esos “garabatos” fueron integrados al libro, dividido en cuatro partes –“Molinos de tiempo”, “Los cuentos cuentan”, “Prontuario” y “Quise, quiero, quisiera”–, que está ilustrado con collages del propio escritor, inspirados en autores anónimos del arte popular y en obras de April Deniz, Ulisse Aldrovandi, William Blake, Albrecht Dürer, Theodor de Bry, Edward Topsell, Enea Vico, Pieter Brueghel el Joven, Hieronymus Bosch y Jan van Eyck, entre otros.
Las huellas del cazador
Una de las cosas más placenteras es emprender un viaje por las entrañas de la narrativa del gran cazador. La prosa de Galeano, por momentos, está más cerca de la esencia de la poesía que de cualquier otra forma literaria. Las palabras, en manos del uruguayo, son como centros de irradiación de múltiples vibraciones imprevistas; objetos de amorosa búsqueda del escritor que parece que logra reanimar cada palabra que pronuncia en la escritura, para dar mayor vivacidad al pensamiento. Como si estuviera diciendo, a las lectoras y lectores, que no es posible amar las palabras sin conocerlas profundamente. “El viento borra las huellas de las gaviotas. Las lluvias borran las huellas de los pasos humanos. El sol borra las huellas del tiempo. Los cuentacuentos buscan las huellas de la memoria perdida, el amor y el dolor, que no se ven, pero no se borran”, se lee en “Huellas”, el texto de apertura. El prodigio exclusivo de la lectura es que cada quien traza sus itinerarios personales. De pronto, al volver sobre las páginas leídas emerge una sensibilidad especial por los pájaros, los seres que encarnan las nobles banderas revolucionarias de la libertad y la fraternidad, como se puede apreciar en “Nidos Unidos”: “Quizás la ayuda mutua y la conciencia comunitaria no son invenciones humanas. Quizás las cooperativas de vivienda, pongamos por caso, han sido inspiradas por los pájaros. Al sur de Africa y en otros lugares, centenares de parejas de pájaros se unen, desde siempre, para construir sus nidos compartiendo, para todos, el trabajo de todos. Empiezan creando un gran techo de paja, y bajo ese techo cada pareja teje su nido, que se une a los demás en un bloque de apartamentos que suben hacia las más altas ramas de los árboles.” El otro ejemplo se titula “Los libres” y en el párrafo final se celebra que “los pájaros, los únicos libres en este mundo habitado por prisioneros, vuelan sin combustible, de polo a polo, por el rumbo que eligen y a la hora que quieren, sin pedir permiso a los gobiernos que se creen dueños del cielo”.
Hay microrrelatos que operan como lentes por donde mirar una “barbarie” no siempre visibilizada ni mucho menos asumida. “En algún lugar de la selva, alguien comentó: Qué raros son los civilizados. Todos tienen relojes y ninguno tiene tiempo”, plantea en “Diagnóstico de la Civilización”. Las injusticias duelen en el cuerpo y Galeano no renuncia a la belleza de las formas límpidas y depuradas para atestiguar los horrores del presente. “El mundo viaja. Lleva más náufragos que navegantes. En cada viaje, miles de desesperados mueren sin completar la travesía hacia el prometido paraíso donde hasta los pobres son ricos y todos viven en Hollywood. No mucho duran las ilusiones de los pocos que consiguen llegar”, denuncia en “Los náufragos”. Del barro de la mitología de América Latina, extrae oro para condensar, en pocas palabras y con la mayor agudeza y precisión posibles, la permanencia del imaginario de la dominación. “Las divinidades indígenas fueron las primeras víctimas de la conquista de América. Los vencedores llamaron extirpación de la idolatría a la guerra contra los dioses condenados a callar”, escribe en “Mudos”. A veces desmonta añejas frases hechas como la locución latina homo homini lupus”, creada por Plauto (254-184, a.C) y popularizada por el filósofo inglés Thomas Hobbes en el siglo XVII. “Según dicen, el hombre es el lobo del hombre. Pero ningún lobo mata nunca a otro lobo. Ellos no están dedicados, como nosotros, al exterminio mutuo. Tienen mala fama los lobos, pero no son ellos quienes están convirtiendo al mundo en un inmenso manicomio y un muy poblado cementerio”, advierte en “Calumnias”.
Contra los machos
Otra vez como en Mujeres –esa antología de sus relatos dedicados a personajes femeninos: Sherezade, Teresa de Avila, Rigoberta Menchú, Marilyn Monroe y protagonistas anónimas como las guerreras de la revolución mexicana o las luchadores de la comuna de París–, el gran cazador de historias reanuda la conexión con su preocupación por cuestiones de género en varios textos, por ejemplo en “Costumbres bárbaras”: “Los conquistadores británicos quedaron bizcos de asombro. Ellos venían de una civilizada nación donde las mujeres eran propiedad de sus maridos y les debían obediencia, como la Biblia mandaba, pero en América encontraron un mundo al revés. Las indias iroquesas y otras aborígenes resultaban sospechosas de libertinaje. Sus maridos ni siquiera tenían el derecho de castigar a las mujeres que les pertenecían. Ellas tenían opiniones propias y bienes propios, derecho al divorcio y derecho de voto en las decisiones de la comunidad. Los blancos invasores ya no podían dormir en paz: las costumbres de las salvajes paganas podían contagiar a sus mujeres”. La leyenda de la papisa Juana, una mujer que habría ejercido el papado católico romano ocultando su verdadero sexo, le permite ahondar en las ramas de un mismo árbol. “En otras religiones, hay dioses y diosas y los sacerdotes pueden ser sacerdotisas. ¿Será por eso que hay quienes creen que esas religiones son meras supersticiones? Y digo yo, pregunto, no sé: ¿no se aburren los machos solteros que ejercen el unicato en la Iglesia Católica?”, se pregunta en el final de “Otra intrusa”. También arremete contra los machos indignados en “La primera jueza”, dedicado a la brasileña Léa Campos, la primera mujer que ha ejercido el arbitraje en diversos campos de fútbol de América Latina y Europa.
La identidad y la diversidad, en los textos de El cazador de historias, se despliegan como dos caras de la misma moneda. La lupa de la mirada de Galeano se aproxima a una planta para hilvanar una especie de documento poético-político, no exento de cierta dramática ironía. “A mediados del año 2011, más de cincuenta organizaciones de Perú se reunieron en defensa de las tres mil doscientas cincuenta variaciones de papas. Esa diversidad, herencia de ocho mil años de cultura campesina, está hoy amenazada de muerte por la invasión de los transgénicos, el poder de los monopolios y la uniformidad de los cultivos. Paradójico mundo es este mundo, que en nombre de la libertad te invita a elegir entre lo mismo y lo mismo, en la mesa o en la tele”, postula en “Semillas de identidad”. Una estructura similar se percibe también en “El ojo del amo”: “En los tiempos de Al Capone, el espionaje no gozaba de alto prestigio, porque violaba la libertad y la privacidad de los ciudadanos de los Estados Unidos. Años después, el espionaje se ha convertido en un deber patriótico. Ahora lo aplauden casi todos, porque opera contra los subversivos que invocan los derechos humanos para servir al terrorismo internacional, como es el caso de algunos sospechosos amigos del autor de este libro”. Los fuegos del escritor alumbran los mismos temas con la misma pasión. “Vivimos presos tras barrotes invisibles, traicionados por las máquinas que simulan obediencia y mienten, con cibernética impunidad, al servicio de sus amos”, afirma en un fragmento de “Brevísima síntesis de la historia contemporánea”.
El fútbol, otra de las grandes pasiones de Galeano, no podía estar ausente en su último libro. En uno de los textos evoca la curiosa “revolución”, encabezada por un “extraordinario” jugador llamado Sócrates, todavía en tiempos de la dictadura militar brasileña, cuando con otros jugadores llegaron a la dirección del club Corinthians. “Insólito, jamás visto: los jugadores decidían todo, entre todos, por mayoría. Democráticamente, discutían y votaban los métodos de trabajo, los sistemas de juego que mejor se adaptaban a cada partido, la distribución del dinero recaudado y todo lo demás. En sus camisetas, se leía: Democracia Corinthiana”. Hay un relato que es casi edénico, rebosante de fecundidad en su tenaz despojamiento. “Gracias a Sailen Manna, el fútbol de la India ganó la medalla de oro en los juegos asiáticos de 1951. Toda su vida jugó para el club Mohun Bagan sin cobrar salario, y nunca se dejó tentar por los contratos que los clubes extranjeros le ofrecían. Jugaba descalzo, y en el campo enemigo sus pies desnudos eran conejos imposibles de atrapar. Él siempre había llevado, en un bolsillo, a la diosa Kali, esa que sabe pelear de igual a igual contra la muerte. Sailen tenía noventa años cuando murió. La diosa Kali lo acompañó en el último viaje. Descalza, como él”, se lee en “El ídolo descalzo”.
Eduardo Germán María Hughes Galeano nació en Montevideo el 3 de septiembre de 1940, la misma ciudad en la que murió a los 74 años, hace casi un año, el 13 de abril de 2015. Tenía 31 años cuando publicó una de sus obras más conocidas, Las venas abiertas de América Latina (1971), que sería prohibida por las dictaduras militares de Uruguay, Brasil, Chile y Argentina. Publicó la trilogía Memoria del fuego, un audaz híbrido que mixtura elementos de la poesía, la historia y el cuento, integrada por Los nacimientos (1982), Las caras y las máscaras (1984) y El siglo del viento (1986); El libro de los abrazos (1989), Las palabras andantes (1993), El fútbol a sol y sombra (1995), Bocas del tiempo (2004), Espejos (2008) y Los hijos de los días (2011), entre otros títulos. ¿Qué habría sucedido si Galeano se hubiera curado del cáncer de pulmón? Estaría escribiendo más libros y contratapas en Página/12. Recurrir al pensamiento contrafáctico, que tiene y tendrá tantos impugnadores, no implica caer en la tentación del mero juego especulativo, extravagancias que suelen ser denostadas por inútiles o pueriles. Tal vez sea una modesta herramienta para imaginar escenarios alternativos porque la voz del escritor se extraña cada vez más en estos tiempos de restauración neoliberal conservadora. ¿Qué contratapa hubiera escrito para este diario a 100 días del gobierno de Mauricio Macri, a 40 años del golpe, y luego de la visita del presidente norteamericano Barack Obama? Habrá tantas respuestas como lectores... Pero la intuición lectora se inclina a conjeturar que el camino del gran cazador de historias continuaría por esta vía, la que propone en este fragmento de “Repítame la orden, por favor”: “En nuestros días, la dictadura universal del mercado dicta órdenes más bien contradictorias: Hay que apretarse el cinturón y hay que bajarse los pantalones”.
Por Silvina Friera//http://www.pagina12.com.ar/
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