martes, 23 de mayo de 2017

Atahualpa Yupanqui


La obra de Atahualpa Yupanqui no requiere de presentación alguna. Está implícita en los caminos, navega metafóricamente por la pampa argentina, trova con el gaucho si es que el gaucho no es una invención que decía Macedonio Fernández. Yupanqui es un filósofo del silencio, un trovador solitario, un místico errante que construyó un cancionero ejemplar capaz de sublimar lo nimio.

 

A su modo Don Ata renovó el folclore para luego abanderar cierta tradición, cierta pureza que parecía estar perdiéndose en los años 70 en el que muchos grupos y cantantes le citan como referente. No fue amigo el habitante de Cerro Colorado de las rupturas drásticas, de las vanguardias sonoras (“la zamba ya no es la zamba / del provinciano cantor…”) y con ello no parecía acordarse de que él mismo fue un renovador. Es muy conocida también esa faceta suya de mostrarse inflexible con quien le versionaba. Eso lo sufrió Alberto Cortez cuando registró sus poemas y canciones y mezcló a Don Ata con Don Antonio Machado.

 

Pese a esa imagen inflexible de Yupanqui hubo quien supo interpretarle y sentirle como aquella cantante asturiana llamada Maya que grabó un hermoso elepé dedicado al maestro argentino. Maya se adentró en la selva esmeralda de sus canciones con rigor, cuidando el fraseo y ajustándose a unos arreglos sumamente reposados. Por ahí Yupanqui sí se sentía a gusto, cuando no le alteraban su estilo.

 

La imagen de Yupanqui es la de un cantor hecho a sí mismo que suplió sus carencias educacionales a base de caminar mucho, de buscarse en la cadencia sonora de las palabras y en la riqueza expresiva del folclore argentino. No tuvo esa gran biblioteca de la que sí dispuso Borges pero siempre viajaba con libros aferrándose a los clásicos como los del Siglo de Oro Español. Yupanqui fue a su modo rayo incesante como ese eterno pastor de cabras llamado Miguel Hernández. Y con esa constancia anduvo sin intermitencias, en un eterno exilio, con la fiel guitarra al hombro y sin perder nunca la fe en el hombre de a pie y en el paisaje que enmarca la odisea del caminante.

 

Escuchando Caminito español viajamos a sus raíces vascas y si nos adentramos en Recuerdos del Portezuelo lo hacemos en un territorio amoroso que siempre se sustentará sobre la máxima del pudor más absoluto. Yupanqui fue hombre de ideales pero no de panfletos. Le cantó al indiecito dormido y dijo que le tenía rabia al silencio y miró como nadie a la luna tucumana y como al cineasta sueco Ingmar Bergman le azoraba el silencio de Dios y por ello compuso esa joya siempre vigente llamada Preguntitas sobre Dios.

 

No cabe la obra monumental de Yupanqui en unas líneas. Suena bien en la tesitura imperfecta de Andrés Calamaro y hasta llevado al flamenco como demostró el gran cantaor gaditano Chano Lobato o como me demostró la cantaora gaditana Carmen de la Jara cuando presentamos mi libro Yupanqui, coplas del payador perseguido. El porte, la esencia, la huella viajera de Yupanqui están permanentemente con nosotros, nos iluminan permanentemente. Con su poncho y su mate, con su alazán y su misterio Yupanqui sigue floreciendo en sus canciones.

 

En mayo de 1968 cantó en España. Coincidió con Paco Ibáñez y dibujó su poesía verdadera sobre el muro grisáceo de la dictadura franquista. Aquel cantor traía un equipaje de coplas y bagualas que lanzó al viento en recitales que tenían mucho de litúrgicos. No demasiado lejos en aquel 68 París proclamaba una revolución que se quedó en tentativa frustrada, en sueño irrealizable. Pero Yupanqui siguió cantándole a la vida, siguió indignándose ante la injusticia, abrazado a la intrahistoria, creyendo en el valor de la poesía y en el de aquellos seres sobre los que nadie escribe la historia. Y lo hizo hasta el final de sus días, cuando calló, lejos de la patria querida, el viejo vendedor de yuyos, la vieja chacarera, el viejo tambor vidalero que él hizo universales.

Fuente: Cancioneros.com

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