Primero de sus padres, después de los nazis, más tarde de una institución psiquiátrica de Santander. La pintora, escultora y escritora británica, para muchos la última superviviente del surrealismo, no encontró un poco de paz hasta que en la década de los 40 se instaló en México, ciudad en la que residió hasta que murió en mayo del 2011
Era la «la novia del viento» para el artista Max Ernst, «una mujer indomable, un espíritu rebelde, una leyenda» para la escritora Elena Poniatowska, y «la que nos libera de la miserable realidad de nuestros días» para Luis Buñuel. Ella, sin embargo, se definió como «una persona como cualquier otra que ha descubierto en la vida simplemente lo que ha podido». Y es que la vida de Leonora Carrington es díficil de resumir con los tres apellidos que surgen al consultar su biografía: pintora, escultora y escritora. De padre inglés y madre irlandesa, nació el 6 de abril de 1917 en Chorley, un pueblo de la zona rural de Lancashire en el noroeste de Inglaterra. Pero desde que tuvo uso de razón, se pasó la vida huyendo de esta zona de la geografía británica. No fue hasta que se asentó en México durante la década de los 40 cuando encontró un poco de paz. En esta ciudad se quedó hasta su muerte en mayo del 2011 víctima de una neumonía.
¿Qué le pasó a Leonora Carrington durante estas largas dos décadas de huidas? Primero fueron sus padres. De clase acomodada, al ser hija de un fabricante textil, no se conformó con las facilidades que su familia le ofrecía. Durante su infancia fue de colegio en colegio católico. No era mala estudiante; era su rebeldía la que provocaba que la expulsaran de las diferentes escuelas en las que recalaba ya que tenía una aversión innata hacía las autoridades y las instituciones de todo tipo, no solo religiosas. No le debió de extrañar a nadie que cuando cumplió los 19 años se escapase, al no contar con el visto bueno paterno, a Londres para ingresar en la prestigiosa academia de arte de Amédée Ozefant.
Aunque Leonora Carrington ya había encontrado el lugar al que pertenecía, su mundo se puso boca abajo cuando conoció a Max Ernts. Por aquel entonces, el pintor alemán de 47 años -le doblaba la edad- y casado, ya contaba con una fama dentro del arte surrealista de vanguardia. La pareja se enamoró y se trasladó a Francia, primero a París, donde compartió tiempo y espacio con toda la camarilla del alemán -Louis Aragon, Paul Éluard y Nusch, Marcel Duchamp y André Breton-, y más tarde a la comuna de Saint-Martin-d'Ardèche, en el sureste del país.
A día de hoy, aún se conserva en la fachada de la casa de campo que compraron un relieve que representa a la pareja y su juego de roles: «Loplop», el alter ego de Max Ernst, un animal alado fabuloso entre pájaro y estrella de mar, y su «Desposada del Viento» Leonora Carrington. Por aquel entonces, muchos la calificaron como la musa de todo este tropel de artistas, término que la pintora detesta y considera humillante. «Prefiero que me traten como lo que soy: una artista», aseguró en una entrevista en El País en 1993.
España, la prisión de Leonora
Cuando todo parecía perfecto para la pareja -a pesar de que los padres de ella no aceptaban esta relación-, la Segunda Guerra Mundial estalló en sus vidas. Max Ernst fue declarado enemigo del régimen de Vichy en septiembre de 1939. Su detención y posterior encarcelamiento en el campo de Les Milles fue para Leonora Carrington un duro golpe que la desestabilizó psicológicamente. A su pésimo estado mental, la pintora y escritora tuvo que sumar una cercana invasión de las fuerzas nazis alemanas que le llevaron a huir a España. Derrumbada física y mentalmente, por gestión de su padre, terminó ingresada en un hospital psiquiátrico de Santander, experiencia que la marcó tremendamente tanto en el plano personal como profesional. Por esta razón, en su libro Memorias de abajo, llegó a escribir: «España fue como una prisión para mí»
Su estancia en España no duró demasiado. En 1941, logra escapar de este hospital con dirección a Lisboa. Cuenta la leyenda, que sus padres volvieron a dar con ella en la capital lusa y que intentaron enviarla a otra institución psiquiátrica, en esta ocasión en Sudáfrica. Lograron meterla en un barco con destino a la excolonia británica, pero logró huir alegando que tenía que ir al baño. Salió corriendo y recaló en la embajada de México donde el diplomático y escritor mexicano Renato Leduc la ayudó a escapar de Europa. Después de este episodio, nunca volvió a tener contacto con sus progenitores.
Para irse del viejo continente, Renato Leduc y Leonora Carrington se casaron y juntos se trasladaron a México, con escala en Nueva York. El matrimonio solo duró dos años, pero sirvió para que la pintora y escritora británica encontrara la paz en el país americano. Un par de años más tarde volvió a pasar por el altar, pero en esta ocasión de verdad, al conocer al fotógrafo Emericko Weisz, el compañero de Robert Capa, con quien tendrá dos hijos: Gaby y Pablo. Durante esta etapa, la también escritora restablece sus lazos con varios de sus colegas: André Breton, Benjamin Péret, Alice Rahon, Wolfgang Paalen y la pintora Remedios Varo.
El retrato de Elena Poniatowska
Esta trayectoria de huidas tiene su mejor reflejo en su obra. Sus pinturas y esculturas cabalgan a medio camino entre la fantasía, la elegancia y la mitología personal. Pero Leonora Carrington está lejos de ser solo una pintora o escultora surrealista, para muchos la última superviviente de esta corriente artística. Las etiquetas no fueron nunca con ella, y quizás por eso se lanzó a la escritura, tanto de ficción como la más próxima a la realidad relatando episodios de su vida. Pero de su biografía más fiel se encargó Elena Poniatowska: la escritora mexicana realizó en Leonora un completo retrato después de años de entrevistas.
Probablemente, aunque nunca lo sabremos, a la pintora inglesa no le hubiese gustado llevarse un foco de tal magnitud. Tras una vida de huidas, durante sus últimos años, vivía prácticamente recluida, como si la fama le diese alergia. La propia Elena Poniatowska aseguró que cada vez que le hacían un homenaje la mataban. En el documental de Javier Martín-Domínguez, ante tal despliegue de medios, Leonora Carrington llegó incluso a decir que había tenido «una vida aburridamente normal».
Fuente: La voz de Galicia
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