Los compromisos y acuerdos que asuman los gobiernos no serán suficientes si cada uno no asumimos la responsabilidad que nos toca
Tras los atentados terroristas del 13N, los ojos del mundo vuelven a estar en París. La Conferencia Mundial de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP21), que ha convocado a 195 países, se convirtió en ultimátum. Muchos son los síntomas del desgaste que estamos causando al planeta y que se suman al deterioro provocado por fenómenos que también suponen una amenaza creciente como el terrorismo y las guerras.
La COP21 busca un nuevo acuerdo que reemplace el protocolo de Kioto (1997) para reducir las emisiones de CO2 y evitar que el calentamiento global supere los 2 grados centígrados hasta finales del siglo. Este es el límite establecido para que el cambio climático sea relativamente manejable y no provoque desastres irreversibles. A diferencia de Kioto, en donde sólo 37 países suscribieron el acuerdo, la convocatoria en París no solamente ha sido mucho mayor, también Estados Unidos y China han dado señales de un mayor compromiso que resulta indispensable pues son los mayores emisores.
El Papa Francisco declaró que el mundo está al borde de un suicidio a causa del cambio climático. Ya lo había advertido en su encíclica Laudato si, cuando subrayó que, más allá de cualquier diferencia, tenemos algo en común: vivimos en la misma casa, compartimos el mismo hogar, la tierra que nos sustenta, la que estamos destruyendo. De ahí que el punto de partida para aproximarnos a una solución integral sea abrir la conciencia y recordar que todo está conectado, que todos somos uno.
La complejidad y consecuencias del cambio climático ameritan un análisis profundo. Más allá de lo que la ciencia determina como cíclico y fuera del alcance humano, el debate debe centrarse no sólo en lo que pueden y deben hacer los gobiernos para garantizar el cumplimiento de los acuerdos o la responsabilidad de las grandes empresas emisoras de CO2. Si queremos resolver los problemas de raíz y atenuar los riesgos de manera considerable, debemos ir al corazón del problema que está, paradójicamente, en el corazón del ser humano; el único lugar donde se unen los dos hemisferios para alcanzar una mirada periférica de 360 grados y entender que no somos únicamente parte del problema sino de la solución.
Cuando permanecemos desconectados del mundo natural, inmersos en nuestro egoísmo y vanidad, nos volvemos indiferentes e incapaces de pensar en los demás
Cuando nos aproximarnos a resolver la mayoría de los problemas desde la razón pura, el egoísmo y la soberbia se imponen en la búsqueda de una mayor satisfacción personal y un mayor rendimiento provocando un efecto de ceguera anticipada que nos impide entender lo que la realidad nos está recordando a gritos. Los juegos de suma cero son una apuesta muy arriesgada; cuando buscamos ganar aunque los demás pierdan, nos engañamos creyendo que ganamos la partida cuando en realidad también estamos perdiendo pues todo está conectado, vivimos en el mismo planeta, somos interdependientes.
El Papa Francisco critica la forma irresponsable y abusiva en que consumimos excesivamente, más allá de lo que necesitamos, provocando daño a nuestro propio entorno; la mayoría de las veces sin darnos cuenta de la gravedad de nuestras acciones y el impacto de sus destructoras consecuencias en el ecosistema. En un gesto provocador hacia los líderes responsables de alcanzar nuevos acuerdos, el Papa lanzó la pregunta: ¿Para qué se quiere preservar hoy un poder que será recordado por su incapacidad de intervenir cuando era urgente y necesario? La realidad es que en muchas ocasiones las respuestas a grandes desafíos parecen llegar tarde o simplemente no llegan.
Cuando permanecemos desconectados del mundo natural, inmersos en nuestro egoísmo y vanidad, nos volvemos indiferentes e incapaces de pensar en los demás. Por ello, los compromisos y acuerdos que asuman los gobiernos de 195 países no serán suficientes si cada uno no asumimos la responsabilidad que nos toca. Sólo seremos capaces de frenar y revertir el deterioro que hemos causado a la naturaleza y al clima si entendemos que todos somos uno, entre nosotros y con el planeta.
México tiene una enorme aportación que hacer al mundo. El país que ha mantenido sus raíces vivas gracias a los pueblos indígenas, está en la antesala del nacimiento de una nueva conciencia colectiva. Los mayas lo han dicho una y otra vez: lo macro es reflejo de lo micro. Cada día somos más conscientes que, si queremos transformar la realidad exterior, primero debemos sanar nuestro interior tal como lo explican los Pando en su documental más reciente, Re-conexión. Alguien dijo que, cuando el poder del amor sea más grande que el amor al poder, el mundo conocerá la paz. Es momento de abrir nuestra conciencia y utilizar el poder que tenemos en nuestras manos para cuidar y preservar nuestra casa común, sólo así viviremos en paz.
Armando Regil Velasco es presidente Fundador del Instituto de Pensamiento Estratégico Ágora A.C. (IPEA). Twitter: @armando_regil
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