sábado, 5 de diciembre de 2015

Mohamed Bouazizi

Por Adrián Paenza


En pocos días más se cumplen cinco años del 17 de diciembre de 2010. Ese día, en una pequeña ciudad (Sidi Bouzid) de Túnez, que no llega a los 125 mil habitantes, un vendedor ambulante de uno de los múltiples “mercaditos” empujaba su carrito con frutas y verduras, como tantos otros, como miles de otros. Era un día más, que no se diferenciaba de todos los anteriores ni de los que habrían de seguir. Mohamed, el vendedor ambulante, tenía tres años cuando se murió su padre. Para poder alimentar a su familia necesitaba pedir dinero prestado para llenar el carro de mercadería, y apostar a la fortuna de que ese particular día, por alguna extraña razón, pudiera vender lo suficiente como para poder devolver lo que había pedido y quedarse con una mínima diferencia que le permitiera poner comida en el plato de sus dos hijos y señora. Y en el propio.
Pero ese día fue distinto. La policía se le acercó y, como tantas otras veces, le dijeron que la balanza marcaba mal y que estaba violando las regulaciones. El sabía que era mentira, pero... a la policía eso no le importa. Lo dieron vuelta, lo alzaron por los pies y lo pusieron cabeza abajo para que se le cayeran las monedas que había juntado hasta allí. Pero no cayó ni una: Mohamed todavía no había logrado vender nada. Uno de los policías era una mujer que, mortificada porque no había dinero del que apropiarse, lo sopapeó e insultó a su padre muerto. Y encima le confiscaron el carro y la balanza.
Mohamed se fue hasta el centro de la ciudad para quejarse. Le dijeron que el oficial de turno estaba ocupado en una reunión. Furioso, humillado, impotente... tuvo una reacción distinta. Esta vez no quiso aceptar más la indignidad del trato. Desesperado, consiguió solvente para pintura, se lo tiró todo encima frente a la misma oficina en donde no lo habían querido recibir... y se prendió fuego.
Esta historia podría ser como tantas otras, decenas, centenas, miles de otras historias para las que ya parecemos anestesiados. Es que hay también miles de vendedores ambulantes allí, en todo el mundo árabe, como los hay acá, en esta parte de Occidente, aunque aparezcan vestidos distinto por las características de cada cultura. Tómese un minuto cuando tenga tiempo y recorra el mapa de esa zona en Africa y Asia: Túnez, Libia, Egipto, Arabia Saudita, Yemen, Jordania, Israel, Libia, Irak, Irán, Siria... La corrupción policial está expandida y las humillaciones del tipo de las que describí más arriba son moneda común. De hecho, investigando sobre este caso particular, descubrí muchísimos ejemplos similares. ¿Qué tuvo de diferente éste para disparar semejante reacción en cadena?
Bouazizi tenía 26 años ese día, el día que decidió inmolarse. Ese episodio despertó las protestas que en principio se redujeron a su propia ciudad, pero la reacción policial, tan brutal como siempre, esta vez encontró resistencia popular. Hartos ya de estar hartos, la historia de Mohamed era la historia de todos. Las protestas se expandieron porque las redes sociales permitieron viralizar lo que antes se podía censurar. Ahora ya no se puede. El “dictador/tirano” que estaba al frente del Ejecutivo (me cuesta llamarlo “el presidente de Túnez”) Zine-el Abidine Ben Ali, fue a visitar a Bouazizi al hospital, tratando de tapar el sol con la mano. Le quisieron salvar la vida, pero no pudieron. Murió el 4 de enero de 2011. La protesta creció aún más; la represión no alcanzaba. Diez días después, llegó el momento de escapar y después de veintitrés años... ¡veintitrés años!, Ben Ali huyó a un refugio en Arabia Saudita. [1]
El mundo árabe dejó de contemplar. Las protestas se siguieron expandiendo y la zona ya parecía un volcán en erupción, algo así como si existiera alguna forma de “lava humana”. Ya no sólo había reacciones en Túnez y en Egipto, sino que también se hacían incontenibles en Libia, Jordania, Kuwait y hasta Bahrein. Hasta que rápida –e inesperadamente– le llegó el turno a otro (de los que nosotros tuvimos tantos, ¿no?) de los que aprovechando que la sociedad les entrega armas (nunca voy a entender por qué) para que puedan usar “legalmente”, se dan vuelta y las usan en contra del propio pueblo. Así es como cayó Hosni Mubarak en Egipto, después de ¡tres décadas! en el poder.
¿Quién hubiera podido decir que la afrenta a la dignidad de uno de los vendedores ambulantes terminaría con semejante reacción? La escena de Mohamed prendiéndose fuego desató las protestas que después fueron rebeliones, puebladas, que terminaron eyectando a un dictador, después a otro, que dispararon protestas en Libia, que llevaron a una guerra civil, que decidieron la intervención de la OTAN (en 2012)... y la historia sigue. Sigue hoy porque las condiciones específicas, técnicas, no cambiaron.
Kurt Andersen fue el periodista de la revista Time que, si bien tenía su base en el Líbano, se trasladó hasta Túnez para escribir (y describir) la historia. Allí recibió dos testimonios que creo, son bien representativos y profundos. Uno fue de la madre de Mohamed. El otro, de su hermana menor. La madre, Mannoubia Bouazizi le dijo a Andersen: “Mi hijo se inmoló para no perder su dignidad”. Y la hermana, Basma, de sólo 16 años, agregó (y preste atención para que no se le pase por alto la reflexión de una adolescente con toda el espesor que contiene): “En Túnez, la dignidad es más importante que el pan”.
Se están por cumplir cinco años. ¿Qué lección aprendemos nosotros de este drama que parece lejos y para el cual estamos prudentemente anestesiados? En todo caso, en nuestras tierras no pasa nada... ¿no? No tenemos que preocuparnos. Esto solamente les pasa a “ellos”. Y “ellos” están lejos y no entienden nada.
[1] El actual gobierno de Túnez pidió cooperación a Interpol acusándolo de lavado de dinero y tráfico de estupefacientes. Fueron condenados él y su mujer (in absentia) en junio de 2011 a 35 años de prisión por robo de dinero en efectivo y joyas. Un año más tarde, en junio de 2012, otra corte tunecina lo condenó a prisión de por vida por incitación a la violencia y asesinato y una corte militar lo condenó a otra vida en prisión por las represiones violentas e indiscriminadas. Mientras tanto, en abril de 2013, la mujer (Leila Trabelsi) devolvió en un cheque 28.800.000 dólares. El actual gobierno tunecino está a la búsqueda de detectar en dónde tiene la familia de Ben Ali más de ¡mil millones de dólares que se robaron!

http://www.pagina12.com.ar/

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