Elena Poniatowska revive una época de México a través de la despiadada figura de Lupe Marín, segunda esposa de Diego Rivera
La princesa Hélène Elizabeth Louise Amélie Paula Dolores Poniatowska mira de frente cuando habla. No titubea y nunca pierde la sonrisa. Ni siquiera cuando su respuesta apuñala.
— ¿Siente nostalgia?
— Me da tristeza pensar que voy a morir.
A sus 83 años, la escritora y periodista anda triste. Piensa que México, la gran pasión de su vida, se desmorona. Muy lejos queda la época en que el país apuntaba al infinito. “México es muy inferior a su pasado. Hubo un tiempo en que iba hacia arriba como un fuego de artificio. Para los pintores no había otro cielo. Pero todo eso se ha perdido. Ahora es un país perdido, perdido por la sangre de Ayotzinapa”.
Dos veces única retrata a Lupe Marín, el eslabón central entre dos genios mexicanos: Diego Rivera y Frida Kahlo
En este crepúsculo, la ganadora del Premio Cervantes 2013 ha decidido no dar su brazo a torcer y acaba de publicar, en México, Dos veces única (Seix Barral). La novela, basada en una larga serie de entrevistas y una investigación rigurosa, rescata esa época áurea a través de Lupe Marín (1895-1983), un eslabón central entre dos genios mexicanos: el muralista Diego Rivera y el poeta Jorge Cuesta. Esposa de ambos, madre de sus hijos, pero también su sombra, Lupe Marín fue una figura única que quedó diluida bajo el fulgor de su sucesora, Frida Kahlo. “Frida se tragó completamente a Lupe. Frida era la gran amante de Rivera, la creadora, la pintora, la sufriente, la que se vestía como una inmensa flor, llena de ramas, frijoles y trigo. A su lado, Lupe era la madre de sus hijos”, se ríe la autora.
En el retrato de Poniatowska, Diego Rivera (cuya relación con su segunda mujer la escritora noveló en 1978 con el títuo de Querido Diego, te abraza Quiela) se alza como un ser voraz e ilimitado, que absorbe hasta la médula a sus esposas, un gigante que en los años veinte andaba con dos pistolones al cinto y una mirada nublada por la gloria. Fue ese Rivera el que se enamoró de la salvaje Lupe. “Él se quedó apantallado al verla. Ella era formidable, valiente, gallarda; lo contrario del estereotipo mexicano de la abnegada mujercita que se sacrifica por sus hijos, que vive persignándose y siempre pide perdón”.
La novela, bajo el imán de Lupe Marín y Diego Rivera, ilumina los años locos mexicanos. El asesinato de presidente Álvaro Obregón (seis tiros a quemarropa), la ilusión del comunismo, la muerte de Trotsky. Los Orozco, Siqueiros, Villaurrutia, Modotti, Revueltas, Cartier-Bresson, Gorostiza… En la reconstrucción de ese paraíso perdido, Poniatowska hace sentir el cuchillo de su prosa. Nadie escapa. No hay personajes limpios. Entre los aromas de vainilla y la exuberancia del crisol mexicano, la autora deja correr un río oscuro. La propia protagonista emerge primitiva, visceral, cargada de odio. “Lupe era capaz de destruir”, indica la escritora.
Cuatro años duró el matrimonio entre Rivera y Marín. Tuvieron dos hijas. Los celos, los engaños del pintor y, posiblemente, las limitaciones intelectuales de Lupe apagaron la pasión. Pero no la admiración de ella por el genial muralista (1886-1957). Durante décadas le seguiría, aunque no sin odio. Frida Kahlo fue el primero.Marín denigró a su sucesora, la artista del vientre desecho y la columna quebrada. Este rencor tiene una escena en la novela. 21 de agosto de 1929. En la boda de Kahlo y Rivera, Lupe, fuera de sí, consumida por la envidia, se lanza hacia la novia, levanta su enagua y grita ante todos los invitados: “Miren, miren por qué par de piernas me cambió Diego Rivera”. Ese alacrán es Lupe Marín.
Frida se lo perdonó y la dejó entrar en la vida de la pareja. Sin odio, muy por encima. Poniatowska lo explica: “Diego compartía con Frida una relación pasional que jamás tuvo con Lupe, porque Frida se le ofrendaba cada día. Frida vivía y pintaba para él. Lupe nunca lo amó de esa forma. Nunca entró en el misterio de Diego”.
Traición y soledad
Lupe Marín buscó otros amores. Su segundo matrimonio fue con el poeta y químico Jorge Cuesta (1903-1942). Un estallido de pasión al que siguió el desprecio. “Lupe nunca dejó de compararlo con Rivera”. Bajo el peso del menosprecio, la relación se rompió en pocos años. Y el enciclopédico y torturado autor de Canto a un dios mineral inició su deriva. Su caída marca el punto culminante de la novela. Intoxicado por las drogas que él mismo fabricaba, el poeta enloquece. Intenta reventarse los testículos con un picahielos, vive en un torbellino persecutorio. Lupe, como un reptil, le habla al médico de sus presuntos incestos, sus aberraciones sexuales, su homosexualidad reprimida. Cuesta, afeitado y limpio, se ahorca en el manicomio. En este pozo negro chapotea a gusto el personaje. “Lupe traiciona a Cuesta”, zanja Poniatowska.
Novela o verdad, el retrato es implacable. El resto es decadencia. Lupe muere pudorosa pero distante, abrazada a su nieto menos querido. Es 1983 y ya nadie la recuerda.
“Lupe es un personaje dostoyevskiano, que sigue sus impulsos. Puede matar a sus hijos y salvar a sus nietos”, concluye la autora. Su voz suena cercana. Está sentada de espaldas a un pequeño jardín de plantas salvajes. El sol de México ilumina sus cabellos blancos. Aunque esté triste, sonríe.
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