La población del occidente de México evalúa los daños tras el paso del huracán Patricia
SONIA CORONA Cihuatlán (México) 25 OCT 2015 - 20:07 CET
La tarde del viernes el huracán Patricia tocó tierra en Cihuatlán (Estado de Jalisco, occidente de México) y Mariano Jovian solo escuchó el silbido del viento entrando con fuerza a esta localidad de 18.000 habitantes. “Tumbó todas las plataneras y luego se vino el río con fuerza”. Habían pasado un par de horas desde que se había resguardado en su casa ante el anuncio del huracán más feroz de la historia en el Oceáno Pacífico.
Jovian rechazó las invitaciones para ir a un albergue en una zona más alta del pueblo y se quedó a esperar en su casa a las orillas del Río Marabasco. “Para cuidar que nadie se lleve nada”, dice. El huracán pasó pero unas horas más tarde el cauce del río invadió su casa. La mañana del sábado estaba, con ayuda de sus vecinos, sacando el agua y limpiando el barro que dañó sus muebles. “Lo importante es que estamos bien y sí nos llevamos un susto pero gracias a dios no pasó nada más”, remata. Las autoridades no han informado hasta ahora de víctimas mortales por el ciclón.
A lo largo de la costa de los Estados de Jalisco y de Colima el escenario fue lejos de catastrófico. La mayoría de las casas en la región soportaron los vientos de 325 kilómetros por hora con los que el ciclón empujaba al pisar el territorio mexicano. Algunos árboles cedieron a la intensidad del meteoro, principalmente los sembradíos de plátano, y la mayoría de las líneas eléctricas funcionaron tras el apagón que las mismas autoridades mexicanas generaron para evitar accidentes.
“Nos avisaron con tiempo (sobre el huracán) pero no quisimos ir a los albergues, mejor esperamos aquí. Tapamos bien las ventanas y casi no podíamos estar tranquilos por el ruido del aire pero se pasó rápido”, explica Elí Montaño, un vecino de la costa de Manzanillo. Su casa está a uno metros de la orilla del mar, pero un hotel –que sí sufrió anegamientos-- impidió que el agua y la arena se metieran hasta su habitación. La mañana del sábado Montaño sacaba las ramas de árbol que el huracán arrastró hasta su patio. Bajo el cielo abierto y frente a un oleaje constante continuó limpiando lo que dejó el ciclón.
Los caminos también superaron el choque de intensas lluvias y viento veloz. Las autoridades liberaron de peajes todas las autovías de la región e incluso cerraron la circulación en las más cercanas a la costa durante las horas más críticas del huracán. Por la mañana, el Ejército y la compañía de luz estatal (CFE) recorrieron la costa para verificar la situación en los pueblos cercanos a la zona de impacto de Patricia. Durante la tarde, el presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, se acercó a las comunidades de la costa próximas al puerto de Manzanillo para observar el estado de las localidades tras el paso del huracán.
La tarde del viernes 23 de octubre en el pueblo de Barra de Navidad, conocido por ser un imán para aficionados del surf y la pesca deportiva, las calles se quedaron vacías y las ráfagas de viento se llevaron láminas y árboles. El ojo del huracán pasó exactamente por esta localidad. El ganado se quedó intacto en sus corrales y el mar entró unos metros dentro del pueblo para después retraerse. Una estatua de un pez vela da la bienvenida al pueblo y tras el paso del tan anunciado huracán la gente se dedica a recoger las ramas de árbol caídas. A toda velocidad pasa el Gobernador de Jalisco, Aristóteles Sandoval, abordo de un todo terreno. La tranquilidad sigue en Cihuatlán.
La tarde del viernes el huracán Patricia tocó tierra en Cihuatlán (Estado de Jalisco, occidente de México) y Mariano Jovian solo escuchó el silbido del viento entrando con fuerza a esta localidad de 18.000 habitantes. “Tumbó todas las plataneras y luego se vino el río con fuerza”. Habían pasado un par de horas desde que se había resguardado en su casa ante el anuncio del huracán más feroz de la historia en el Oceáno Pacífico.
Jovian rechazó las invitaciones para ir a un albergue en una zona más alta del pueblo y se quedó a esperar en su casa a las orillas del Río Marabasco. “Para cuidar que nadie se lleve nada”, dice. El huracán pasó pero unas horas más tarde el cauce del río invadió su casa. La mañana del sábado estaba, con ayuda de sus vecinos, sacando el agua y limpiando el barro que dañó sus muebles. “Lo importante es que estamos bien y sí nos llevamos un susto pero gracias a dios no pasó nada más”, remata. Las autoridades no han informado hasta ahora de víctimas mortales por el ciclón.
A lo largo de la costa de los Estados de Jalisco y de Colima el escenario fue lejos de catastrófico. La mayoría de las casas en la región soportaron los vientos de 325 kilómetros por hora con los que el ciclón empujaba al pisar el territorio mexicano. Algunos árboles cedieron a la intensidad del meteoro, principalmente los sembradíos de plátano, y la mayoría de las líneas eléctricas funcionaron tras el apagón que las mismas autoridades mexicanas generaron para evitar accidentes.
“Nos avisaron con tiempo (sobre el huracán) pero no quisimos ir a los albergues, mejor esperamos aquí. Tapamos bien las ventanas y casi no podíamos estar tranquilos por el ruido del aire pero se pasó rápido”, explica Elí Montaño, un vecino de la costa de Manzanillo. Su casa está a uno metros de la orilla del mar, pero un hotel –que sí sufrió anegamientos-- impidió que el agua y la arena se metieran hasta su habitación. La mañana del sábado Montaño sacaba las ramas de árbol que el huracán arrastró hasta su patio. Bajo el cielo abierto y frente a un oleaje constante continuó limpiando lo que dejó el ciclón.
Los caminos también superaron el choque de intensas lluvias y viento veloz. Las autoridades liberaron de peajes todas las autovías de la región e incluso cerraron la circulación en las más cercanas a la costa durante las horas más críticas del huracán. Por la mañana, el Ejército y la compañía de luz estatal (CFE) recorrieron la costa para verificar la situación en los pueblos cercanos a la zona de impacto de Patricia. Durante la tarde, el presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, se acercó a las comunidades de la costa próximas al puerto de Manzanillo para observar el estado de las localidades tras el paso del huracán.
La tarde del viernes 23 de octubre en el pueblo de Barra de Navidad, conocido por ser un imán para aficionados del surf y la pesca deportiva, las calles se quedaron vacías y las ráfagas de viento se llevaron láminas y árboles. El ojo del huracán pasó exactamente por esta localidad. El ganado se quedó intacto en sus corrales y el mar entró unos metros dentro del pueblo para después retraerse. Una estatua de un pez vela da la bienvenida al pueblo y tras el paso del tan anunciado huracán la gente se dedica a recoger las ramas de árbol caídas. A toda velocidad pasa el Gobernador de Jalisco, Aristóteles Sandoval, abordo de un todo terreno. La tranquilidad sigue en Cihuatlán.
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