La presidenta inicia nuevo mandato con menguado capital político y en un país en crisis
Poco va a tener que ver el segundo mandato que Dilma Rousseff acaba de iniciar al frente de Brasil con las expectativas suscitadas por su llegada en 2010 a la presidencia del gigante latinoamericano. La mandataria va a necesitar mucho más que buenas intenciones para lograr avances en cuatro años de Gobierno que ahora se inician con un panorama muy diferente del de entonces; y que inevitablemente habrán de centrarse en la recuperación económica y la lucha sin cuartel contra una enquistada corrupción.
Brasil es hoy una economía al borde de la recesión, con sus cuentas públicas en rojo y una inflación al alza que obligará a la presidenta a adoptar medidas drásticas, aún sin concretar. Y, sobre todo, un país sobre el que planea el imponente escándalo de la petrolera estatal Petrobras, que Rousseff dirigió hasta 2010. Petrobras es el foco de una red de corrupción que ha desparramado a lo largo de años casi 4.000 millones de dólares en los bolsillos de políticos y empresarios vinculados al gobernante Partido de los Trabajadores y a sus socios de coalición.
El capital político de Rousseff es más reducido ahora. La presidenta fue reelegida en octubre frente al liberal Aecio Neves por un margen muy estrecho. Brasil hoy es un país dividido políticamente, en el que tiene mucha más fuerza una oposición de centroderecha que venía siendo casi testimonial desde el triunfo del izquierdista Lula da Silva en 2002. Esa situación y la necesidad de severos ajustes ya han escorado al Gobierno a la derecha. Y aunque Rousseff asegura que las reformas de la postrada economía (la previsión de crecimiento en 2015 no llega al 0,8%) no afectarán a los más desfavorecidos, la designación de ministros conservadores coloca al nuevo Ejecutivo en el punto de mira de los movimientos sociales que apoyaron su reelección.
De todos los retos que aguardan a Rousseff, probablemente sea Petrobras el más dañino. El gigante petrolero, responsable de casi el 13% del PIB y hasta hace poco orgullo de Brasil, es ahora un barril de pólvora y una vergüenza nacional. El escándalo y su repercusión internacional amenazan incluso los planes de producción de la compañía, que ha perdido un tercio de su valor en un mes. Evitar la implosión de Petrobras va a exigir de la jefa del Estado mucha mayor atención de la deseable en un país tan cargado de desafíos.
http://elpais.com/elpais/2015/01/01
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