domingo, 12 de abril de 2015

El arte busca desarmar la guerra en Colombia

Una cumbre mundial para hablar del papel del arte y la cultura en la construcción de la paz, reúne a más de 400 artistas en Bogotá



El cantante panameño Rubén Blades durante un concierto, en Bogotá, por la Paz en Colombia, el pasado jueves. / DIEGO VEGA (EFE)


La paz que busca Colombia no solo se escenifica en una mesa donde se sientan a negociar dos enemigos. Esa es tan solo una parte, la primera. Política, sí. Pero hay mucho más. Así lo han constatado, durante esta semana, cientos de artistas colombianos y de 37 países que se reunieron en Bogotá para reflexionar sobre cómo el arte y la cultura son fundamentales para construir la paz. La mayoría ha coincidido en que las prácticas artísticas movilizan a los ciudadanos y permiten repensar el conflicto, por lo que piden que el Gobierno los reconozca como parte activa de todo lo que se avecina si se firma la paz con la guerrilla de las FARC.
“El arte es memoria de lo que se quiere recordar y olvidar y espejo de lo que no se quiere repetir”, dijo la ministra de Cultura, Mariana Garcés en la Cumbre Mundial de Arte y Cultura para la Paz de Colombia, que termina este domindo. Allí se escucharon testimonios sobre cómo las víctimas hacen resistencia desde el arte y cómo los artistas crean a partir del dolor, de los relatos de la violencia, de cómo los cuentan los medios de comunicación, de la importancia de la educación artística y de sí es posible reconciliarse a través del arte.
Perla de la Rosa, directora de teatro y actriz mexicana que ha trabajado con víctimas de feminicidio en su país, contó cómo su experiencia aporta a la reparación simbólica. Confiesa que aunque el arte tiene un gran poder transformador, siguen quedándose por fuera “los que realmente tenemos que ablandar”. ¿Cómo acercar al arte a los que han hecho la guerra y a los que la han padecido?, se pregunta. Para esta actriz, el teatro le aporta a la paz si se hace con solidaridad, “ese que busque dar un consuelo”, y recordó lo que dijo una mujer al final de una de sus obras: “Esto es muy duro, pero necesario”.
El mensaje de Estela Carlotto, presidenta de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo, de Buenos Aires, fue perseverar en encontrar la verdad y la justicia, algo que para ella es la “verdadera reconciliación”
De esa crudeza también habló el periodista y fotógrafo colombiano Jesús Abad, quien ha documentado el conflicto armado en los últimos 25 años. Sus fotografías hablan del horror. Hombres llorando devastados y niños aferrados a una gallina en medio de la huida. Pero también hablan de cómo las víctimas se sobreponen al dolor. Abad siempre regresa al lugar de la tragedia porque prefiere registrar la vida que la guerra. “Es un testimonio contra los actores de la guerra, los grupos armados, los políticos corruptos que hacen más daño que las balas en este país…”, dijo durante la presentación de su libro Mirar de la vida profunda.
El dolor, pero con un propósito, también es el eje fundamental del trabajo artístico de Antonio Castañeda, quien hace 40 años llegó a Bogotá huyéndole a la violencia y fue testigo de cómo en su barrio, la mal llamada “limpieza social” desapareció a decenas de personas. Desde entonces sus creaciones que involucran a comunidades vulnerables, surgen de las historias de las víctimas. “Se trata de hacer visible lo invisible, de construir desde lo destruido”, explica. Su testimonio podría equipararse al de Afrika Bambaataa, uno de los precursores del Hip Hop en el mundo, quien habló del poder reunificador de esta cultura.
Para el escritor Santiago Gamboa (La guerra y la paz, 2014), la construcción de la paz en Colombia tendrá que vivirse como una segunda independencia y si bien la cultura no cuenta con la fuerza física para detener una guerra, si puede emitir sentencias perdurables. “¿Quién recuerda las sentencias de Nuremberg? Los historiadores. Pero las sentencias humanas escritas por autores como Primo Levi o Jorge Semprún, su testimonio sobre los campos de concentración, son alegatos mucho más intensos y perdurables”, dijo.
A la cumbre también acudieron víctimas y defensores de derechos humanos como Estela de Carlotto, presidenta de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo, quien hace ocho meses se reencontró con su nieto robado durante la dictadura argentina. Carlotto tuvo un encuentro con madres colombianas cuyos hijos fueron asesinados por los militares para presentarlos como guerrilleros muertos en combate. Su mensaje fue perseverar en encontrar la verdad y la justicia, algo que para ella es la “verdadera reconciliación”.
Pero no todos fueron tan optimistas. De los invitados, el que más debate generó fue el escritor colombiano Fernando Vallejo (1945), quien fiel a su estilo descarnado y sin tapujos, leyó una diatriba casi sin respiro por cerca de 20 minutos donde se despachó contra la clase política colombiana y el proceso de paz con las FARC, al que calificó de “conversaciones de impunidad”. En medio de los aplausos de sus seguidores, pero también de algunas rechiflas, Vallejo terminó su discurso diciendo que “estas jornadas por la paz son una farsa".
No lo piensan así los más de 400 artistas que participaron de la cumbre y los miles de espectadores que como Liliana Gamboa están convencidos de que el arte y la cultura tienen una fuerza constructiva que se opone a esa otra fuerza destructiva que tiene el lenguaje de la guerra.

 Bogotá //http://cultura.elpais.com/

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