Pasadas las elecciones primarias abiertas simultáneas y obligatorias (PASO), en agosto, se abría una incógnita, si para elegir presidente los argentinos concurrirían, o no, al ballotage entre los dos candidatos más votados: el primero Daniel Scioli del oficialista Frente para la Victoria (FPV), actual gobernador de Buenos Aires y el segundo, Mauricio Macri, de Cambiemos, hoy jefe de gobierno de la Capital Federal. Ninguna otra cuestión planteó un enigma desde aquel domingo hasta las pasadas elecciones generales de octubre.
Encuestadores, políticos, académicos, analistas y ciudadanos auguraban una amplia victoria de Scioli –con alguna posibilidad de ballotage-- y vaticinaban el triunfo aplastante del oficialismo en Buenos Aires, donde el gobernador se consagra por mayoría simple. Por este motivo, el aspirante a gobernador del FVP, Aníbal Fernández, llegó a profetizar en relación a su propia elección, “Ya está, es un trámite”. De ahí el asombro que causó en propios y extraños que Scioli superara a Macri por solo dos puntos y María Eugenia Vidal, de Cambiemos, conquistase la gobernación bonaerense.
La elección del 22 de noviembre se define, entonces, entre Scioli y Macri. El ballotage constituye una herramienta que provee a los postulantes para un cargo ejecutivo la mayoría absoluta de los sufragios válidos –la mitad más uno. Si nadie los reúne, hay segunda vuelta. Sin embargo, la Argentina reconoce tres modos de acceder a la presidencia: 1) alcanzar 45% más uno en la elección general, 2) obtener 40% más uno con un diferencia de 10 puntos del segundo candidato; y sino se cumple ninguno de estos criterios 3) recurrir al balotaje (50% más uno) entre los dos más votados. Es decir, un candidato puede ser presidente sin la legitimación mayoritaria que procura el ballotage.
La propia Constitución Nacional contiene dos criterios de legalidad electoral para la nominación presidencial, uno de primera minoría y otro de mayoría absoluta. Con la concurrencia a las urnas en noviembre, la ciudadanía va a dar sentido al requerimiento del ballotage y por primera vez acudirá a él. El acontecimiento derrumba varios mitos agitados durante 20 años. Muchos de los cuales se filtraron en las predicciones.
La gran conmoción fue la victoria de Cambiemos en la provincia de Buenos Aires, distrito clave con 38% del padrón nacional y gobernado ininterrumpidamente 27 años por el peronismo. Su derrota puso fin a su hegemonía en Buenos Aires y al mito de su imbatibilidad.
La fórmula provincial oficialista perjudicó a Scioli e inversamente la propuesta de Cambiemos benefició a Macri. El desenlace electoral reveló que mientras Cristina Kirchner (CFK) erró al proponer la fórmula Fernández – Sabbatella, muy cuestionada dentro y fuera del peronismo, Macri acertó en la selección de su candidata, María Eugenia Vidal. Coronada sin ser esposa, ni hermana, ni hija de, Vidal fue la estrella de la jornada al acceder a un gobierno que, desde 1983, había estado en manos peronistas y radicales y al ser la primera mujer de la política bonaerense que alcanza la gobernación.
Emerge entonces un nuevo escenario donde cada postulante traza su campaña de cara al ballotage. El oficialismo apela al miedo, anunciando que una victoria de Macri implica volver al neoliberalismo de los 90 y además replicar la ingobernabilidad de la Alianza entre radicales y frepasistas. Curiosamente el matrimonio Kirchner fue activo protagonista de aquella década, Scioli nació a la vida política con Carlos Menem, Cristina Kirchner llevó un radical, Julio Cobos, de vicepresidente y muchos frepasistas fueron funcionarios suyos.
Macri, en cambio, promete demostrarles a quienes lo votaron aun creyendo que él “no era su mejor opción”, que tomaron la decisión correcta. Interpela también a aquellos que prefirieron otras alternativas, incluido el FPV, invitándolos a sumarse a la Argentina que “se está construyendo”. Se propone simbolizar el cambio y el futuro, mientras sugiere, entre líneas, que el FPV representa el pasado y la continuidad. Como en política cuentan los números pero también las expectativas y el hartazgo, al perder por dos puntos, Macri triunfó por lo inesperado de la diferencia, por forzar el ballotage y por imponer a Vidal.
Un 27% del electorado escogió otras fuerzas. Conformado por antikirchneristas duros, ciudadanos de variada adhesión al peronismo e independientes de distintos gustos, la mayoría de ellos eligió a Sergio Massa. Por lo tanto, ambos candidatos presidenciales afrontan diferentes situaciones para conquistar estos electores. Scioli debe elegir recostarse en el peronismo o en el kirchnerismo; la combinación suena difícil. Macri encara el desafío de posicionarse como el futuro presidente de todos los argentinos, también de los más humildes. Para ello enfrenta un oficialismo dedicado con ahínco a argumentar que esto es imposible. Scioli tiene que combinar lo que parece incombinable y Macri diseñar un discurso que contenga a todos los sectores sociales. El que mejor resuelva el desafío será el próximo presidente argentino.
* María Matilde Ollier es Decana de la Escuela de Política y Gobierno de la Universidad de San Martin, Provincia de Buenos Aires.
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