El abismo en el tiempo (fragmento)
" Fue el jueves 14 de mayo de 1908 cuando se me presentó la extraña amnesia. Ocurrió de repente, aunque más tarde comprendí que ciertas visiones vacilantes y breves sufridas varias horas antes, visiones caóticas que me conturbaron mucho por su carencia de precedentes, pudieron ser los síntomas premonitorios.
Me dolía la cabeza y experimentaba la extraña sensación, del todo nueva para mí, de que alguien trataba de adueñarse de mis pensamientos. El colapso se produjo sobre las 10.20 de la mañana, mientras daba una clase del sexto tema de Economía Política -historia y tendencias actuales de la economía- ante un grupo de estudiantes de primero y segundo. Comencé a ver formas extrañas ante mis ojos y a notar que me hallaba en una habitación grotesca distinta del aula habitual. Mis pensamientos y palabras se separaron del tema, y los estudiantes advirtieron que algo grave sucedía. Luego me desplomé, inconsciente, en mi silla, sumido en un estupor del que nadie pudo hacerme salir. Mis facultades propias no volvieron a asomar a la luz del día de nuestro mundo normal hasta pasados cinco años, cuatro meses y trece días. Lo que sigue, claro, lo he averiguado a través de terceras personas. En un espacio de dieciséis horas y media no mostré signos de conciencia, aunque me llevaron a mi casa, sita en el número 27 de la calle Crane, y se me proporcionaron los mejores cuidados médicos.
A las tres de la madrugada del 15 de mayo abrí los ojos y comencé a hablar, pero, al poco, el doctor y mi familia se quedaron sorprendidos por las tendencias mostradas por mi forma de expresarme y el lenguaje empleado. Resultaba claro que no recordaba ni mi identidad ni mi pasado, aunque, por algún motivo, intentara ocultar esta falta de conocimiento. Mis ojos contemplaban con extrañeza a las personas que me rodeaban y las flexiones de mis músculos faciales eran del todo inhabituales. Incluso mi manera de hablar sonaba torpe y extraña. Utilizaba mis órganos vocales grosera y tentativamente, y mi dicción poseía una cierta vacilación, como si hubiese aprendido el inglés en los libros. La pronunciación sonaba en extremo extranjera, mientras que el idioma parecía incluir tanto retazos de curiosos arcaísmos como expresiones de una textura del todo incomprensible.
" Fue el jueves 14 de mayo de 1908 cuando se me presentó la extraña amnesia. Ocurrió de repente, aunque más tarde comprendí que ciertas visiones vacilantes y breves sufridas varias horas antes, visiones caóticas que me conturbaron mucho por su carencia de precedentes, pudieron ser los síntomas premonitorios.
Me dolía la cabeza y experimentaba la extraña sensación, del todo nueva para mí, de que alguien trataba de adueñarse de mis pensamientos. El colapso se produjo sobre las 10.20 de la mañana, mientras daba una clase del sexto tema de Economía Política -historia y tendencias actuales de la economía- ante un grupo de estudiantes de primero y segundo. Comencé a ver formas extrañas ante mis ojos y a notar que me hallaba en una habitación grotesca distinta del aula habitual. Mis pensamientos y palabras se separaron del tema, y los estudiantes advirtieron que algo grave sucedía. Luego me desplomé, inconsciente, en mi silla, sumido en un estupor del que nadie pudo hacerme salir. Mis facultades propias no volvieron a asomar a la luz del día de nuestro mundo normal hasta pasados cinco años, cuatro meses y trece días. Lo que sigue, claro, lo he averiguado a través de terceras personas. En un espacio de dieciséis horas y media no mostré signos de conciencia, aunque me llevaron a mi casa, sita en el número 27 de la calle Crane, y se me proporcionaron los mejores cuidados médicos.
A las tres de la madrugada del 15 de mayo abrí los ojos y comencé a hablar, pero, al poco, el doctor y mi familia se quedaron sorprendidos por las tendencias mostradas por mi forma de expresarme y el lenguaje empleado. Resultaba claro que no recordaba ni mi identidad ni mi pasado, aunque, por algún motivo, intentara ocultar esta falta de conocimiento. Mis ojos contemplaban con extrañeza a las personas que me rodeaban y las flexiones de mis músculos faciales eran del todo inhabituales. Incluso mi manera de hablar sonaba torpe y extraña. Utilizaba mis órganos vocales grosera y tentativamente, y mi dicción poseía una cierta vacilación, como si hubiese aprendido el inglés en los libros. La pronunciación sonaba en extremo extranjera, mientras que el idioma parecía incluir tanto retazos de curiosos arcaísmos como expresiones de una textura del todo incomprensible.
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