jueves, 12 de diciembre de 2013

México, devuélveme a mi hijo

Decenas de madres centroamericanas atraviesan el país para buscar una pista sobre los migrantes desaparecidos en su camino a EE UU





Blanca Gómez, de 53 años, tiene una deuda con un paisano de su pueblo de 4.900 dólares desde el año 2010. A los hijos de su vecino les había ido bien en Estados Unidos y en el municipio de Oratorio de la Concepción, en El Salvador, muchos quisieron seguir sus pasos. También el hijo de la señora Blanca, que no dudó en pedir un préstamo imaginando que pronto empezarían a llegar los dólares. Luis Roberto, de 21 años, pasó por las manos de dos coyotes y un guía en su camino, pero su rastro se perdió en la frontera. Como si la tierra se lo hubiera tragado. Desde entonces Blanca Gómez paga religiosamente la deuda y busca a su hijo.
Llegadas de El Salvador, Guatemala, Honduras o Nicaragua, decenas de madres con una foto colgada al cuello recorren México siguiendo el rastro de esa última llamada que llegó desde Veracruz, del Distrito Federal o de Piedras Negras (ya en la frontera). "La última vez que hablamos fue desde Nuevo Laredo, me dijo que a los días agarraba el coyote", dice Priscila Cartagena, hondureña, que busca a su hija de 19 años Yesenia, desaparecida desde noviembre de 2008. "Ella salía a buscar el sueño americano", explica.
Las mujeres de la Caravana de Madres Centroamericanas que buscan a sus hijos migrantes iniciaron su camino el 2 de diciembre del Estado de Tabasco (al sur del país) y antes de llegar al Distrito Federal este lunes atravesaron nueve Estados. Es el noveno año que hacen el viaje, al que aún le quedan ocho días. En su ruta por los caminos que atraviesan los migrantes en su camino al norte, le exigen al Gobierno mexicano que busque a sus hijos, que los encuentre "vivos o muertos", que juzgue a los criminales de las mafias y que convierta a México en un país seguro.
La Caravana dice haber documentado unas 70.000 desapariciones de migrantes centroamericanos en los últimos 30 años, una crisis humanitaria que se ha agudizado en los últimos años con la violencia de los cárteles. El crimen organizado, históricamente dedicado al narcotráfico, encontró otro modo de hacer negocio a través del tráfico de los sin papeles que cruzan el país de forma ilegal, sobre todo a raíz del nacimiento de Los Zetas, un grupo criminal fundado por exmilitares mexicanos. Las bandas los secuestran para exigir recompensas a sus familias o los reclutan a la fuerza como mano de obra. Muchos acaban muertos una vez que ya no les son “útiles”, enterrados en fosas que, muy de vez en cuando, localizan las autoridades y devuelven a la tierra decenas de cadáveres sin nombre.
En medio de las mujeres que este miércoles dan una conferencia de prensa en la capital del país, llama la atención un chico al que todos abrazan y que sonríe con dientes dorados. Al rato el joven se cansa y se va a sentar a un sofá del centro de la ONG Cencos, donde se celebra el encuentro, y juega con su smartphone. Eugenio Marcelino tiene 26 años y es uno de los cuatro hijos que se han reencontrado con sus madres en esta caravana. Casos como el suyo devuelven la esperanza a las demás, aunque cada historia es un mundo.
La incertidumbre es una losa difícil de llevar para estas mujeres, que se preguntan si sus hijos cayeron en manos de las mafias, murieron por el camino o están bien pero no saben (o no quieren) contactar con sus familias. "A veces no se ponen en contacto porque les da vergüenza no haber conseguido cruzar o bien porque vienen de pueblos muy pequeños y no tienen teléfono o pierden los números", explica Marta Sánchez, portavoz del Movimiento Migrante Mesoamericano.
Pero una madre nunca se da por vencida. Narcisa del Socorro Gómez buscaba a Eugenio Marcelino desde que salió de su pueblo, en Nicaragua, siendo menor de edad. "Me mintió, me dijo que se iba a Guatemala pero no le creí. Nunca me llamó", dice ella. El chico cuenta que tardó un año en llegar a Tijuana (ciudad fronteriza mexicana). "Nunca intenté cruzar [a EE UU], me acostumbré a la vida allá”. ¿Y por qué no llamó a su mamá? "Yo vengo de un rancho, allá los teléfonos eran muy escasos, se me extraviaron los números y, por falta de conocimiento, no la pude localizar", cuenta. Ahora dice que está "contentísimo" y que quiere volver a su pueblo para ver a su familia, pero luego volverá a Tijuana. "Allí me conoce mucha gente, quiero montar un taller y cruzar al otro lado legalmente para comprar carros y venderlos en México", planea. "Alguna vez pensé en volver, pero no sé… Lo que no hay es como el amor de madre".
No lo hay. Estas mujeres, algunas de más de 80 años, viajan desde Oratorio de la Concepción o desde donde haga falta para buscar a los suyos en un país ajeno. La sonrisa dorada de Eugenio Marcelino les da aliento. “¿Y si el próximo es el mío?”. La canción que entonan lo dice todo: "Aunque el hijo se alejara del hogar, una madre siempre espera su regreso (…) Una madre no se cansa de esperar”.

Para El Paìs de Madrid

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