Atenas presenta un plan de ingeniería financiera para evitar un choque con sus socios
El nuevo titular de Finanzas de Grecia, Yanis Varufakis (izquierda), se despide este lunes del ministro británico de Economía, George Osborne. / ANDY RAIN (EFE)
Grecia empieza a enseñar sus cartas. Y deja atrás algunas de sus propuestas más radicales antes incluso de que arranque la negociación: Atenas ya no plantea una quita de la deuda pública, que se ha convertido en una especie de anatema, en una estupenda línea roja en Europa. El ministro griego de Finanzas, Yanis Varufakis, hizo públicos ayer los planes de su Gobierno para aliviar la pesada losa de deuda -que asciende a un casi impagable 175% del PIB: 315.000 millones de euros-, con una solución imaginativa que recuerda a la que diseñó Estados Unidos hace 25 años para acabar con la crisis de deuda latinoamericana: el plan Brady. El plan Varukafis consiste en un menú de intercambios de deuda: se trata de canjear los bonos actuales por dos nuevos tipos de instrumentos financieros. Uno: bonos ligados al crecimiento para sustituir la deuda en manos oficiales (unos 190.000 millones que poseen los socios del euro y los mecanismos europeos de rescate, con un riesgo total de 26.000 millones de España), y que consiste en pagar solo en el caso de que Grecia alcance un determinado avance del PIB. Algo parecido a lo que hizo también Alemania después de la II Guerra Mundial. Y dos: deuda perpetua para sustituir los bonos en manos del BCE, que suman unos 27.000 millones.
Se trata, en pocas palabras, de usar la retorcida ingeniería financiera para evitar la temida quita, lo que en los mercados se conoce como un corte de pelo (haircut) de la deuda.Grecia busca sortear así un choque frontal con los socios del euro, que de ninguna manera van a aceptar tampoco esas condiciones, una suerte de propuesta de máximos en el primer episodio de una negociación que no será nada fácil. El nuevo Ejecutivo de Syriza intenta conseguir algo de margen fiscal para acometer sus reformas y poder cumplir algunas de sus promesas electorales. Junto con ese plan para la deuda, Varufakis contó al Financial Times que prevé un golpe a los grandes evasores fiscales para conseguir, en suma, un superávit fiscal de hasta un 1,5% del PIB. Los acuerdos de Grecia con la troika preveían superávits primarios (sin contar el pago del intereses) del 4,5% del PIB para este año.
La propuesta no ha sido discutida aún con el Banco Central Europeo (BCE) ni con el Gobierno alemán, según reconoce el propio Ejecutivo griego a Reuters, pese a que Tsipras ha estado en contacto prácticamente continuo con las instituciones europeas, según desveló anoche el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, en una cena con destacados europarlamentarios. Pero el plan ha sido bien recibido en los mercados, que interpretan que al menos las propuestas más descabelladas –la citada quita, que abocaba a Grecia a un choque de trenes con los socios del euro y, según algunas filtraciones de Berlín, incluso a la posibilidad de una salida del euro—se han quedado en el tintero y permiten descartar los habituales escenarios apocalípticos. La Bolsa griega ha abierto este martes con fuertes subidas, de más del 7%. Las primas de riesgo se han relajado considerablemente tras una semana al alza. Pero no hay detalles aún del plan, según reconocen las fuentes consultadas en Bruselas, a la espera de la visita de mañana de Alexis Tsipras, el flamante primer ministro griego, a la Comisión Europea.
Tsipras garantizó el sábado que pagará todos sus préstamos al FMI y al BCE, lo que deja como víctima propiciatoria la deuda en manos de los socios europeos y de los mecanismos de rescate europeo. Y tanto el primer ministro como Varufakis han subrayado que el sector privado no asumirá más pérdidas, tras las dos reestructuraciones acordadas desde el inicio de la crisis griega, allá por 2010.- Los socios del euro han reestructurado las condiciones de las ayudas (o créditos) a Grecia en cuatro ocasiones, pero aun así un acuerdo del Eurogrupo en noviembre de 2012 abre la puerta a una quinta reestructuración. Más que quitas y canjes de bonos, Europa prefiere alargar los plazos actuales y reducir en lo posible los intereses de la deuda, algo que según Bruegel podría suponer ahorros conjuntos de hasta el 17% del PIB. Grecia quiere más. Pero es cierto que las condiciones ya están bastante ajustadas. El EFSF (uno de los fondos de rescate europeo) posee 142.000 millones de euros de la deuda griega a un plazo medio de 32 años y un interés del 1,5%, inferior al que paga España. Y Atenas no debe empezar a pagar ese dinero hasta 2023. El BCE tiene en torno a 27.000 millones, según Bloomberg, pero en ese caso Grecia tiene que empezar a pagar pronto: hay vencimientos tan pronto como este año de 6.600 millones, que estrechan el margen de Grecia. El FMI concentra en torno a 25.000 millones adicionales, pero Atenas no debe empezar a pagar esos créditos hasta 2019, aunque abona intereses en el entorno del 3,5%. Y hay aún préstamos bilaterales, de mayo de 2010, por unos 80.000 millones. Algunos Gobiernos han dado cifras de su exposición: Francia unos 42.000 millones; España unos 26.000 millones, aunque esas cifras salen de sumar la participación de los países en varios instrumentos, avales y los créditos directos.
En Bruselas no se entiende por qué Varufakis presentó ayer ese plan en Londres al ministro británico, George Osborne, que no participa en las reuniones del Eurogrupo: los ministros de Finanzas del euro son quienes deberán tomar la decisión sobre la deuda griega, y en esas reuniones no participa Osborne. La respuesta está en la City: Varufakis también dio a conocer el programa al sistema financiero en Londres, y los resultados se dejaban notar esta mañana en los mercados. El cambio de tono en Grecia es ya sustancial, de cara a la cumbre europea del 12 de febrero y a un Eurogrupo posterior, a mediados de este mes, en el que cada una de las partes de la negociación ya tendrá mucho más claras las demandas, reclamaciones o exigencias de la otra.
Pero la clave de todo el lío, curiosamente, no está ni en Bruselas ni en Londres: está en los cuarteles generales del BCE, en Fráncfort. El Eurobanco ha dejado claro que no aceptará una quita de la deuda griega en sus manos porque eso podría considerarse financiación monetaria de un Estado, algo expresamente prohibido en los tratados. Pero el papel del BCE va mucho más allá: la banca griega depende de las líneas de financiación en Fráncfort para seguir viva. Y Draghi ha dejado claro que si Grecia no está bajo un programa de los acreedores cortará esas líneas: eso desencadenaría una quiebra en cadena de las entidades y muy probablemente un accidente mayúsculo, con un impago por parte del Gobierno griego. Ese es el botón nuclear que nadie quiere apretar, pero está ahí, en rojo.
El 28 de febrero vence el rescate a Grecia, que ha anunciado que no quiere una nueva extensión: cualquier indicación de Draghi al respecto precipitaría las negociaciones. Al cabo, quedan menos de cuatro semanas para negociar un tercer rescate suave (una línea de crédito de precaución, en condiciones más laxas) o, ante lo estrecho de ese plazo, para que Grecia se eche atrás como ha hecho con las quitas y pida una extensión para no provocar un accidente. Tsipras no tiene margen: necesita el dinero europeo porque Grecia sigue siendo incapaz de financiarse en los mercados por sí sola. Los socios europeos tampoco: saben que sin concesiones a Atenas se exponen a graves problemas políticos con consecuencias potencialmente devastadoras si se inicia una nueva oleada de inestabilidad en Grecia, que se extienda por el resto de Europa como ha venido sucediendo una y otra vez desde hace un interminable lustro. La propuesta de Varufakis es apenas una primera aproximación a las posiciones de los socios del euro. Pero solo la Comisión Europea ha anunciado a día de hoy algo realista, un camino intermedio: una reestructuración que permita alargar los plazos y reducir los tipos de interés que paga Grecia por su endeudamiento, y una concesión más política, el fin de la troika, para que Tsipras pueda presumir en casa. Las posiciones deberían ir convergiendo hacia esa tercera vía si de verdad se quiere evitar un accidente. Aunque la crisis del euro demuestra que, con Grecia en el menú, cualquier cosa es posible. Incluso un disgusto serio.
CLAUDI PÉREZ Bruselas
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