lunes, 16 de febrero de 2015

Libia, cuarto oscuro de las pateras

  • La violencia y el desgobierno amenazan con agravar el drama de inmigrantes y refugiados


Una inmigrante, con su hijo, en el centro de detención para mujeres 'sin papeles' de Surman, Libia. Ricardo Garcia Vilanova


Henok Annoban tiene 27 años, es eritreo y a los 28 no podrá volver a caminar. La enfermedad que le afecta a los nervios cerebrales es la razón por la que decidió emprender un viaje a Europa que se ha quedado a la mitad, en un centro de detención de inmigrantes enMisrata, en la costa central libia. Algo falló y lleva cinco meses encerrado. "Vine a Libia porque quiero ir a Europa", confiesa. "De Libia a Italia, y de Italia a Alemania. Allí hay buena asistencia médica, en Eritrea no hay tratamiento".
El pasado miércoles, 300 inmigrantes desaparecieron en el mar mientras intentaban llegar a Sicilia desde Libia en lanchas neumáticas. El país norteafricano, con sus más de 4.000 kilómetros de perímetro mal vigilado y una superficie de ingobernable desierto equivalente a tres veces la Península Ibérica, se ha consagrado como el patio trasero de una Europa blindada con cinta aislante. Las autoridades italianas consiguieron el viernes detectar hasta siete barcazas de goma con un centenar de personas a bordo de cada una, que finalmente fueron rescatadas en aguas libias, lo que confirma una tendencia que preocupa a organismos como el Acnur, la agencia de la ONU para los refugiados.
Hasta 3.528 personas se embarcaron hacia Europa en patera en enero, 1.000 más que en 2014. El número de muertos cuadruplica el del año anterior (50 frente a 12, según el Acnur), en un invierno que coincide con la sustitución de la operación de rescate y salvamentoMare Nostrum, puesta en marcha por el Gobierno italiano, por la nueva Tritón, el dispositivo de vigilancia marítima al que la agencia fronteriza europea, Frontex, destina 2,9 millones de euros mensuales en su esfuerzo por poner puertas al mar.

Cementerio del Mediterráneo

La nueva operación cuenta con menos embarcaciones que no se pueden acercar a la costa libia y las ONG ya han advertido de que esto va a convertir el Mediterráneo en un cementerio.
"No está en mi mano, podría morir mientras duermo", dice Daniel Agustino, de 35 años. "Es un peligro, lo sé, pero hay riesgo en todo lo que hacemos, incluso en el desierto podríamos haber tenido un accidente". El compañero de Henok Annoban en el centro de detención se refiere a los 4.500 kilómetros que separan Eritrea de Misrata a través de Sudán y el mar de arena de la Libia meridional. Hizo el camino en trailer hasta Ajdabia, un nudo estratégico para los traficantes que suben desde el límite suroeste del país. De allí a la ciudad costera, viajó escondido en el contenedor de otro camión al que dieron el alto al llegar a un puesto de control. Unos 80 inmigrantes tuvieron que bajarse y Daniel acabó perdiendo los 1.500 dólares que invirtió en la travesía.
Misrata es solo lugar de paso en el espigón libio. El truco está en la geografía, en las extensísimas playas de arena occidentales y su mayor cercanía con Malta e Italia, a unos 300 kilómetros que caen casi en perpendicular. También en los recortes: en Misrata, reconvertida en ciudad-estado tras la revolución de 2011, su centenar de milicias armadas "vigilan la playa y el mar". En Trípoli y más allá, la historia es otra.

Desgobierno

Cuatro años después de iniciarse el levantamiento que puso fin a cuatro décadas de dictadura de Muamar Gadafi, Libia se desdibuja en un escenario guerracivilista. Dos gobiernos, dos parlamentos y dos alianzas militares se disputan desde el verano un poder que, a efectos prácticos, ha quedado en manos de nadie. El conflicto ha dejado sin socios diplomáticos a una Europa acostumbrada a lidiar con la caprichosa política migratoria del dictador, más parecida a un juego de naipes en la que cada uno de los entre 1,5 y 2,5 millones de inmigrantes que albergaba el país hasta 2011 era un as en la manga.
"Hemos parado de detener a inmigrantes", explica Masoud Saalem, jefe del Departamento de Inmigración Ilegal, dependiente del Ministerio de Interior del "Gobierno de Salvación" instaurado en Trípoli y no reconocido por la comunidad internacional. Desde julio de 2014, se han suspendido las patrullas marítimas, la vigilancia costera y las operaciones de salvamento llevadas a cabo por una precaria fuerza naval que recibía apoyo logístico y entrenamiento de la Misión de Asistencia Fronteriza de la Unión Europea (EUBAM), con un presupuesto de 26 millones de euros anuales para tres años.
"Debido al conflicto, tenemos problemas de aprovisionamiento", reivindica Saalem. "No podemos seguir capturando inmigrantes si no podemos ocuparnos de ellos". Las habitaciones vacías de los centros capitalinos de Ain Zahra y Garaburli, donde el pasado agosto apareció medio centenar de cadáveres encallados en la arena, dan fe del cambio de tercio en el cuarto oscuro de la inmigración a Europa.

Aumenta el flujo de inmigrantes

La Organización Internacional para las Migraciones (OIM), que mantiene un
programa de devolución voluntaria en colaboración con las autoridades tanto en Trípoli como en Tobruk (donde se asienta el ejecutivo considerado legítimo por Occidente), ha alertado de que la situación de violencia que atraviesa el país ha exacerbado el flujo de inmigrantes que intentan dejar Libia para alcanzar Italia a través del Mediterráneo.
"Esto se refleja en el extraordinariamente alto número de inmigrantes que han llegado a las costas italianas este verano", recoge el último informe de enero de 2015. "Los que están en condiciones de desamparo se arriesgan a embarcarse en botes sobrecargados y destartalados".
"Me estoy volviendo loco aquí", se desespera Alí, un gambiano de 17 años que llegó solo a Libia en noviembre de 2013 y acabó encerrado en Milita, en la costa oeste entre Trípoli y Zwara, casi por su propio pie. "Estaba en Trípoli cuando empezaron los combates", recuerda. "Salí a comprar algo y ya había enfrentamientos. Podías escuchar disparos, cohetes... Mientras estaba fuera, dos morteros impactaron en el edificio donde me estaba quedando y mi padrino y otros dos de mis amigos murieron, así que tuve suerte porque fui a la tienda".

'No hay comida, no hay teléfonos, no hay nada'

Tras la batalla, el adolescente se puso a vagar hasta dar con alguien a quien arrimarse. Le encontraron a él antes y su fortuna, y parte de su juicio, se han desvanecido tres meses después. "No hay comida, no hay teléfonos, no hay nada", solloza. Comparte cuartucho con al menos seis chavales más menores de 18 años, de una treintena de reclusos procedentes de Nigeria, Níger, Senegal y Mali.
Entre los catres mugrientos que amortiguan el suelo, las historias se les mezclan con las barras de pan que un grupo de milicianos se pone a repartir sin poder evitar el pequeño revuelo. Es día de visita y, por tanto, hay rancho doble para animar las caras que deja el estómago vacío.
"El mundo debe ayudar a las personas [encerradas] en las prisiones de Libia", expresa el somalí Shermanke. Habla de corrido, como un disco que se oye de fondo, sin escucharse. "He estado 10 meses encerrado y sólo dos meses fuera; un año en Libia y sólo dos meses libre; sólo dos meses", repite. Su delito fue vagabundear sin pasaporte, aunque, en realidad, este documento tampoco le hubiera servido de mucho.
Para los somalíes como él, al igual que ocurre con eritreos y sirios, no hay repatriación que valga. Ellos forman el grueso de los robinsones que emprenden el viaje a la inversa. Según los cálculos del Acnur, en torno al 60% de los polizones que alcanzan la costa europea son refugiados y solicitantes de asilo que escapan de la violencia en sus países de origen. Libia no reconoce la condición que debería garantizarles protección, lo que les deja en un limbo de paredes húmedas como el de Milita, por las que luz entra a ratos cuando el sol se alinea con el ventanuco de la habitación. "No vine para quedarme aquí a vivir o a trabajar", dice Shermanke. "Mi intención era coger un bote, salir a Europa, pero aún no he tenido la oportunidad"

LAURA J. VAROEspecial para EL MUNDO Misrata (Libia)

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