Chile. Principio de los '80. Un gobierno militar que más tarde se sabría había hecho desaparecer a cerca de 3.000 personas y torturado unas 35.000. Pero en la televisión y los diarios eso no existía.
La mayoría de las familias prefería no hablar de política y las madres le pedían a sus hijos que se mantuvieran al margen de las incipientes protestas en contra del régimen autoritario.
En la televisión reinaban los programas de variedades y en las portadas de los diarios, las hazañas del gobierno militar.
Con los medios censurados o intervenidos, el rol de denuncia, generalmente delegado al cuarto poder, se movió de mundo, al artístico.
- Y uno de sus principales voces fue un escritor autodidacta, hijo de un mecánico y una profesora, nacido en el intempestivo desierto del norte de Chile: Juan Radrigán, quien murió el domingo de cáncer al pulmón.
"Las armas nuestras eran las palabras. No podíamos ir más allá de denunciar, de mostrar el estado de cosas y la injusticia", me comentó en 2010 sobre el rol del autor y la denuncia, en una entrevista académica.
Obrero textil, líder sindical y vendedor de libros
Cuando escribió su primera obra de teatro, Juan Radrigán sólo conocía dos: El rey se muere, de Eugene Ionesco y la Ópera de tres centavos de Bertolt Brecht.
Había sido obrero textil y líder sindical durante el gobierno de Salvador Allende y la Unidad Popular. "Era uno de los pocos que sabía leer y escribir, así que siempre los organizaba", cuenta Rienzi Laurie Marín, hijo de la pareja de Radrigán y uno de sus más cercanos colaboradores.
Pero llegó el golpe de Estado y con él la represión. Los sindicatos dejaron de existir y Radrigán se trasladó a la capital.
A fines de los '70s tenía un quiosco donde vendía libros. Por allí pasó un actor al cual le contó que había escrito una obra. Interesado, el actor le pidió una copia. Y quedó tan sorprendido que se la pasó a un director. Así fue como su primera obra, "Testimonio de las muertes de Sabina" fue montada.
Eso fue en 1979. En los siguientes tres años llegaron las que se convertirían en sus tres obras más icónicas por las que recibió el apodo de "el dramaturgo de los marginados": "El loco y la triste", "Las brutas" y "Hechos consumados".
"Las montaban como fuera, tanto en teatros reconocidos como en poblaciones (villas, barrios) con dos tarros de leche como focos", cuenta Laurie.
En sus obras, Radrigán trabajó personajes de esos que nadie en Chile quería ver y el gobierno pretendía hacer desaparecer moviéndolos a los extramuros: los pobres, las prostitutas, los locos y todos aquellos que el desarrollo económico del neoliberalismo instaurado en Chile había desplazado.
"Le dio voz a los sin voz, a los que sufrieron el costo social de la revolución económica del régimen", explica Catherine Boyle, académica de King's College London experta en teatro latinoamericano y traductora de la obra de Radrigán al inglés.
Una voz no sólo desde el punto de vista de la temática, sino también del discurso mismo, con un "idioma feo, agresivo, directo, una agresión a su público", pero completamente real. Radrigán lo conocía bien.
Pobreza en primera persona
A diferencia de los literatos de la época, no había estudiado teatro ni leído a Shakespeare.
No daba cátedra en ninguna universidad y su acercamiento a los libros era más bien físico y literal: los vendía en un quiosco de barrio de Santiago.
"A él le daba mucha vergüenza no haber tenido estudios educacionales formales. Cuando le colocaban autodidacta le daba pudor", le cuenta a BBC Mundo su hijastro.
Lo que no le daba pudor era contarlo. Muchas veces comentó en sus clases y talleres que escribir no es difícil, mientras quien escriba tenga algo que decir, una verdad que contar y parta de lo que conoce, es decir, de su experiencia.
"Mi obra es sobre la pobreza y la soledad. Uno es su propia cantera, toma material de uno mismo y es infinito", me comentó en la entrevista de 2010.
La metáfora de la dictadura
- "¿Conoce usté a alguien que sea enemigo de nosotros? Yo no. Toos los quieren cien o doscientas veces más que a su madre y a su agüelita juntas, toos se han pasao la vía peliando por nosotros: escriben libros, hablan por la radio, por la tele; sacan leyes que los favorecen en esto, en lo otro y en lo de más allá", dice uno de los personajes de "Hechos consumados".
- "Palabra, nunca he sabío de alguien que ocupe un cargo que nos sea pa servirlos a nosotros las veinticuatro horas del día".
El extracto pertenece a la que los críticos consideran una de sus obras más trascendentes: "Hechos consumados". Es la historia de Emilio y Marta, dos mendigos que conversan sobre la realidad del país.
Emilio rescató a Marta de morir ahogada en el río, en lo que él cree fue un suicidio. Lo que no sabe es que Marta fue arrojada allí por los militares, tras ver cómo secuestraban a alguien. ¿Pura ficción?
La magia es que ni en esta ni en ninguna de sus siguientes obras Radrigán nombra a Pinochet o a su gobierno. No lo necesita. Describir el día a día de sus personajes condenados a la miseria es suficiente para que flote el contexto.
"A la fuerza tenía que aparecer la dictadura, porque lo que están viviendo sus personajes son las consecuencias de la dictadura de Pinochet en ese momento", asegura Boyle.
Antipolítico
A pesar de la reconocida importancia histórica de su obra, Radrigán siempre aclaró que no se consideraba un escritor político.
"Lo encontraba una suerte de menoscabo, un poco panfletario. Y el huyó siempre de ser un panfleto. No le gustaba la lógica binaria de buenos y malos, ricos y pobres. Su lógica era la realidad", comenta Laurie.
Quizá por eso fue uno de los pocos artistas que en 1988 no quiso participar en la campaña por el plebiscito que finalmente sacaría a Pinochet del poder. Quizá también por eso estuvo años sin que sus obras se montaran durante los '90. Quizá por eso sus textos dieron un giro existencialista-inspirado en uno de sus maestros: Samuel Beckett- más que testimonial. "En los '80 estaban todos alineados contra el dictador. Pero después, ¿contra quién pelear?", asegura Laurie.
Nunca paró de escribir. Llegó a las 50 obras.
"Era una persona súper rigurosa, escribía cuatro horas diarias, Navidades, Años Nuevos… A papel, en hoja blanca, nada que le pusiera reglas. Fumaba y escribía, hasta que le dio cáncer al pulmón", cuenta Laurie quien además produjo sus obras finales.
Su última obra, "Clausurado por ausencia" trata de un cementerio que tienen que inaugurar, pero no se logra, porque no hay cuerpos.
Tampoco estará Radrigán para su inauguración. Físicamente, por lo menos.
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