El resultado del plebiscito colombiano reveló la profundidad de la polarización que, desde el fondo de su historia, caracteriza a la sociedad colombiana. También, la grave crisis de su arcaico sistema político, incapaz de suscitar la participación ciudadana que ante un plebiscito fundacional –¡nada menos que para poner fin a una guerra de más de medio siglo!– apenas si logró que una de cada tres personas habilitadas para votar acudiera a las urnas, una tasa de participación bastante inferior a la habitual en Colombia. El resultado: una elección en donde la diferencia es tan mínima que transforma la victoria del NO, como hubiera ocurrido ante un eventual triunfo del SI, en un dato estadístico y no en un hecho político. Los partidarios del SI habían dicho que lo que se necesitaba para consolidar la paz era una rotunda victoria, que no bastaba con superar en votos a los partidarios del NO. Nadie logró ese objetivo, porque la diferencia de un 0,5 por ciento a favor del NO podría sociológicamente ser considerada como un error estadístico y que un nuevo recuento de votos podría eventualmente llegar a revertir.
Es prematuro brindar una explicación acabada de lo ocurrido. Habría que contar con información más pormenorizada, que por el momento no está disponible. Pero no deja de ser sorprendente que el anhelo de la paz, que era algo que cualquiera que haya visitado Colombia podía percibir a flor de piel en la gran mayoría de su población, no se hubiera traducido en votos para ratificar esa voluntad pacifista y refundacional de un país sumido en un interminable baño de sangre. En lugar de ello la ciudadanía reaccionó con irresponsable indiferencia ante la convocatoria para respaldar los acuerdos trabajosamente conseguidos en La Habana. ¿Por qué? Algunas hipótesis deberían apuntar necesariamente a la debilidad del esfuerzo educativo hecho por el gobierno nacional para explicar los acuerdos y sus benéficas implicaciones. Esta falencia fue señalada hace varias semanas por diversos observadores y protagonistas de la vida política colombiana, pero su llamado de atención al presidente Juan Manuel Santos fue desoído. Otra debería examinar el papel desempeñado por la derecha vinculada con el paramilitarismo y los medios de comunicación, los mismos que reprodujeron sin cesar las acusaciones de traición dirigidas al presidente, agitando asimismo el fantasma de una ignominiosa capitulación ante la guerrilla de las FARC-EP y atemorizando a ciertos sectores de la población –que sí salieron a votar– con el eventual acceso a la presidencia del comandante Timochenko, que en algunas caricaturas aparecía investido con la banda presidencial y dispuesto a imponer su dictadura sobre una indefensa población. No es un dato menor en esta situación que las regiones en donde el conflicto armado se expresó con mayor intensidad hayan sido precisamente las que votaron más enfáticamente a favor del SI. En suma: es imposible abstraerse de la sensación de frustración que provoca este resultado. Como se dijo una y mil veces, la paz en Colombia es la paz en América latina. Tremenda responsabilidad les cabe ahora a las FARC-EP ante este deplorable resultado electoral. La sensatez demostrada por la guerrilla en las arduas negociaciones de La Habana deberá ahora pasar por una prueba de fuego. Y es de esperar que la tentación de retomar la lucha armada sea neutralizada por una actitud reflexiva y responsable que, desgraciadamente, no tuvo la ciudadanía colombiana.
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