Mike MacEacheranBBC Travel
Kimiyo Hayashi se sienta para calentarse junto al fuego dentro de una cabaña acariciada por la sal y protegida por paneles en la bahía de Ago en Japón.
El aire afuera es espeso y pegajoso pero se acurruca al lado de las llamas, charlando tranquilamente con su sobrina Tomomi Nakanishi.
"He estado en el mar durante toda mi vida, y no importa cuán cálido se ponga, todavía siento el frío en los huesos", dice Hayashi, mirando al otro lado del promontorio en forma de tenaza.
"Me encanta la tradición de calentarnos al fuego después".
Parte de las últimas buceadoras de Japón, Hayashi y Nakanishi se aferran tercamente a un viejo estilo de vida.
Poesía de 3.000 años
El piso de la cabaña está cubierto con tablones cenizos, una tetera carbonizada se calienta al fuego y el techo está negro de hollín.
Varias máscaras y trajes de neopreno con la goma deshilachada, única concesión de las mujeres a la modernidad, gotean acompasadamente de una barra metálica.
Este escenario atemporal puede parecer muy alejado del Japón contemporáneo, pero la región de Ise-Shima, en la prefectura de Mie, está inundada de una tradición marítima, salpicada de las historias fantásticas sobre las Ama.
Estas enigmáticas mujeres del mar aparecieron registradas por primera vez en la más antigua antología de poesía japonesa, Man'yoshu, en el siglo VII.
Es una leyenda, dicen algunos, que se remonta a 3.000 años.
Y sobre ese trasfondo, Hayashi, una expresiva mujer de 61 años con ojos penetrantes, comienza a contar su historia.
Cuando era niña, todas las mañanas, a la luz del alba, veía la procesión de decenas de Ama casi silenciosas a través de la oscuridad del astillero, iluminadas con antorchas de bambú.
Algunas estaban con el pecho desnudo, vistiendo sólo un fundoshi(taparrabos) y un tenugi (pañuelo).
Saludaba a su abuela y su madre, ambas Ama veteranas, siempre preguntándose qué las atraía más allá del ondular de las olas. Cuando tenía 16 años, finalmente le pidieron que se les uniera.
Buceadoras a la antigua
Cuarenta y cinco años más tarde, su ritual en el mar sigue siendo el mismo.
Una vez en el barco, vestida de pies a cabeza con un traje tradicional de paño blanco, se sumerge en las profundidades, a veces hasta un kilómetro a distancia de la costa.
Con toda la gracia y la astucia de una sirena, las piernas y los pies de punta, baja hasta 10 metros de profundidad, desapareciendo para explorar el fondo marino en busca de mariscos y algas.
Considerando la falta de equipos técnicos -sin snorkel, sin escafandra-, es difícil concebir cuántas dificultades enfrentan las Ama en los mares congelados y en medio de las peligrosas corrientes.
Los accidentes se han convertido en una forma de vida, los encuentros con tiburones no son desconocidos y siempre hay un frío cortante.
Con los años, cuenta Hayashi, ha perdido muchas buenas amigas.
Rapidez y eficiencia
La clave, explica, no es el tiempo que una Ama puede contener la respiración, sino la rapidez con que pueda cazar.
Por debajo de las olas, a veces por espacio de dos desgarradores minutos, la Ama necesita ser decidida y eficiente.
En sus buenos tiempos, dijo, volvía a la orilla con un botín de cubos de madera rebosantes de abulones, erizos de mar, caracoles, langostas y pulpos.
Mientras que la Ama original buscaba ostras de perlas brillantes, una buena temporada de crustáceos podría dejar hasta 27 millones de yenes (US$263.000). Se daba por hecho que una hija seguiría un día a su madre en el mar.
Pero hoy el zumbido del puerto ha desaparecido.
Aunque las Ama que todavía siguen esa antigua tradición continúan tras el ideal de encontrar libertad y fraternidad en las olas abiertas, su número es cada vez menor.
Las últimas Ama
Hayashi y Nakanishi están empezando a aceptar el hecho de que es muy posible que ellas sean las últimas de su generación.
Sus hijas no están interesadas y la edad promedio en su comunidad de buceo alcanza los 65 años.
Increíblemente, la más buceadora más anciana, Ise-Shima, tiene más de 80 años.
La pregunta es: ¿cómo pueden estas cazadoras-recolectoras sobrevivir en una sociedad moderna como Japón?
La cantidad de Ama se ha reducido tan drásticamente que ahora hay menos de 2.000 practicantes; 8.000 menos que en los días de su apogeo, después de la Segunda Guerra Mundial.
Y esa cifra sigue cayendo. En la bahía de Ago, el epicentro de la fabulosa leyenda de las Ama, solo quedan 25. Otras ciudades costeras están pasándola igual de mal.
"Es un vaivén emocional que tu mundo esté desapareciendo", dice Hayashi, con un agónico lamento en su voz.
Necesitamos más mujeres Ama para que nuestra tradición no muera. ¿Pero de dónde van a venir? Eso me da mucha tristeza"
Hayashi, Ama
"Necesitamos más mujeres Ama para que nuestra tradición no muera. ¿Pero de dónde van a venir? Eso me da mucha tristeza", dice.
El problema es que pocas jóvenes japonesas ven los beneficios.
Bajo la presión de las decrecientes poblaciones de mariscos, el comercio no es tan lucrativo como lo era antes, y los empleos en Osaka, Nagoya y Tokio son mucho más atractivos.
En un mal día, una jornada de buceo libre puede dejar tan poco como unos 2.000 yenes (US$19,50), escasa recompensa por arriesgar la vida.
Las Ama también se han convertido en víctimas de la pesca comercial, que continúa reduciendo drásticamente las reservas disponibles.
El altamente cotizado abulón se paga en el mercado a unos 10.000 yenes (US$97,48) por kilogramo, pero en un intento por estimular la regeneración de reservas y salvaguardar los niveles sostenibles de moluscos, las regulaciones gubernamentales continúan restringiendo su explotacióncada año, impidiendo con frecuencia a las Ama buscar los alimentos en demanda.
El turismo: ¿su salvación?
Aun así, la salvación de las Ama puede ser su propia historia.
En el último año, cuatro tradicionales ama-goya, cabañas rústicas donde las buceadoras se relajan y socializan, se han abierto a los turistas, y veteranas como Hayashi cocinan mariscos capturados a mano para los huéspedes.
Alguna vez fue extremadamente raro verlas por dentro, y estas rudimentarias cabañas de playa ofrecen una ventana a un clandestino y antiguo modo de la vida.
Por ahora, sin embargo, Hayashi dice que esta nueva iniciativa simplemente ha fortalecido su determinación.
"Me encanta mi trabajo y no lo cambiaría por nada en el mundo", concluye, con un brillo optimista en sus ojos.
"Mientras esté sana y feliz, tengo por lo menos otros 20 años más en mis pulmones y piernas. Así que voy a seguir el buceo. Es que nací para eso".
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