Cuando Pablo Neruda murió el 23 de septiembre de 1973, apenas habían pasado 12 días del golpe militar que derrocó al gobierno socialista de Salvador Allende en Chile y todos los actos públicos estaban prohibidos.
Por eso, el ataúd gris del poeta salió de la Clínica Santa María, en Santiago, casi en secreto, rodeado de su viuda Matilde Urrutia, la hermana de ésta y una amiga de la pareja.
Pero Neruda era demasiado popular para irse solo.
Amigos y chilenos de la calle se fueron sumando espontáneamente a la carroza y los militares armados que la custodiaban no pudieron hacer nada para evitar que la multitud despidiera los restos del Premio Nobel de Literatura, gritando consignas políticas y cantando incluso La Internacional, el himno más famoso del movimiento obrero en el mundo.
40 años después -cuando las razones exactas de su muerte están siendo investigadas, luego de que su exchofer denunciara que fue envenenado y no falleció de cáncer como siempre se ha pensado- BBC Mundo les presenta el testimonio de dos testigos de ese histórico momento, que describen como estremecedor y desgarrador.
"La gente salía a las ventanas y miraba con terror"
"Recuerdo que la gente salía a las ventanas a mirar. No decían nada, pero se les notaba el terror en la cara, de ver que iba un cortejo y adelante los militares armados", le cuenta a BBC Mundo Ana María Cabrioler.
Ella y su esposo, Sergio Villegas -fallecido en 2005-, caminaron tras el ataúd gris de Neruda desde "La Chascona", la casa del poeta en Santiago, ubicada a los pies del cerro San Cristóbal.
Conocían a Neruda desde los años 50. Villegas, periodista, escritor y poeta, registraría cada detalle de la despedida del Nobel chileno y publicaría en Alemania el libro "Funeral vigilado".
Su viuda relata que el día de la muerte de Neruda ambos ya habían pasado por "La Chascona".
"Fuimos porque nos avisaron que la estaban haciendo pedazos", recuerda.
"Ya habían destrozado todo cuando llegamos. No había policías, nadie. Se hizo todo para poder velar a Neruda en la casa, pero no había cómo ordenar nada, el agua corría por todas partes".
Matilde Urrutia decidió velar a Neruda en medio de los destrozos
Cuando salían de la casa, los hombres que llevaban el ataúd se hacían zancadillas tratando de esquivar los charcos. Se formó una cola afuera y empezamos a marchar. Muy pocos primero, pero cada vez más a medida que íbamos avanzando".
"Cuando llegamos al cementerio ya éramos bastante gente. Nosotros caminábamos en la mitad del cortejo y la calle que llevaba hasta la tumba donde quedaría Pablo estaba llena".
"Pablo Neruda era un militante comunista, por lo tanto estaba rodeado de su gente. Y esa gente tenía algo por qué luchar en esos momentos".
"Entonces empezaron a cantar "La Internacional" y todo el mundo la cantó, y recordaron a Víctor Jara, que recién se lo habían entregado a Joan, su señora, con 40 y tantas balas en el cuerpo. Y luego empezaron a gritar por Allende y por el que llevaban también allí, por Pablo".
"Todos llorábamos. Cuando la gente empezaba a entonar cantos, o los gritos por Víctor Jara uno se estremecía, porque sabía lo que había pasado. Nosotros sabíamos".
"El funeral de Neruda fue una forma de expiación, una catarsis"
El fotógrafo chileno Marcelo Montecino es autor de algunas de las imágenes más emblemáticas del funeral de Neruda.
Había regresado a Chile en 1969, tras estudiar en Nueva York y retrató en forma sistemática los turbulentos años que siguieron.
"El día antes habíamos estado todos los periodistas visitando el Estadio Nacional. Ya había llegado la prensa extranjera, a la que habían mantenido fuera del país por poco más de una semana. Así que ya éramos un contingente más o menos grande. Pero yo quería ir a ver a Neruda".
"Fui a tomar fotografías, pero también fui por una cuestión personal. Mi madre había sido su amiga y me lo había presentado una vez. Me acuerdo que dio una charla por el año 1964 en el BID. Y ahí me dijo, 'yo te conocí dentro del vientre de tu madre' o algo así".
En charla con BBC Mundo, Montecino recuerda que ese día se dirigió directamente a las puertas del cementerio.
"Cuando llegué ya había entre 600 y mil personas. Era un día muy triste, muy nublado, y había bastante ansiedad. Esperamos. Y de pronto empezó a llegar el cortejo. Y detrás del cortejo vendrían, qué se yo, otras mil personas".
"Y a medida que los dos grupos se juntaron, empezó lentamente a cantarse 'La Internacional'. Fue desgarrador".
Yo creo que fue una forma de expiación, de purificación, de catarsis. Yo creo que la gente no sabía qué otra cosa hacer. Poquitito antes de que empezaran a cantar se escucharon las primeras consignas. "Pablo Neruda: ¡Presente! Ahora: ¡Y siempre!".
"Iban con miedo, pero yo creo que la gente iba dispuesta a todo. Y de hecho una vez que estábamos dentro del funeral pasó un camión lleno de milicos. Pero pasaron no más. Como que entendían que no podían hacer nada ahí. Y la gente los miró y seguimos haciendo lo que estábamos haciendo".
"Me acuerdo que me llamó la atención que había mucha gente muy humilde, trabajadores que venían siguiendo el cortejo".
"Había gente del Partido Comunista, pero más que militantes, yo creo que eran militantes de Neruda. Vi a gente conocida, estaba (el poeta) Nicanor Parra".
"Fue la primera vez que la gente protestaba contra el golpe, era una manera de que todo el mundo tuviera una catarsis. Era un desquite. Si Neruda hasta el final fue consecuente con eso: agrupó gente, y le dio, qué se yo, esperanza"
Paula Molina
Chile, para BBC Mundo
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