Tres jóvenes gais de Sierra Leona llegan a España huyendo de la homofobia
Siempre se supieron diferentes. Crecieron afrontándolo de distinta forma, pero coincidieron luchando, y viéndose obligados a escapar juntos. George Reginald Freeman, Denzil Morlai Kargbo y Ephraim Bernard Wilson son tres jóvenes de Sierra Leona que se han volcado en mejorar la situación de gente como ellos en su país. Allí, el colectivo LGTBI (lesbianas, gais, transexuales, bisexuales e intersexuales) está marginado y la homosexualidad incluso está penada por antiguas leyes nunca derogadas. Su activismo les ha obligado a escapar y a solicitar asilo en España, con apoyo de la Fundación Triángulo y la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). En los últimos meses, se ha hablado mucho de homofobia en Rusia, que recientemente ha aprobado una ley contra la propaganda gay.Pero en la mayoría de los países africanos ser gay está directamente criminalizado.
Ya en el colegio, los profesores intentaban corregir a Freeman, que tiene 26 años y es fundador de Pride Equality (Igualdad del Orgullo), una asociación en defensa de los derechos LGTBI con sede en la capital, Freetown. “Algunos pensaban que la homosexualidad se puede contagiar”, rememora. La mayoría, añade, cree que “no es algo propio de la cultura africana”. Los niños lo rechazaban por jugar con las niñas. Estas, por ser un niño. Su padre, mecánico, “es homófobo, aunque empieza a entender algunas cosas”.
Lejos de sucumbir a tanta presión, este estudiante de Derecho optó por el activismo. En 2007 fundó Whycantwegetmarried? (¿Por qué no nos podemos casar?), su primer proyecto en defensa de los derechos de gais y lesbianas, luego llamado Pride Equality, para que fuera menos explícito. Tenía experiencia como colaborador, antes usuario, de proyectos humanitarios en defensa de la infancia, en un país que durante la década de 1990 estuvo inmerso en una cruenta guerra civil.
Fue ganando colaboradores, como Denzil Morlai Kargbo, de 24 años y estudiante de informática, aparte de jugador profesional de fútbol. Se conocían de la iglesia; ambos son metodistas. “George me intentaba convencer para ayudarle y yo pasaba”, recuerda, algo sonriente, Kargbo. Le cuesta más expresar que “es difícil cuando te sientes diferente de un hombre y una mujer; yo me sentía atraído por ambos, pero no podía exteriorizarlo”.
Empezó a colaborar con la organización sin que su entorno supiera en qué consistía. Cuando lo fueron haciendo público, sobre todo a raíz de la participación de Freeman en una entrevista en 2011 en Radio Democracy (la más popular del país), el rechazo se hizo evidente. Desapareció de las listas de su equipo de segunda división, perdió el contacto con su familia y amigos, y su compañero de piso le pidió que se marchara.
Aquel programa radiofónico derivó igualmente en la drástica expulsión de casa de Ephraim Bernard Wilson. También de 24 años y estudiante de Administración de Empresas, procede de una familia evangélica muy religiosa. “Luchaba contra lo que sentía, porque era contrario a la ley de Dios, y cuando George (al que conoció a través de un primo) me hablaba de su organización, yo lo censuraba”, explica. “Pero me di cuenta de que trabajaban para gente como yo”. Y se implicó en Pride Equality sin dar muchas explicaciones: “Cuando escucharon qué eran, mis padres me despertaron a voces y me echaron, ante vecinos que también me insultaron”.
No era su primer encuentro con la intolerancia. Un año antes, tras otro programa de radio en una localidad que habían visitado para realizar sus habituales campañas sobre el uso del condón, “vino gente a buscarnos con machetes y tuvimos que huir”. Pero en 2011, al tratarse de una radio nacional y con gran repercusión, su visibilidad, y persecución, se acentuó. En ese encuentro participó un miembro de la Comisión de Derechos Humanos de Sierra Leona, que afirmó que este organismo no podía trabajar por los derechos LGTBI porque la ley no se lo permitía. “Condenó nuestro trabajo y eso nos perjudicó mucho”, alegan. Este diario ha contactado por correo electrónico con la comisión, que no ha respondido.
Freeman, Kargbo y Wilson pasaron semanas escondidos. Recibieron amenazas de muerte por sms. Fueron víctimas de asaltos callejeros. Sin ayuda de la Policía, que, según afirman, practica las detenciones arbitrarias y la extorsión. Pese a todo, los tres jóvenes recuperaron su actividad. Hasta que en junio de este año un diario criticó públicamente unas declaraciones de Freeman en MTV, cuya fundación financió uno de sus proyectos. Y el acoso se recrudeció: asaltos, amenazas, incursiones en sus casas, lesiones… Decidieron huir a Ghana, donde pasaron algunos días sin recursos.
“Uno de nuestros miembros recibió un mensaje pidiendo auxilio”, explica Marina Sáenz, de la Fundación Triángulo. Ella, que conocía a Freeman porque este había sido invitado a algunas conferencias en España, se encargó del caso. Contactó con la Oficina de Derechos Humanos del Ministerio de Asuntos Exteriores y, les aportó información sobre su persecución (fotos de las lesiones, informes médicos…), para conseguir su permiso de entrada. Además, hizo un llamamiento para financiar su viaje, al que respondió Front Line (organización en defensa de los derechos humanos) y, una vez aquí, han contado con el apoyo CEAR.
Tras unas semanas en España, los tres jóvenes empiezan a adaptarse. Sus objetivos pasan por aprender el idioma y estudiar. También buscar equipo de fútbol, en el caso de Kargbo. Y, sobre todo: “Seguir trabajando por la visibilidad del colectivo LGTBI y mostrar su realidad en África”. De ahí que quieran compartir sus historias, ataviados con algunas de las camisas tradicionales que están entre las pocas pertenencias que sacaron de Sierra Leona. ¿Volver? “Por ahora es difícil, sería realmente peligroso”, advierte Freeman, que apunta el lado más doloroso: “Lo malo, verdaderamente, son las miles de personas que deben vivir allí escondidas, marginadas por su orientación sexual, sin derechos”.
MARÍA FERNÁNDEZ Madrid
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