jueves, 30 de enero de 2014

HAY FESTIVAL DE CARTAGENA DE INDIAS

Peregrinar a Macondo

El festival literario arrancó en la casa natal de García Márquez, en Aracataca, con un multitudinario homenaje al Nobel colombiano



(Magdalena Bolaño, que cuidó a García Márquez de niño. / DANIEL MORDZINSKI)

Por donde el instituto de enseñanza Picardía, enfrente del comercio para todo La mano de Dios, está la casa de Gabriel García Márquez, de Gabo, de Gabito, en Aracataca. La casa blanca rodeada de jazmines y cercada por el rumor de las acequias, la casa del abuelo Nicolás, donde se conserva la cuna en la que durmió sus primeros cuatro años, donde cada noche le acostaba Magdalena Bolaño, su niñera, que sobrevive hoy, con sus rostro de café agrietado, sus andares decididos a los 97 años y los recuerdos de un niño inquieto al que tenía que atar corto pero que décadas después daría gloria a su pueblo perdido y transmutado en territorio literario, en medio de la Colombia mecida por la bruma del Cari Cartagena de Indiasbe, donde ayer se inició el Hay Festival de Cartagena de Indias con un homenaje al escritor.
Tenía que andar detrás de él, esa libreta que lleva en la mano, así la veía, la quería y le podría pegar a usted por ello, era muy tremendo
“Tenía que andar detrás de él, esa libreta que lleva en la mano, así la veía, la quería y le podría pegar a usted por ello, era muy tremendo”, comenta Magdalena hoy en su casa, donde posteriormente crecieron sus 12 hijos, ajena al jolgorio que se montaba por donde esta mujer menuda, dulcísima, trabajó de niña cuidando al Nobel y sirviendo a sus abuelos Nicolás y Tranquilina. Lo hizo casi desde que llegó un día a aquel pueblo después de un viaje en burro, “una semana, aguantando sol y hambre”, desde Valledupar.
Reliquia viva, aire de los recuerdos que congregaron ayer, llegados de todas partes de Colombia y otros lugares, a devotos de García Márquez (Aracataca, 6 de marzo de 1927) como a un ritual, Magdalena Bolaño parecía ajena al mundo de sueños que ella quizás contribuyó a edificar contándole alguna historia o sencillamente cuidando que no le acecharan las desgracias azarosas.
Así, entre las atenciones de gentes como Magdalena o la formación medio licenciosa y guiada a partes iguales por los guiños de la naturaleza y el fanatismo por la curiosidad científica, política, artística, vital que le legó su abuelo Nicolás, Gabo llegó a parir, entre otras cosas, Macondo. “Es muchos lugares, pero no hay duda de que el eje de ese territorio literario, mágico y universal está aquí, en Aracataca”, comentaba en el acto de apertura del Hay, Jaime Abello, su colaborador de confianza al frente de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, creada por García Márquez en 1994 con sede en Cartagena.
Macondo: “Es muchos lugares, pero no hay duda de que el eje de ese territorio literario, mágico y universal está aquí, en Aracataca
Aunque hoy no se aprecie, es fácil imaginar que hubo un tiempo en Aracataca en que no había llegado a morirse nadie. También que el hielo que una buena tarde vio por primera vez Aureliano Buendía bien podría asemejarse al diamante más grande del mundo envuelto en un cofre del que emanaba un aliento glacial, con infinitas agujas internas en las cuales se despedazaba en estrellas de colores la claridad del crepúsculo.
Se hubiera derretido aquella piedra preciosa ayer del calor sofocante que acompañaba a los peregrinos en Aracataca. Hasta allí se desplazaron, como imantados por aquella octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia que un día llevó a Macondo el gitano Melquiades, cientos de fieles que convirtieron en fiesta el encuentro. Una fiesta con mensaje presidencial y presencia de dos ministros del Gobierno colombiano: la de Cultura, Mariana Garcés, y el de Vivienda, Ciudad y Territorio, Luis Felipe Henao, que se encargó de anunciar que las obras de la presa iban hacia adelante y congratularse de que, al fin, hacía un año, el pueblo disponía de agua potable.
En la ceremonia, oficiada por Abello, participaron el escritor Juan Gabriel Vásquez, el experto en el autor, Conrado Zuluaga o la documentalista británica Kate Horne, que contemplaban boquiabiertos cómo un profesor de literatura abogaba por transmitir la obra del Nobel a los jóvenes inventándose cuentos como los suyos en los que, en un suspiro, dos personajes se encuentran en una plaza y mantienen una conversación picante y nutrida por todos los títulos de las novelas que ha escrito García Márquez.
Vásquez invitó al público a que uno de los mejores homenajes que se le podían hacer era aprenderse de memoria los comienzos de sus novelas
De sus curiosidades académicas, de la creciente universalidad a los chismes –“cómo es que un día, Vargas Llosa le empujó un puño a Gabo”, se preguntaban, algo que ha quedado sellado por un pacto de silencio entre caballeros-, no hubo tapujos, ni requiebros ante lo que allí se planteó. La admiración entre ambos autores es lo que cuenta y sí pudieron saber que el día en que a Vargas Llosa se le comunicó que había ganado también el Nobel, éste acababa de releer Cien años de soledad. Pero no sólo eso, sino que en las calificaciones de 10 al 20 que el escritor peruano señala al final de cada libro, le reservó la misma, según Vásquez, “que da a Flaubert o a Víctor Hugo: un 20”.
De reivindicaciones a homenajes se vistió en gran parte el acto. Entre las primeras, denunciar, que el absurdo bloqueo de sus derechos en Colombia –detentados por la editorial Norma- hacen imposible que se le pueda difundir como es debido en su propio país. Entre los reconocimientos, una cálida y sentida propuesta de Vásquez, quien invitó al público a que uno de los mejores homenajes que se le podían hacer era aprenderse de memoria los comienzos de sus novelas.
Buena la armó el autor de la excelente, densa y sutil Las reputaciones(Alfaguara), porque acto seguido, como en una oración en la que el murmullo se iba encarrilando por la vía que antiguamente portó esplendor al lugar gracias a la línea de la United Fruit Company, los presentes se lanzaron a entonar sus plegarias: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el Coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en la que su padre lo llevó a conocer el hielo”, “Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados”, “El coronel destapó el tarro del café y comprobó que no había más de una cucharadita…”. Amén.

 Cartagena de Indias
Para El País de Madrid


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