Chile celebra el centenario del poeta y se rescata su inédito 'Temporal'. Él no cede a la nostalgia.
Cuelga del centro del salón principal de la biblioteca Nicanor Parra en la Universidad Diego Portales un crucifijo gigante. Esto en una universidad abiertamente laica puede resultar un contrasentido hasta que se mira con más atención al centro de la cruz. Ahí se puede leer un cartel que reza en letra manuscrita: "Voy y vuelvo". Un mensaje intachable desde el punto de vista de la teología, aunque use para explicarla el típico cartel que los almaceneros cuelgan a las puertas de su negocio cuando se ausentan.
La cruz es también una declaración de principios para un poeta que cumple cien años en pleno uso de todas sus facultades, incluida la de molestar a cualquier poder establecido o por establecerse. Porque detrás de la cruz cuelgan de distintas sogas todos los presidentes de Chile. Esta obra, El pago de Chile, situada hoy en la universidad, le costó en su día el puesto a la encargada del Museo de la Moneda, donde se montó por primera vez a mediados de 2006.
Después de buscar en la matemática, la poesía, el humor y el tao te king alguna respuesta al problema de la muerte, Nicanor Parra (San Fabián de Alico, 1914) parece haber decidido a los 99 años que la muerte no existe. Es difícil no darle la razón, al ver colgando por la Alameda cuatro gigantescas fotos de su rostro en distintas etapas de su vida. Parra se ve más joven que hace sesenta años, cuando bajó los dioses de la poesía chilena del Olimpo, publicando Poemas y antipoemas.
Parra envejece al revés. Es quizás la razón por la que todos en estos días en Chile compiten por homenajearlo. Revistas, diarios, el Gobierno y el Centro Cultural Gabriela Mistral. También la ya mencionada Universidad Diego Portales, que además públicaTemporal, un libro inédito que hasta el propio Parra había olvidado. Se trata de una crónica del desborde del río Mapocho en el invierno de 1987, y a la vez de una denuncia de la dictadura. Es ante todo un intento de volver a pensar la poesía política lejos de la propaganda o de la denuncia, logrando que en ella confluyan las voces de víctimas, transeúntes, periodistas, autoridades. Una compleja polifonía que el humor nos hace sentir como natural y simple, tan fluido y tan peligroso como el río que protagoniza el poema.
Nicanor Parra se niega a ser lo que fatalmente es también: una institución. La historia de Chile, la que nos gustaría poder contarnos a nosotros mismos: el hermano mayor que obligó a Violeta Parra, su hermana, a cargar una grabadora gigante para recopilar las canciones del campo. El profesor que recortó diarios para exponerlos en la calle junto con Alejandro Jodorowsky y Enrique Lihn. El antipoeta que protagonizó su propia guerra fría, o su propia paz armada, con Pablo Neruda. El ciudadano que pasó por Cuba y Rusia presintiendo el derrumbe del socialismo real, tomó té con la esposa de Nixon, tuvo sus dudas para la Unidad Popular, arrancó de la policía política de la dictadura que quemó la carpa donde leían sus poemas en el maletero de un auto. El profeta que resucitó al Cristo de Elquipara decirle a la dictadura lo que pocos se atrevían a susurrar, tradujo al chileno de a pie El rey Lear, de Shakespeare, mientras su hermano Roberto renovaba el teatro chileno con sus décimas de laNegra Ester.A los 99, Nicanor Parra Sandovalmaneja aún su propio Volkswagen escarabajo. Detesta como la más literal de las pestes la nostalgia o la melancolía. Pendiente del último chisme, invento, visitarlo es un ejercicio intelectual de alto riesgo que puede dejar agotado al más joven. Obsesionado por meses con las cuecas con piano, la columna de opinión como forma de poesía, o el lenguaje de los estacionadores de auto, el profesor de física Parra convierte a su interlocutor en otro experimento de ese laboratorio espartano en que convirtió su casa de Las Cruces, justo entre la tumba de Vicente Huidobro en Cartagena y la casa de Pablo Neruda en la Isla Negra.
No es un azar que al volver a Chile otro Roberto, Roberto Bolaño, haya buscado a Nicanor Parra, como si ese nombre fuese sinónimo de Chile. Una versión de Chile a la que podía pertenecer. Un país que ha empezado, después de todas las revoluciones y contrarrevoluciones que sufrió, a convertirse en un lugar que podemos encontrarnos en la contradicción que Parra lleva años intentando no resolver sino aceptar.
Parra, que detesta las conclusiones, se adhiere quizás sólo a esta, que la contradicción no es una debilidad sino una fuerza. Los escolares que miran la cruz gigante con el "voy y vuelvo" al centro, o los presidentes colgados de sus sogas, o el insecto de Edison (una ampolla sin su cubierta de vidrio), o la propia voz de Parra recitando La mujer imaginaria, aprenden que ser excéntrico cuando se nace lejos de cualquier centro es una forma de realismo, o que la verdadera seriedad es cómica, o que la derecha y la izquierda unidas jamás serán vencidas, o que la poesía está en cualquier parte menos en los versos de los poetas.
Jubilado de todas las universidades donde dio clases alguna vez, el profesor Parra sigue enseñando a través de su negativa a tomar la muerte en serio, que no hay mejor método para ser inmortal que evitar cualquier cosa que huele a inmortalidad.
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