La Central de Abasto del Distrito Federal de México es la más extensa del continente
La Central de Abasto de la Ciudad de México es como una enorme colmena. Lo que la diferencia es su capacidad. El número de personas que acude al mercado mayorista más grande del continente, ubicado en el límite oriental del Distrito Federal, es mucho mayor al de las abejas que albergan un panal: recibe hasta 350.000 visitantes diarios a lo largo del año y llega a acoger a 500.000 personas en vísperas de festivo. Este océano de legumbres, hortalizas, flores, carnes y pescados, conforma el segundo centro económico del país, solo por detrás de la Bolsa Mexicana de Valores. El dinero que mueve anualmente ronda los 9.000 millones de dólares (7.100 millones de euros).
Cuatro días a la semana, Pablo Herrera se levanta antes de que amanezca. A las seis de la mañana ya está listo para conducir su camioneta hasta la Central de Abasto, este gran monstruo que alimenta a diario a 20 millones de personas y comercializa el 30% de la producción hortofrutícola nacional.
Su recorrido es rápido. No se pierde entre la telaraña de pasillos que se propagan por las 327 hectáreas del mercado, un espacio siete veces más amplio que la Ciudad del Vaticano. Herrera va directo a la zona de flores y hortalizas, una de las ocho que componen el centro y que ocupa un área de más de 160.000 metros cuadrados.
Los sectores de ultramarinos y víveres, frutas y legumbres, aves y cárnicos, envases vacíos, almacenes temporales, estacionamiento para el transporte de carga y subasta son las demás áreas que dan vida a la Central. En total, casi 11 millones de toneladas de mercancías al año, muy por encima de las 2,1 comercializadas por el principal mercado mayorista de España, Mercamadrid.
Un termómetro de la inflación
La Central de Abasto de la Ciudad de México no solo tiene el objetivo de abastecer a la capital y a los suburbios, sino es la responsable de fijar los precios de los productos de la canasta básica a escala nacional. Tras un acuerdo entre la Secretaría de Agricultura y el Gobierno del Distrito Federal, firmado en 2012, la Central se ha convertido en referente monetario de todos los demás mercados mayoristas del país y en el encargado de evitar especulaciones. Ambas instituciones son responsables de supervisar la comercialización de los productos agroalimentarios para encontrar un equilibrio entre demanda y oferta de acuerdo con su disponibilidad.
“La alimentación ha sido uno de los temas que se ha mantenido en la agenda pública del país. Los gobiernos federal y de México DF realizan esfuerzos importantes en la materia”, dijo Julio César Serna, administrador de la Central, al momento de sellar el acuerdo. El propósito es convertir al mercado en uno de los ejes de la política alimentaria del país y así garantizar el acceso a la alimentación a una población con más de 53 millones de personas en estado de pobreza, lo que equivale a casi la mitad de los habitantes de México.
Anteriormente, el epicentro del comercio mayorista de México se encontraba en el casco histórico de la capital, en el Mercado de la Merced, el principal centro de compraventa del país desde el periodo colonial. En los años 70, el Gobierno del Distrito Federal se vio obligado a intervenir frente a la congestión provocada por esta gigantesca área comercial en el centro urbano.
Hubo que esperar hasta 1981 para que se estableciera el nuevo mercado en la delegación de Iztapalapa —a cerca de 10 kilómetros de la Merced— por un periodo de 99 años. La construcción y la actual gestión de la Central de Abasto de la Ciudad de México (FICEDA) están en manos de una sociedad integrada por el Distrito Federal, el Ministerio de Desarrollo Económico y los comerciantes que se adhirieron. El respaldo económico corre por cuenta del Banco Santander (México), antes Banco Mexicano Somex.
En los callejones de esta urbe dentro de la ciudad, recubiertos de lodo y hojas de maíz, nadie se resbala y nadie duerme. Herrera, como la mayoría de los clientes, compra todos los días lo mismo desde hace casi 30 años. Antes se surtía en el mercado de la Merced, convertido ahora en la principal área minorista de la ciudad. Así como él, toda la actividad al por mayor que antes hervía en el centro hizo las maletas y se mudó a la Central. “Los vendedores son los de siempre”, asegura mientras regatea la compra de una docena de coliflores que acaba adquiriendo por 70 pesos (poco más de cuatro euros), y que revenderá al doble en su puesto en uno de los tianguises de la ciudad, los mercados tradicionales ambulantes que se remontan a la época prehispánica.
Propietarios de pequeños comercios, chefs de renombrados restaurantes y hasta turistas desorientados se mueven por las vísceras de este inmenso bazar. Otros, sin embargo, prefieren contratar a repartidores especializados. Castor David Briz es un ejemplo: “Ya tenemos cinco restaurantes y se pierde mucho tiempo. Hacemos un pedido y nos lo llevan”. Carmen Mancera, encargada de surtir los locales de Briz, explica que se abastecen en la Central cuatro o cinco veces a la semana. “Hablamos de grandes cantidades: solo de cebollas encargamos entre 1.500 y 2.000 kilos cada siete días”, precisa.
Los productos proceden de 24 Estados del país y cada día 2.000 tráileres y 150 camiones medianos surcan la entrada de la Central. “La mercancía llega antes de las 12.00 de Hidalgo, Morelos, Michoacán y Veracruz y nosotros empezamos a trabajar ya a las dos de la madrugada. Yo vendo una media de 800 o 1.000 kilos al día”, detalla un joven vendedor de tomates.
Los gritos de los comerciantes se sobreponen a la música que ruge desde cada puesto. Jóvenes y viejos remolcan los llamados diablitos, carretillas desbordadas de mercancías, a lo largo de los 30 kilómetros de pasillo del mercado. A su paso, con un simple silbido, todos los transeúntes dejan libre el camino.
La Central genera 17.000 empleos directos. Lorenzo, un joven diablero (porteador), está fuera de esta estadística. Él alquila su carrito por 16 pesos (menos de euros) y cobra un máximo de 110 para transportar la mercancía de los compradores de un punto a otro. “El precio depende de la cantidad y de la distancia”, explica. Herrera, en poco más de media hora, ya ha acabado su compra. Él tiene a su diablero de confianza. “Le doy 30 pesos”, precisa antes de subirse a la furgoneta.
LAURA DELLE FEMMINE México DF
http://economia.elpais.com/
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