Todos las encuestas coinciden en que el 30 de noviembre habrá segunda vuelta entre el candidato oficialista, Tabaré Vázquez, y el del Partido Nacional, Luis Lacalle Pou. Y también señalan que ningún partido tendrá esa mayoría en el Parlamento. Cualquier hecho en contrario, constituiría una gran sorpresa.
Ese es uno de los tantos cambios de un Uruguay que muestra otras novedades, incluyendo una elección competitiva con un serio desafío opositor al oficialismo, la renovación generacional del Partido Nacional con un candidato de 41 años frente a los 74 de Vázquez y una baja considerable del entusiasmo y la participación de la gente, marcadamente menor que en comicios anteriores.
“No es ni una guerra ni el fin de los tiempos”, dijo el presidente uruguayo José Mujica tratando de poner paños fríos, muy pocas horas antes de la veda que comenzó el viernes y que prohíbe toda publicidad electoral.
El mensaje de Mujica pareció dirigido, ante todo, a los militantes del Frente Amplio, que gobierna el Uruguay desde 2005 y que ven que existe una fuerte competencia electoral.
Nadie se anima a pronosticar de manera contundente lo que podría ocurrir en esa segunda vuelta y todos los analistas coinciden en que el triunfo puede ser para cualquiera de los dos favoritos.
Las encuestas, de todos modos, exhiben una diferencia importante en relación a lo que ocurrió cinco años antes, cuando el triunfador fue Mujica: en aquel momento, en primera ronda, el Frente Amplio y el conjunto de la oposición mostraban absoluta paridad. Hoy, los partidos de la oposición –blancos, colorados y pequeños agrupamientos de izquierda- superan al oficialismo entre ocho y diez puntos, según la muestra.
Se da por descontado que la amplia mayoría, si no la casi totalidad, de los votantes del candidato colorado de Pedro Bordaberry apoyarán a Lacalle en el balotaje, pero existen dudas con los grupos de izquierda no frentistas y en particular con el Partido Independiente que alcanzaría algo más del 3%, que en noviembre puede ser decisivo.
La gran pregunta que muchos se hacen es por qué el Frente Amplio, cuyos Gobiernos han desarrollado un sostenido crecimiento de la economía que le permitió disminuir la pobreza y bajar el desempleo y que ha aprobado leyes sociales relevantes, se ve seriamente desafiado. “¡Qué sé yo!” respondió Mujica cuando los periodistas le hicieron esa pregunta este jueves.
Y es una pregunta que no parece tener una sola respuesta, más aún si se tienen en cuenta los índices de simpatía y apoyos a sus gestiones que han recibido tanto Vázquez como Mujica.
Entre los múltiples factores podrían contarse el desgaste natural del ejercicio de Gobierno que ha determinado, por ejemplo, que desde hace 58 años ningún partido haya logrado en Uruguay gobernar durante más de dos períodos consecutivos, si se cuentan los 12 años de dictadura (1973-1985).
Pero además y más allá de las simpatías que genera su figura, Mujica muchas veces se ha sometido a una sobreexposición que le ha llevado a asumir compromisos que no pudo realizar y que la oposición le está cobrando, como los problemas en materia de seguridad pública, en la enseñanza, la ausencia de una reforma del Estado y una puesta al día en materia de infraestructura. También se señalan “luces amarillas” en materia de déficit fiscal (3.3% del PBI) e inflación (8%). Del mismo modo han existido otros problemas como el del cierre de la compañía de aviación PLUNA en medio de un escándalo, que derivó en los procesamientos de empresarios y del ministro de Economía Fernando Lorenzo y el presidente del Banco República, Fernando Calloia. Este último fue absuelto por un Tribunal de Apelaciones y ahora deberá decidir la Suprema Corte.
También parece pesar un factor que en su momento perjudicó a los partidos tradicionales, que es el envejecimiento de sus principales figuras con una renovación que recién empezó a asomar en esta campaña.
La candidatura de Lacalle Pou, inusualmente joven para los parámetros uruguayos, parece haber desacomodado a sus adversarios del Frente Amplio y del Partido Colorado. Lo mismo ocurrió con su discurso, en el que evitó la confrontación e incluso reconoció logros del Gobierno y prometió profundizarlos, bajo el eslogan “por la positiva”.
Sus adversarios frentistas lo han acusado de ser un producto del marketing e incluso Tabaré Vázquez ha aludido a sus ideas como “pompas de jabón”. También se ha señalado su falta de experiencia ante un Vázquez que fue el primer intendente de izquierda de Montevideo (1990-1994) y el primer presidente uruguayo del Frente Amplio (2005-2010).
Desde el oficialismo, además, se ha recordado el Gobierno del padre del candidato, Luis Lacalle Herrera (1990-1995), un liberal que impulsó un ajuste fiscal y promovió la reducción del Estado. El candidato ha procurado tomar distancia de su padre, que ha permanecido ajeno a esta campaña.
Durante gran parte de la campaña y en particular en las últimas semanas se hizo muy clara la disputa por los votantes de centro que son los que definirán la elección. Incluso Vázquez se ha empeñado en definir al Frente Amplio como una fuerza de centroizquierda.
Tan claro ha sido este proceso, que ha existido una convergencia que en lugar de remarcar diferencias, ha acercado varias de las propuestas de todos los partidos y candidatos.
Alfonso Lessa Carvallido es analista político y periodista de canal 12 de Montevideo.
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