martes, 14 de octubre de 2014

El espejo empañado

Quienes tradicionalmente veían en el mapa de México un perfecto dibujo de un inmenso cuerno de las abundancias, se resignan ahora a considerar que el mapa tiene en realidad la forma de un diván de psicoanálisis



Da tristeza intentar estos párrafos: el silencio, aturde; lo invisible, parece palpable y la ausencia, proyecta una sombra inexplicable. Sobran tantas palabras y al mismo tiempo, parecería que la abundancia de oídos sordos reclama más y más información por segundo; la incertidumbre se vuelve neblina de dudas, y a uno no le queda más que refugiarse en la serena obligación de lo callado, el íntimo abrazo, la última mirada antes de dormir. Parece inevitable: quien sólo ha causado dolor, angustia, abandono y abuso goza de una impunidad descarada, o por lo menos, el resquicio de otra oportunidad para disfrazarse. Como en el tango Cambalache de Enrique Santos Discépolo, ya revolcados en el mismo merengue, vivimos como mudos testigos de que quien roba, mata o está fuera de la ley goza de una personalidad, credencial, título y ganancias, mejores incluso que los magros logros de quienes laburan día y noche, como bueyes.
Son tiempos para releer las cátedras microhistóricas de Luis González y la macrofilosofía de Luis Villoro y viajar a un pretérito que parece tan distante que ya ni parece recuerdo. A través de sus párrafos consta en la remota memoria mexicana que el 24 de febrero de 1821 se firmó en Iguala, hoy Guerrero, la Declaración de Independencia de España, ofreciendo tres garantías fundamentales para un país en construcción: la Religión Católica como única creencia de fe, la Unión de todas las clases sociales en esta tierra de siempre mestiza y la Independencia, como enrevesada declaración pues se ventilaba la posibilidad de que México adoptaría como gobierno el de una monarquía con Fernando VII coronado (tal como le gritó su ¡Viva! el cura Hidalgo once años antes en Dolores) o bien, un Infante que lo sustituyera. El 27 de septiembre de 1821, el ejército por ende llamado Trigarante entró a la Ciudad de México comandado por Agustín de Iturbide, que se declararía Emperador y terminaría fusilado como traidor a la Patria cuando el México en construcción se convencía de convertirse en República. Casi dos siglos después, con otras monarquías efímeras encima, no pocas generaciones en guerra, diversas definiciones de república, dictadura o administración en su biografía como nación, México parece cada vez más una mirada borrosa sobre un espejo empañado: quienes tradicionalmente veían en el mapa de México un perfecto dibujo de un inmenso cuerno de las abundancias, se resignan ahora a considerar que el mapa tiene en realidad la forma de un diván de psicoanálisis.
De los tres colores correspondientes a las garantías fundacionales aceptemos un daltonismo que se impone: de negro luto por tantos miles de muertos (cuya suma parece haberse suspendido con el cambio de sexenio), de madrugada oscura ante tanta desinformación que confunde y de ominosa sombra ante el trastocamiento de lo racional. Ahora sabemos que allí mismo en Iguala era presidente municipal un antiguo vendedor de huaraches y sombreros de palma que se convirtió en cacique, poderoso y pudiente de la mano de su esposa, hermana de tres lugartenientes de un importante cartel de la droga y ella misma, misteriosa meretriz con aspiraciones políticas. Ahora sabemos que el susodicho presidente municipal –hoy prófugo—y a su simpática y gentil primera dama –también prófuga—no les gustaba caminar por las calles de Iguala, sino fardar las camionetas custodiadas por fuertes guaruras y más, con ese rasgo funcional de distinción tan práctico que es contar con chofer y maltratarlo. Hoy sabemos también que el Gobernador del Estado de Guerrero declara tener la conciencia tranquila, aunque no duerme por el peso del inmenso problema que aqueja a la población y paisaje del territorio que gobierna, junto con el crimen organizado (como se desprende de todo lo que hoy sabemos). ¿Cómo se puede tener la conciencia tranquila sabiendo que hay 43 jóvenes estudiantes normalistas desaparecidos, y que la repentina aparición de fosas clandestinas no necesariamente contienen sus restos? ¿Cómo se puede calmar la conciencia cuando ahora consta que el prófugo alcalde de la tercera ciudad en tamaño e importancia del estado que cogobierna con otras organizaciones había sido acusado previamente de homicidio y no se había hecho nada al respecto?
De las tres garantías con las que se empezó la construcción del México independiente sería provechoso redefinir o modernizar sus posibles etimologías: aunque sigue siendo reinante la religión católica, y el incuestionable guadalupanismo generalizado, hemos de aceptar la incluyente diversidad de otros credos (incluyendo el neocristianismo brasileño o el narcosatanísimo culto a Malverde, Santo Patrono de los Narcotraficantes o a la Muerte Misma, inexplicable fervor de los últimos tiempos), pero también el culto al dinero que provoca pánico ante el mínimo anuncio de su crisis; el fervor futbolero (ya sea en la fe ciega por alcanzar el quinto partido del próximo Mundial o la ciega necedad en seguir los resultados de una liga dizque de primera división amañada, mediocre y disfuncional); la imbatible filiación a las telenovelas y la comida chatarra, tanto como ese raro fervor por hablar de libros que no se leen, películas nunca vistas, música que alguien nos contó de oídas o sobrellevar la posible conciencia de la realidad que nos rodea a partir de chismes, teorías de conspiración de sobremesa, dimes y diretes.
De la Igualdad como garantía del México que nacía hace dos siglos es necesario volver al diván del autoanálisis y aceptar que ya no estamos para cuadros de castas que expliquen al óleo cómo se llama el niño que es hijo de Negra con Mulato, o de qué curiosa unión nacía un Saltapatrás de siglos pasados, pero sí de un detallado autorretrato donde conste que en mucha saliva mexicana se sigue considerando a la palabra Indio como insulto, que ante no pocos televidentes cualquier estudiante o maestro normalista que salga a la calle para defender eso que llaman derechos humanos se le puede etiquetar de revoltoso, vándalo o delincuente sin justificación alguna y que sí, no puede haber Igualdad en la bandera de un país con cincuenta millones de pobres, un centenar de multimillonarios o simples millonarios y una cada vez más frágil franja de eso que llamaban antiguamente clase media sobre un vasto territorio cuyo control o gobierno es compartido con ocho o diez grandes grupos empresariales llamados carteles que no merman en un ápice sus extraorbitadas ganancias con la producción, distribución y exportación de productos ilegales (ya legalizados en algunos estados del país más poderoso del mundo, circunstancialmente vecino de México y cliente de estos empresarios delincuentes, así como socio y también cliente o proveedor del otro México). De la antigua garantía de Independencia hagamos una revaloración sobre la pureza del término. Cuantimás cuando las cacareadas reformas que pretenden encaminar a México al triunfo de una nueva grandeza en el siglo XXI se basan en una globalización donde priva más la interdependencia: sea entre países mundo entero o entre el gobierno y la iniciativa privada. No puede ser independiente quien mantiene lazos o incluso dudas de codependencia con cualquier forma de poder, pero en los ámbitos y ánimos más puros de la personal soledad del silencio de cada quien en cada cual –por mínimos o íntimos que sean—no hay ogro capaz de mitigar la posibilidad y energía de quien realmente se proclame Independiente en su conciencia (por encima de necias ideas ajenas, mentiras recurrentes o verdades a medias), y medite en su corazón como si fuese una catedral una callada Religión (tan íntima y difícil de definir como el amor, por ejemplo), en este México donde la Igualdad inapelable se manifiesta en la cada vez más compartida rabia por tanta injusticia, el coraje por tanto simulacro y las ganas de llorar, aunque no niego la probable clonación de esperanzas, la posible dualidad de los diálogos y conversaciones que se quedan pendientes y el contagio real de sembrar oportunidades de veras sobre la piel que no merece tantas fosas clandestinas, cadáveres calcinados y decapitados deambulantes. Tantas cicatrices sobre el mapa, tantas arrugas del tiempo como rara topografía sobre la cara, hacen que la sal que acostumbra esconderse bajo los párpados empañe el espejo donde insiste en mostrarse nuestro verdadero rostro, la mejor cara de México.

http://internacional.elpais.com/

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