Entrevista. Pilar del Río, viuda del escritor, presenta “Alabardas”, la novela Sobre el poder, en la que Saramago trabajaba al morir, y que acaba de editarse.
Es posible, quién sabe, que quizá pueda escribir otro libro” escribe, en su casa, en su escritorio, en el lugar donde ya ha escrito tanto, un hombre que está grande y que es, que ya hace mucho que es José Saramago. Es el 15 de agosto de 2009.
“Una antigua preocupación (por qué nunca se ha producido una huelga en una fábrica de armas) ha dado paso a una idea complementaria que, precisamente, permitirá el tratamiento novelado del asunto”, dice. El libro trata de un empleado de una fábrica de armas y su mujer, que es pacifista y lo dejó por eso, porque no puede convivir con un hombre que presta mansamente su inteligencia a la industria de los fusiles y los cañones.
“El libro, si llega a ser escrito, se titulará Belona , que es el nombre de la diosa romana de la guerra”. El hombre, Saramago llegó a escribir tres capítulos pero sabemos –por las notas del escritor– cómo iba a terminar: “con un sonoro ‘vete a la mierda’ proferido por ella”. El libro, con esa novela inconclusa, sale en estos días. Se llama Alabardas : el 2 de febrero de 2010, el escritor había decidido que el título fuera– “Alabardas, alabardas, espingardas, espingardas”. Alabardas y espingardas son armas antiguas. “Alabardas, alabardas, Espingardas, espingardas” es un verso de Gil Vicente, un dramaturgo portugués que vivió entre 1465 y 1536.
En realidad, Alabardas no trae sólo el texto de Saramago. Además están sus notas de trabajo, un artículo del ensayista Fernando Gómez Aguilera y otro, conmovedor, de Roberto Saviano, donde dice cosas como “Tocar un arma es una experiencia que todo el mundo debería vivir. Todos deberían recorrer sus estrías con los dedos, sopesar el cargador, vacío primero y después relleno de proyectiles. De lo contrario, sólo te queda la fascinación o la repugnancia. Lo que hace falta es el conocimiento. ¿Cuánto pesa la muerte?” .
Aunque deje gusto a poco, Alabardas es un Saramago auténtico, la respiración del portugués vibra en esas páginas inconclusas. Quien lo ha escuchado hablar hasta oirá su voz.
Quien quizá sepa algo más de este texto, de qué quería con él Saramago, de qué planes tenía es su mujer, Pilar del Río. Es ella quien responde.
–¿Saramago le había hablado antes de este libro?
–Habló mucho de ese libro, por ejemplo, en las sesiones de presentación de Caín tanto en Portugal como en España. También anunció que tras ese libro, que nunca sería muy extenso, no volvería a escribir. Si tenía vida, quería leer.
–¿Qué era lo que quería contar?
–La responsabilidad personal, la estúpida complicidad con el mal de quien viendo no ve, como ese honesto funcionario que es cómplice del mal absoluto que es la guerra aunque no haya disparado un solo tiro. Como lo somos tantas veces cuando miramos para otro lado como autómatas.
–¿Qué lo motivó?
–Era un escritor y su respuesta ante lo que lo motivaba era escribir. Haber leído que cayó una bomba en la Guerra Civil de España que al llegar al suelo simplemente se abrió en dos mitades y dentro había un papel que decía, en portugués, “Esta bomba no explotará” le causó una impresión enorme. Y le hizo pensar en la gente que trabaja en las fábricas de armas. Ahí nació la novela.
–¿Qué tuvo que ver con la realidad que se vivía en ese momento?
–Lo que hacemos siempre tiene que ver con el momento en que vivimos, lo que pasa es que la ceguera que José Saramago viene contándonos literariamente se empecina en ser cada vez más densa. Se dice que la literatura de José Saramago anticipa algunas situaciones que nos afligen, pero en el fondo parece que, como civilización, o civilizaciones, no queremos ser lúcidos.
–Como en “Ensayo sobre la lucidez”, aquí parece poner la confianza en el comportamiento individual. En aquel caso, votar en blanco. En este, el obrero que desactiva la bomba. ¿Ese era el planteo político? ¿Un planteo más ético que, por ejemplo, de clase?
–Saramago hacía literatura, no ensayo, aunque es verdad que decía que los libros tienen que ser como un mazazo en nuestras conciencias. En su obra hay una reflexión sobre el poder y sobre la responsabilidad. El no dice lo que hay que hacer, sólo escribe usando la razón y la ética, que son dos instrumentos que deberían definirnos a los humanos. No hay planteamientos de clase, hay sí un personaje como Blimunda que recoge voluntades para que una pasarola pueda volar. O hay gente que sin ponerse de acuerdo sale a votar una tarde de lluvia y vota en blanco, contrarrestando la ceguera blanca de Ensayo sobre la ceguera y demostrando que las malas praxis de gobierno no son inevitables, que hay formas de decir “No”, la palabra más necesaria, como tantas veces nos decía.
–¿Por qué decidió publicar un material tan corto e inconcluso?
–El material no está inconcluso, esos capítulos están acabados, lo que no quedó acabada fue la novela. Pero los lectores tenían derecho a saber qué ocupaba a su autor cuando le llegó la muerte. Y con las notas que él siempre tenía.
–¿Qué aporta Saviano?
–Roberto Saviano conoce como pocos el horror de la violencia y de las armas, consideramos que estaba muy bien situado para entender la exigencia ética que es este libro. Y lo hizo con una enorme sensibilidad.
–¿Y Günter Grass? ¿Qué aporta?
–Quisimos que este libro fuera, además de los textos de José Saramago, un hecho moral. Y aquí Grass, con su antibelicismo militante, era fundamental.
–¿Saramago escribía este texto como un testamento?
–Saramago se sabía amenazado de muerte cuando se puso a escribir esta novela, pero, como dijo tantas veces, no se quería morir sin haberlo dicho todo. “Todo” eran sus dos útimos libros: Caín y el poder religioso, Alabardas y el poder de las armas, tantas veces usadas para imponer la religión... Y en medio, los seres humanos, pobres diablos sometidos a tantas coacciones, miedos, arbitrariedades y controles. La religión en la conciencia individual, el poder civil, con las armas, en la sociedad. ¿Y la libertad? Aquí los cínicos dan una carcajada. Y así seguimos, entre miserias de todo tipo, matando o muriendo de necesidad en un tiempo que está preparado para resolver conflictos y necesidades. En fin, José Saramago cumplió su parte, es lo mejor que se puede decir de una persona, ¿verdad?
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