miércoles, 25 de marzo de 2015

El suma y sigue de Boko Haram


La milicia islamista secuestra a más de 400 mujeres y niños de la ciudad de Damasak, en el noreste de Nigeria



Mural pintado por Boko Haram . Reuters (Joe  Penny)

Casi i un año después de «la tragedia de Chibok», un nuevo secuestro masivo sacude Nigeria. En los últimos días, militantes de Boko Haram han raptado a más de 400 mujeres y niños de la ciudad de Damasak, al noreste del país. El incidente se ha dado a conocer ahora, después de que la ciudad fuera liberada por soldados de Níger y Chad recientemente.

Según  los residentes de la localidad, los yihadistas se llevaron a medio millar de mujeres, aunque mataron a 50 de ellas antes de marcharse.
Pese a la creencia general, el secuestro como táctica militar por parte del grupo rebelde es relativamente novedosa. En enero de 2012, el líder de Boko Haram, Abubakar Shekau, amenazaba por primera vez coniniciar una serie de raptos contra las esposas de los funcionarios del Gobierno, en castigo por la encarcelación de familiares del grupo islamista (más de 100 mujeres relacionadas con Boko Haram fueron entonces detenidas).
No obstante, el aumento de secuestros desde mediados de 2013 parece marcar un cambio de estrategia por Boko Haram. De igual modo, pese a que muchas víctimas son capturadas de forma arbitraria, la milicia parece apuntar a estudiantes y cristianas en particular. En este sentido, la negativa a una conversión al Islam implicaría, entre otros castigos, la participación forzosa en operaciones militares.
En un reciente estudio, («Those Terrible Weeks in Their Camp: Boko Haram Violence against Women and Girls in Northeast Nigeria»), la organización Human Rights Watch denunciaba cómo las mujeres y niñas secuestradas por el grupo islamista Boko Haram son obligadas a  casarse, convertirse al Islam, soportar maltrato físico y psicológico, trabajos forzados, así como agresiones sexuales  durante su cautiverio. El informe se nutría de entrevistas con más de 46 testigos y víctimas en los estados nigerianos de Borno, Yobe y Adamawa. Entre ellas, jóvenes que escaparon del archiconocido rapto de 276 niñas de una escuela de Chibok el pasado mes de abril.
«La tragedia de Chibok y la campaña #BringBackOurGirls centraron la tan necesaria atención mundial ante la horrenda vulnerabilidad de las niñas al noreste de Nigeria», reconocía entonces Daniel Bekele, director para África de HRW. «Ahora, el Gobierno de Nigeria y sus aliados deben intensificar sus esfuerzos para poner fin a estos secuestros brutales», añadía.

A días de las elecciones

El nuevo secuestro (o al menos, su anuncio oficial) se produce a solo tres días para las elecciones presidenciales; comicios que ya fueron aplazados, precisamente, ante la incapacidad de las Fuerzas Armadas para garantizar la seguridad durante el proceso.
Entonces, quizá eufórico en exceso por los acontecimientos, Sambo Dasuki, consejero en materia de seguridad del todavía mandatario,  Goodluck Jonathan, aseguró que para el 28 de marzo, fecha en la que se celebrarán las votaciones (o al menos, así está previsto), el Ejército nigeriano  habría destruido la totalidad de los bastiones del grupo armado.
Ahora, es cierto, las cartas son algo diferentes.
En las últimas semanas, por ejemplo, Fuerzas de Chad y Níger han iniciado una ofensiva definitoria contra Boko Haram, mientras el propio gobierno nigeriano reconoce que empresas de seguridad privada de Rusia, Corea del Sur y Sudáfrica se encuentran en el terreno para capacitar a sus tropas (no obstante, pese a los desmentidos oficiales, diversas fuentes aseguran que la participación de mercenarios extranjeros no se limitaría a meras labores de entrenamiento).
De igual modo,  la Unión Africana ya ha aprobado la creación de una fuerza internacional para frenar el avance del grupo yihadista. El contingente, formado por soldados de cinco países (Nigeria, Camerún, Chad, Benín y Níger), deberá ahora ser ratificado por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para su despliegue en territorio africano.

Interés electoral

Sin embargo, también es cierto que, después de seis años de cruento conflicto, más de 13.000 muertos a manos de los insurgentes y 3,3 millones de desplazados internos, la pretensión de acabar con el grupo terrorista en apenas unas semanas se presenta como una utopía desmesurada.
Aunque el interés no es solo militar:  el aplazamiento electoral ha beneficiado especialmente al presidente Jonathan, a quien permitió mayor margen de maniobra: en febrero, los sondeos le concedían un empate técnico con su principal rival, Muhammadu Buhari, un antiguo dictador que ya ha prometido  acabar con la acuciante corrupción que sacude Nigeria. Y conforme se acerca el próximo día 28, cualquier anuncio sobre la suerte de Abubakar Shekau, líder de Boko Haram, podría decantar la balanza electoral a uno u otro lado.



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