Las mujeres usan tecnologías que funcionan con energía solar para guisar, deshidratar frutas y purificar el agua
La rutina diaria de Fátima Brisuela Flores, de 41 años, cambió en enero de 2013, cuando construyó su primera cocina solar. Antes, dedicaba las mañanas exclusivamente a preparar el almuerzo para ella, su marido y sus tres hijos. Hoy en día, además de cocinar, tiene tiempo para otros menesteres. "Ya puedo atender y abastecer mi venta —pequeño negocio de alimentación— sin ningún problema", dice orgullosa esta nicaragüense de piel morena, robusta y algo más de un metro y medio de estatura.
Más allá de los beneficios ambientales y del ahorro económico que supone utilizar una cocina solar en lugar de una de gas, leña o carbón, las mujeres resaltan como "algo maravilloso" tener tiempo libre para ellas. "Siempre que cocinaba debía estar pendiente del fogón, que no se apagara o que la comida se quemara. Hoy, dejo la comida en la cocina —solar— y sé que estará lista en dos horas", explica Brisuelas, una de las más de 800 mujeres beneficiadas por la Fundación Proyecto Solar para Mujeres Nicaragüenses (Fuprosomunic).
Esta organización sin fines de lucro fue fundada en 2004 por María Mercedes Álvarez con un capital inicial de 3.000 dólares (2.800 euros). El origen de la idea, sin embargo, se remonta a 2001, cuando esta química y analista de laboratorio dejó su empleo en el Ministerio de Salud nicaragüense y viajó a Londres para aprender inglés y trabajar como niñera. "Era mi sueño [saber el idioma], pero los planes no salieron como esperaba. La pareja no me pagó porque ya me habían comprado el boleto", relata en su pequeña y calurosa oficina, localizada en una vivienda del barrio Villa Venezuela, al este de Managua, capital del país.
Sola, sin dinero y sin saber el idioma, Álvarez decidió regresar a Managua, pero antes se comunicó con algunos amigos europeos que había conocido durante los años ochenta. Uno de ellos, el suizo Kuno Roth, la invitó a pasar unos días en Davos, donde descubrió las cocinas solares. "Yo le dije a Kuno, que eso [la cocina] se podía implementar en Nicaragua. Él me contestó que tenía 3.000 dólares que podía usar", recuerda la coordinadora de Fuprosomunic, una mujer menuda, de piel morena y energía inagotable.
La idea cuajó tres años después, cuando Álvarez, que ahora tiene 51 años, se alió con dos líderes rurales: Josefa Carranza, de la comunidad pacaya en el departamento de Masaya, y Blanca Azucena Angulo, de El Rosario, en Rivas. Ellas promovieron el proyecto y lograron que seis mujeres de cada zona asistieran, en marzo de 2004, a un programa de capacitación. Construyeron tres cocinas con la ayuda de instructores de una ONG dedicada a promover el uso de energía solar.
Cada lider se quedó con una cocina. La última fue rifada y le tocó a una mujer de Masaya. Ellas fueron las encargadas de mostrar el producto en sus vecindarios. El boca a boca se expandió por las comunidades aledañas y, para junio de ese año, Álvarez ya tenía listo un grupo de 20 mujeres interesadas en formarse. En la actualidad, se desarrollan talleres en zonas rurales y barrios periféricos de cinco departamentos de Nicaragua.
La capacitación dura ocho días, aunque para construir una cocina no se necesitan más de tres días, según María Cristina Bermúdez, de 65 años y coordinadora de Fuprosomunic en Granada. El resto del tiempo lo utilizan para hablar con las alumnas sobre sus derechos, sobre medio ambiente, salud reproductiva e igualdad de género. "Es un momento de desahogo para muchas. Ellas no hablan o reclaman en sus casas, por temor a sus maridos", asegura Álvarez.
El costo de una cocina es de 150 dólares (143 euros), pero las mujeres solo pagan 20 dólares (19 euros) a plazos. La idea es que el dinero salga de lo que se ahorran en la compra de gas o leña. Brisuela antes adquiría cada mes una bombona de gas de 11 kilos, ahora lo hace cada dos meses y medio. Un tanque cuesta unos ocho dólares (siete euros). "Ese dinero lo uso para darme algún capricho", comenta la granadina. La fundación, además, somete a las beneficiarias a un seguimiento para saber si usan el aparato, pues en caso contrario se lo quitan.
La cocina es una caja doble que pesa unos 14 kilos. El exterior está forrado con láminas rectangulares de zinc, y el interior con fragmentos de planchas metálicas procedentes de antiguas imprentas. Entre ambas capas hay pedazos de fibra de vidrio y virutas gruesas de madera para mantener el calor. Dispone de una abertura en uno de sus lados para introducir los alimentos, que se ponen sobre una sartén metálica pintada de negro. En el centro tiene un cristal de cuatro milímetros de grosor y 75 centímetros por cada lado. La cara interior de la tapadera está forrada con papel de aluminio que sirve como reflector. Se sostiene sobre un esqueleto de madera, con agarraderas y pequeñas ruedas para moverla a cualquier lado.
Tras el éxito con las cocinas, la fundación decidió en 2005 impulsar otros proyectos solares con el financiamiento de la ONG Nicasolar, creada en Suiza por Kuno Roth. Comenzaron con la purificación de agua a través del método Sodis, que consiste en rellenar botellas de plástico transparente para exponerlas a la luz solar durante seis horas. El sol destruye los patógenos y desinfecta el líquido. Asimismo, Fuprosomunic se aventuró a deshidratar frutas como banano, papaya, mango, piña, melocotón y flor de jamaica. Esto lo hace en dos ambitos: familiar y comunitario.
Los deshidratadores familiares son pequeños y van dirigidos a las familias que tienen negocios de secado de hierbas, venta de granos básicos, piezas de cerámica y plantas medicinales. Los comunitarios son más grandes, ya que su objetivo es obtener producción suficiente para venderla en ferias o mercados locales. La fundación cuenta con los permisos sanitarios para comercializar la flor de jamaica y piña seca, según Álvarez, quien añade que de momento sólo trabajan por pedidos.
Fuprosomunic tiene otros proyectos en desarrollo: cocinas mejoradas, electrificación solar y la construcción de un complejo que llamarán Centro eco-solar Nicaragua. Sin embargo, son las cocinas las que les han dado alegrías a estas mujeres. En 2013 fueron galardonadas con el Energy Globe Award en las categorías mundial y aire. Este premio se otorga desde hace una década y reconoce las mejores iniciativas medioambientales en más de 100 países. No trajo remuneración económica. Sin embargo, en febrero de 2015 recibieron 30.000 dólares (28.584 euros) por haber ganado el Premio Internacional Dubái por Transferencia de Mejores Prácticas.
En todos sus proyectos la fundación ha trabajado de una misma manera: visualiza una idea, se alía con otra ONG y ejecuta un plan. De esta unión, Fuprosomunic ha obtenido todos los conocimientos. "Lo que nos interesa es que las mujeres sepan hacer las cosas por ellas mismas, que se sientan capacitadas", comenta Álvarez. Ese aprendizaje le ha servido a Bermúdez para "sentirse útil" y enseñar a otras vecinas, mientras que a Brisuela le ha facilitado las cosas para "independizarse" de su marido. "Ya puedo usar varias herramientas. No necesito esperar a nadie para reparar una puerta", añade.
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