La reforma no es sino uno de los numerosos aspectos relacionados con la población de lengua española que Estados Unidos y sus ciudadanos deberán abordar en el futuro
En junio de 2013, el Senado de Estados Unidos aprobó, con votos de ambos partidos, revisar el sistema de inmigración. Durante muchos meses, la reforma no avanzó debido a obstáculos políticos y otros hechos que mantuvieron ocupado al Congreso. La decisión del presidente Barack Obama de impulsar una reforma parcial mediante decreto ha servido para desbloquear la situación, pero a costa de crear tensiones políticas aún mayores.
Tanto si al final se aprueba la reforma total de la inmigración como si no, será necesario hacer muchas más cosas para que Estados Unidos sea capaz de acoger --desde el punto de vista político, social y cultural-- a la población hispana y la consiguiente mayoría no blanca. En 2012, la Oficina del Censo estadounidense hizo la proyección de que la población blanca dejaría de ser mayoritaria en Estados Unidos en 2043. Aunque, en ciertos aspectos, tres décadas son mucho tiempo, puede decirse que el país está adaptándose todavía a los innumerables cambios que se produjeron como consecuencia del fin de la segregación racial de los afroamericanos, un proceso iniciado hace más de 50 años. Existen muchas diferencias entre la lucha por la libertad de los negros y la implantación de los hispanos en el paisaje político y cultural de Estados Unidos, pero también hay suficientes similitudes como para que sea provechoso comparar los dos movimientos.
Una de las conquistas más importantes del movimiento de los derechos civiles fue la integración de la historia afroamericana en los planes de estudio. En 1950, la historia de los negros en Estados Unidos se mencionaba de pasada, cuando se mencionaba, porque, en general, estaba totalmente ausente de las aulas, desde el jardín de infancia hasta la universidad. Hoy, en el siglo XXI, la mayoría de los observadores estaría de acuerdo en que forma parte mucho más importante de lo que se enseña a nuestros hijos. No fue un proceso rápido, y todavía tiene muchos defectos, pero la construcción de los programas de estudios actuales comenzó con las investigaciones académicas de numerosos especialistas como John Hope Franklin y C. Vann Woodward, en plena lucha por los derechos civiles y después.
Estamos seguros de que el lugar de la historia de los hispanos en los programas escolares va a ser uno de los temas más candentes para los educadores en los próximos 30 años. Sin llegar a ser invisible, es indudable que, en la mayor parte de Estados Unidos, la historia de los hispanos está mal integrada en los planes de estudios. La culpa no es de los profesores, porque la formación que reciben en la mayoría de las universidades incluye muy pocos elementos de esa historia. Las organizaciones profesionales y las universidades deben emplear más incentivos para que el profesorado de los departamentos de historia investigue y estudie la historia de los hispanos. A los profesionales de la historia, a veces, les pillan desprevenidos las nuevas necesidades de conocimientos de los ciudadanos, como muestra, por ejemplo, el hecho de que antes del 11-S hubiera tan pocos historiadores especializados en Oriente Próximo. Es posible que ese fuera un caso especialmente difícil de predecir, pero es fácil predecir que va a hacer falta más gente que investigue la historia de los hispanos.
Como ocurre con la reforma de la inmigración, el estudio de la historia y la cultura de los hispanos no es más que un aspecto de la transición a un país con mayoría de no blancos. Es crucial porque, a la hora de intentar forjar nuevos vínculos de convivencia, no hay nada tan importante como la empatía y la comprensión mutua. Los blancos y los hispanos no recuerdan el pasado de la misma forma. Esta “segregación de la memoria” --una expresión del historiador Paul Escott, utilizada aquí en otro contexto-- desemboca en malentendidos actuales, cuando los dos grupos interpretan de manera distinta la política y los acontecimientos actuales.
Los inmigrantes de habla hispana y sus hijos deben seguir aprendiendo inglés y estudiando lo que podríamos denominar la historia tradicional de Estados Unidos. Pero la mayoría blanca actual no solo debe aprobar la reforma de la inmigración, sino también garantizar que sus hijos, los que van a crecer en un mundo con más diversidad, tengan un conocimiento más rico de la historia de su país, que incluya las perspectivas de sus compatriotas de lengua española.
William D. Carrigan, catedrático de historia en Rowan University, en Nueva Jersey, y Clive Webb, catedrático de historia en la Universidad de Sussex, en Inglaterra, son coautores de Forgotten Dead: Mob Violence against Mexicans in the United States, 1948-1928 (Oxford University Press, 2013).
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
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