La omnipresencia del talentoso escritor norteamericano Ernest Hemingway, Premio Nobel de Literatura en 1954, es el mayor y más misterioso encanto de Finca Vigía, hoy Museo Hemingway.
No es nada extraño que una casa con sus diferentes estancias, mobiliario, objetos que la componen y su disposición en el conjunto, contribuyan a dar, en buena medida, una imagen de los seres que la habitan. Es el caso de Finca Vigía, en el poblado de San Francisco de Paula, a solo dos leguas de La Habana. Hoy, esa encantadora villa campestre, que fuese su hogar durante 21 años, se erige como muestra de que ni siquiera la muerte puede vencer a quien ha sido tocado por la inmortalidad. Los visitantes que se acercan a ella, no pueden escapar a esa poderosa presencia inmanente en cada objeto en particular y en el conjunto de sus pertenencias, las que tienden a proyectar, eternizándola, la viva imagen de su propietario.
El Hemingway de Finca Vigía
Ernest Hemingway hizo su primer viaje a Cuba en 1932, para participar en la pesca del pez espada; a partir de ese momento, sus incursiones a la isla fueron más frecuentes, hasta establecerse por algún tiempo, después de su regreso de la Guerra Civil Española, en el hotel Ambos Mundos; la habitación que ocupara por ese entonces, la del quinto piso de la esquina nordeste, hoy se mantiene intacta, así como la huella que dejara en El Floridita, bar que frecuentaba para departir con amigos y beber el famoso daiquiri "a lo Hemingway".
El escritor compró Finca Vigía en el año 1939 y se trasladó a ella con su nueva esposa Marta Gellhorn. Esa fue su residencia a partir de entonces; pudiera decirse que la más estable hasta el año 1960, en que la abandona ya sintiéndose enfermo. Allí tenía sus 9,000 libros, además de 4 perros y 57 gatos, y allí pasó casi la mitad de sus años útiles como escritor. Precisamente, en ese apartado refugio campestre surgieron sus mayores obras: Por quien doblan las campanas, A través del río y entre los árboles, El Viejo y el Mar, París era una fiesta e Islas en el golfo. En todas, la presencia de Cuba está en el mar, sus paisajes, personajes…
Finca Vigía era un lugar encantador para vivir, de modo que el escritor pasaba en ella horas escribiendo, o se sentaba a leer por las tardes en su poltrona preferida; recibía amigos, y era dueño de una cría especial de gallos de pelea. En 1943, después de un viaje a Europa, Hemingway trajo a vivir a la finca a la que sería su cuarta esposa, Mary Welsh, pues Marta lo había abandonado poco tiempo después que el matrimonio se hubiese mudado a la finca. Con Mary, "Finca Vigía va a convertirse en el refugio del escritor, una magnífica posesión en la cima de la colina, con una vista lejana sobre la corriente del Golfo".
Como bien señala García Márquez en su prólogo al libro de Norberto Fuentes "Hemingway en Cuba", quizás pueda hablarse de dos Hemingway diferentes: el mundano y aventurero, el amante de los toros, el boxeador, el cazador, y el Hemingway solitario de Finca Vigía, una casa rodeada de árboles enormes, en cuyos aposentos fueron acumulándose los trofeos que el aventurero llevaba como recuerdo de sus proezas; el "Papa", como acostumbraban a decirle sus amigos de Cuba, aquel que generalmente anduviera por la casa en short o bermuda, muchas veces sin camisa; en ocasiones con una pistola calibre 22 al cinto y un vaso de bebida en la mano; o bien, el que se veía vagar taciturno por los alrededores o participar con entusiasmo en una pelea de gallos; muchas veces solo era el sencillo pescador que se lanzaba al mar en su barco Pilar, en compañía de un mítico personaje, Gregorio Fuentes, patrón de la embarcación y compañero suyo en múltiples incursiones de pesca, durante más de 20 años.
Museo Hemingway
La casa se ha conservado como museo, prácticamente igual a como la dejara el escritor al abandonarla: así la sala, con su mobiliario original; el revistero, su poltrona preferida y la alfombra de fibra que cubre el piso, sobre la que muchas veces apoyara la culata de su Maunlicher Schoenauer 256 para mostrar a sus amigos "medio en broma medio en serio" la forma en que se suicidaría. Las piezas de caza, especies de trofeos de sus safaris al África, se conservan en las paredes de las diferentes estancias, como muestras de temas y motivos que aparecen reiteradamente en sus obras: la lucha entre la vida y la muerte, el triunfo de la victoria sobre la derrota, entre otros; así el impala y el beisa orix; o el gran kudú del comedor; el león y el leopardo que impresionan en la que fuera su biblioteca, o el búfalo de su habitación personal y también cuarto de trabajo. Asimismo los muebles del comedor se conservan, incluyendo la mesa (dispuesta como en muchas ocasiones en vida del escritor) que compartiera lo mismo con amigos del entorno, en general gente humilde, que con ilustres figuras del cine y la literatura; el resto del mobiliario se halla como en vida de Hemingway, incluyendo la mesa donde descansan piedras talladas por aborígenes cubanos y una copa que le fue entregada en 1956 por el Instituto Cubano de Turismo. Asimismo se conserva un antílope prong-horn cazado por él en las montañas de Idazo.
La biblioteca, originalmente una habitación para invitados, mantiene su mobiliario construido con majagua, una de las maderas preciosas cubanas; también el puf redondo del centro, comprado por el matrimonio en el Cairo y sobre uno de los libreros, una fotografía del Pilar, barómetros, corales secos… entre otras valiosas piezas.
La habitación personal de Hemingway, que fuera también cuarto de trabajo, es una especie de museo personal por los objetos que atesora: los libros, el buró de trabajo donde almacenó gran número de objetos (fotos, dibujos, mapas, insignias capturadas a las tropas alemanas en Francia, la llave de la ciudad de Matanzas, entregada al escritor en 1957, tallas compradas en África…); sus grandes zapatos mocasines de suelas gastadas, los espejuelos de armadura metálica, la colección de dagas nazis, escopetas y cañas de pescar…. También se halla la cama encima de la cual acostumbraba a acumular su correspondencia y, en el lugar de siempre, su máquina de escribir, frente a la cual pasaba largas horas de pie, para dejar esas grandes obras que trascendieron las fronteras del tiempo y el espacio. Todo lo anterior y otros muchos objetos exóticos, constituyen una valiosa atracción para los turistas que llegan a Finca Vigía con el fin de reencontrar o descubrir facetas ocultas del escritor de "Adiós a las Armas" y "El Viejo y el Mar"entre otros muchos relatos y novelas.
Por su parte la torre, construida en 1947, guarda aún muchos de los secretos que la hicieran trascender. Hoy, el primer piso (antes gatera o cuarto de los gatos) constituye un espacio para exposiciones transitorias de obras de afamados artistas de la plástica cubana; la segunda planta era el salón dedicado a la temática de la caza; ahora también a la de pesca, con fotos entre las que se halla Hemingway participando en el torneo internacional de la pesca en 1960, evento que se ha instituido en Cuba desde entonces con el nombre de "Torneo Internacional de la Pesca de la Aguja Ernest Hemingway", como también ha ocurrido con el coloquio internacional que se celebra cada dos años y que lleva su nombre. En el tercer piso se mantienen en exposición objetos preciados por el escritor, entre ellos el charlón, la mesa de escribir y las pinturas, en especial aquella en la que aparece el escritor en su segundo safari a África.
La ceiba, los jardines, la nave Pilar…
Pero la presencia de Hemingway no solo está en la casa, está en la ceiba que preside la entrada, réplica de la que existiera en vida de él y cuyas raíces se negaba a podar hasta poner en peligro la construcción.
Lugar importante en los jardines de Finca Vigía ocupa la nave Pilar, también magnífica réplica de la embarcación original de Hemingway y pieza capital del Museo; la nave le fue donada a la institución por Gregorio Fuentes tras la muerte de su patrón. El deterioro había hecho su obra y, después de ser sometida a varias reparaciones, alcanzó su culminación en el magnífico yate que se encuentra en exposición.
Todo tipo de hortalizas, variedad de flores y plantas, entre ellas 18 variedades de mangos, adornaban los jardines de la finca; muchas de esas especies también se conservan aún. Una zona oculta que guarda interés especial es "el cementerio de los gatos". Se encuentra bajo la puerta del comedor. El de los perros parece haber estado próximo a la piscina, porque el escritor había colocado cuatro lápidas -que han sido restauradas- en el lugar, con los nombres de los perros Blackie, Negrita, Machakos y Black Dog.
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