Los tribunales egipcios se han convertido en una vergonzosa herramienta del poder militar
Un tribunal egipcio acaba de condenar a muerte a 683 personas, la mayoría islamistas, entre ellos el jefe espiritual de los Hermanos Musulmanes, Mohamed Badie, por el ataque a una comisaría hace un año, en el que murió un policía. La siniestra farsa, sustanciada en horas y carente de cualquier elemento asociable a un juicio justo, es repetición de otra similar de marzo, con 529 condenas a la última pena.
La orquestación de la vuelta a la normalidad en Egipto por la vía de las urnas, iniciada con la renuncia al uniforme del exministro de Defensa, es celebrada por las potencias occidentales. Egipto es un país demasiado importante y el retorno del orden, aunque sea de nuevo autoritario, permite dar carpetazo definitivo al golpe militar de julio y la sangrienta represión que le siguió.Es poco probable que se ejecuten muchas de las sentencias (la mayor parte de ellas en ausencia) después de que pasen los filtros legales previstos para la pena capital. Pero su imposición, en vísperas del comienzo de la campaña electoral que debe de culminar este mes con la coronación del general Abdel Fatah al Sisi como nuevo presidente de Egipto, es una clara advertencia e ilustra bien el concepto de transición a la democracia prometida por los militares. Y señala hasta qué punto los tribunales egipcios se han convertido en herramienta descarada de un poder que practica con parecido entusiasmo el encarcelamiento masivo y el exterminio de sus oponentes políticos.
La victoria electoral de Al Sisi parece inevitable. La precede un desatado culto a la personalidad, atizado por medios de comunicación públicos y privados; a su servicio están todos los mecanismos del Estado, las decisivas Fuerzas Armadas y el dinero de Arabia Saudí y los países del Golfo. Los generales egipcios y sus gobiernos de fachada civil han diseñado en menos de un año un marco político que envidiaría el depuesto dictador Hosni Mubarak. Criminalizados los Hermanos Musulmanes, los militares han multiplicado sus poderes, su opacidad y sus privilegios en la nueva Constitución.
Al Sisi es quizá el salvador que desean muchos egipcios, que abominan del islamismo sectario y del caos. Pero aun en traje civil, es imposible no verle como portaestandarte de una contrarrevolución que ha borrado en el más importante país árabe cualquier esperanza de pluralismo y democratización real.
http://elpais.com/elpais/2014/04/30/opinion
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