sábado, 6 de julio de 2013

BREVE ESTUDIO DE DELMIRA AGUSTINI

Por Carmen Goimil Peluffo
crgoimil@gmail.com
Delmira Agustini es una poetisa uruguaya, que nació en 1890 y un martes 7 de julio de 1914, el diario El Día, publica los siguientes titulares:“La tragedia de ayer. Horrible desenlace de un idilio. Amor y muerte. La poetisa Delmira Agustini, víctima de su esposo. Suicidio de éste. Detalles novelescos del drama”.
El parte policial en la 4º Sección Policial decía: “A las 16,20 del día 6 de julio de 1914 el Sr. Germán Da Costa denunció ante las autoridades de la 4º Sección, que momentos antes se habían sentido cuatro disparos en el interior de la pieza que en la finca Nº 1206 de la calle Andes, ocupaba el Sr. Enrique Reyes, de profesión Rematador Público. El Comisario General de Ordenes luego de dar cuenta del hecho al entonces Jefe Político y de Policía, se constituyó en el lugar y al no poder abrir la puerta hace saltar la cerradura y penetra al ambiente. Allí yacía el cuerpo sin vida con dos heridas en la cabeza, lado izquierdo, de la señora Delmira Agustini y Enrique Reyes, su esposo (ya ex esposo) herido en el mismo costado, el que tenía los brazos cruzados y un revólver sobre el pecho”.
Este fue el trágico fin de la poetisa perteneciente a la Generación del 900. Cuando publicó en 1907 “El libro blanco”produjo un sentimiento de estupor y admiración en la sociedad montevideana. Tenía apenas veinte años, carecía de estudios universitarios y había sido su madre, mujer culta, quien la educara según sus severísimos principios. La madre era la personalidad dominante de la familia. Para ella Delmira fue siempre, aún hasta el momento de la tragedia, “La Nena”. Bajo este apodo es que crece y se desarrolla en el seno familiar.
Afirma Clara Silva que en la madre se unieron su natural carácter dominante, absorbente y su amor maternal por “La Nena”, única hija, para determinar su tutela en que la mantuvo sujeta a ella toda la vida, y determinó, a su vez, ese tipo de vida aniñada en que Delmira prolongó hasta el fin una especie de infantilidad paradojal. Vivía, como suele decirse, pegada a la falda de su madre.
Un joven escritor que la visita en su casa a poco de producida la separación conyugal, observa que la actitud de Delmira en presencia de la madre, es distinta que cuando ésta se ausenta, como si ante ésta sintiera una inhibición, una timidez, guardando una fingida compostura convencional.
En la vida es “La Nena”, esa señorita hogareña bajo la tutela de su madre, apartada del mundo, sin amigas, sin concurrir a fiestas ni reuniones que no fueran estrictamente familiares, recibiendo de vez en cuando la visita de algunos escritores que admiraban sus versos, y con un novio simple y reglamentario. En la soledad de su cuarto era donde surgía la otra, la introvertida, la inspirada, la que pensaba y escribía cosas que nada tenían que ver con aquella. Era “La Nena” que se transformaba en la poetisa. Esta doble personalidad se manifiesta desde temprano, separando su vida de su arte.
Sería absurdo pensar que este estado se mantuviera sin provocar un estado de desgarramiento y desequilibrio psíquico, contribuyendo a agravar más ese drama interno de su angustia vital, hasta llegar a la neurosis.
En una carta a Rubén Darío en 1912 le decía: “Yo no sé si usted ha mirado la locura cara a cara y ha luchado con ella en la soledad angustiosa de un espíritu hermético...A mediados de octubre pienso internar mi neurosis en un sanatorio, de donde, bien o mal, saldré en noviembre para casarme. He resuelto arrojarme al abismo medroso del casamiento. No sé: tal vez en el fondo me espera la felicidad. La vida es tan rara!”
En su primer libro, ella sueña que el amor:
“Hablaba el impreciso lenguaje del torrente:era un mar desbordado de locura y de fuego,rodando por la vida como un eterno riego.
 Luego soñélo triste, como un gran sol ponienteQue dobla ante la noche la cabeza de fuego...Y hoy sueño que es vibrante y suave y riente y triste,Que todas las tinieblas y todo el iris viste;Que frágil como un ídolo y eterno como un Dios,Sobre la vida toda su majestad levanta”. 
Este “hoy” expresado en el poema “Amor” se traduce en “Explosión” en una exclamación exaltada:
“Si la vida es amor, bendita sea!Quiero más vida para amar!” 
Es la felicidad ante el descubrimiento del amor, la partida “hacia la noche triste, fría” de su corazón sin amor, ese corazón que, “moría triste y lento” pero que hoy “abre en luz como una flor febea”. Esa explosión, la exaltación, la violencia incontrolable de la expresión de sus sentimientos, de su descubrimiento del amor. Su erotismo, como lo define –alberto Zum Felde, es un constante evadirse de la realidad y del mundo, un ir desesperado tras la forma ideal de su Deseo, el trascender a un trasmundo:
Ah, yo me siento abrir como una rosa!Ven a beber mis mieles soberanas;Yo soy la copa del amor pomposaQue engarzará en tus manos sobrehumanas!Tómala y bebe, que la gloria doraEl idilio de luz de nuestras almas;Marchítense las rosas de mi auroraÁ la sombra indeleble de tus palmas”
La copa del amor
En “Cantos de la mañana”, publicado tres años después, la poetisa alcanza una excepcional maduración interior y expresiva. Por ejemplo, en “Lo inefable”:
“Yo muero extrañamenteno me mata la muerte, no me mata el Amor:muero de un pensamiento mudo como una herida”.
Pero es en “Los cálices vacíos” donde la poesía alcanza su plenitud, su madurez. A este libro pertenecen los poemas “A Eros”, “Visión”, “Fiera de amor”.
La obra y la personalidad de Delmira son una contradicción con respecto al medio social en que nació y vivió, como exiliada. Lo que determinó su carácter, su mentalidad, su poesía, radicaba en el misterio de sí misma. La gloria de sus obras sí fue con ella, pero la felicidad no, porque el amor que acaso ella soñara estaba más allá de la vida. Se casó, pero a las pocas semanas volvía al hogar paterno. No era aquel marido burgués, caballero muy correcto, el hombre para ella. El estaba enamorado de ella, a su modo: él amaba a la mujer que había en ella, pero no podía comprender lo que había dentro de ella y que no era la simple mujer. Así fue que, una vez resuelto el divorcio, la atrajo a una última cita secreta, que era una “emboscada siniestra del destino”. Alberto Zum Felde continúa: “Una tarde de julio de 1914 cundió por la ciudad la noticia de que Delmira había sido hallada en una alcoba de alquiler, muerta de un balazo en la cabeza, junto al cadáver de su marido, que aún apretaba en su mano rígida el arma con que la había ultimado. Su vida fue un meteoro deslumbrante que atravesó el cielo de la poesía, dejando un rastro imborrable de sangre y de fuego”.

Bibliografía
Alberto Zum Felde, “Proceso intelectual del Uruguay”, Librosur- 1985
Clara Silva, “Pasión y gloria de Delmira Agustini”

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