viernes, 19 de julio de 2013

Cartas a Silvina

Autor: Adolfo Bioy Casares

Biarritz, jueves 24 de agosto de 1967

Mi querida: Me desespera que tan sensiblemente reacciones a mis comentarios espontáneos sobre lo que voy sintiendo cada día. Vos me conocés; reflexiono satíricamente sobre lo que me pasa, sobre lo que veo. Esta tendencia es natural en mí, un poco inevitable. Agrega a eso el brusco paso de la vida en la tribu a la soledad. La soledad, en el primer momento, es un poco áspera. Después llega a ser maravillosa. Ya en Le Touquet tuve la impresión de hacer un íntimo y tranquilo balance de todo; la impresión de encontrarme conmigo, después de haberme perdido de vista en el agolpamiento de la vida en Buenos Aires. No imagines que me creo tan agradable como para batir palmas por haberme encontrado; solamente quiero decir que el individuo que había aparecido en los últimos tiempos en Buenos Aires no era el mejor yo (todo es relativo); era una versión impaciente,sentimental, confusa A volver más amargo el fondo de mis primeras cartas contribuía sin duda un hígado al que diariamente azuzaba antes del almuerzo y antes de las comidas con pastillitas de dos acreditados medicamentos. En los días inmediatos a la supresión de los remedios me observaba con alarma; el hígado rápidamente salió del escenario, pero la alergia empezó a molestar; por suerte, poco después, ella también se fue (cuando me preguntaba si debía volver a las pastillas). Ahora estoy sano.
Anteayer, viajé de París a Poitiers; ayer, de Poitiers a Biarritz; te doy mi palabra de que en ningún momento sentí cansancio; tampoco me acordé de la cintura Los caminos no están como en la película Basta la salud; tienen, a mitad de la semana por lo menos, un tráfico escaso, muy tolerable. Vine en viaje de turismo, visitando Chartres, la catedral (no había visto antes una vida de Cristo, sobre la pared del presbiterio, en estatuas dignas del peor escultor italiano del siglo XIX); visitando el castillo de Châteaudun, entre Chartres y Poitiers, palacio e iglesias. Ahora, aquí me tienes, en lo alto de este lujo y comodidad, un poco vertiginoso por los gastos. Si no ahorro en comodidad de vida y en comidas, ahorraré en compras. También me parece un poco loco hacer un telegrama ­un ojo de la cara­ desde cada etapa y llamar por teléfono En la cuenta del Bellman, telegrama y teléfono correspondieron a otra semana de estadía. El Bellman, no caro y simpático, fue en el primer momento (como París, como el viaje) calumniado por mí. Allí supongo que volveré ya reservé cuartos. En cuanto haya decidido el inmediato futuro te avisaré. No dejaré de telegrafiar de los lugares en donde me quedaré más de un día. Perdona algunas vaguedades: el descanso, las decisiones y los planes inflexibles no concuerdan armoniosamente.
La fotografía de Marta me dio un gran placer. Las quiero, las extraño. Ustedes son mi mundo.
Las beso. A.


Biarritz, 25 de agosto de 1967

Mi querida: Estoy leyendo con agrado un libro de Vidas de C.P. Snow; Einstein, contra quien tenía prejuicios, resulta muy simpático. Dice que la dicha es conveniente para la creación; no es romántico; afirma que una persona demasiado interesada en sí misma no puede atendera la realidad ni empezar a entenderla A mí me enconaba instintivamente contra él la circunstancia de que, admitida la relatividad, la ley de la causalidad no regía en lo que es muy chico ni en lo que es muy grande. Parece que esta consecuencia, admitida por todos los físicos, lo contrariaba; decía que para nada Dios jugaba a los dados y murió buscando lo que se designa como la "unificación del campo", es decir una fórmula que restableciera la ley de causa y efecto para todo el universo.
Creo que esta noche veré unos partidos importantes de gran chistera; lo que hace uno cuando deja de ser el de siempre, para convertirse en turista. El toque snob. Mis compañeros de hotel, los duques de Windsor. A Wally Simpson la encontré dos veces; una, venía como yo, con paquetes, del centro. A él lo vi anoche; muy viejito, quizá con artrosis, muy colorado, hablando a gritos con el habano en la boca, con smoking de pantalones más anchos que los de nuestros vecinos los rusos de la calle Posadas. Pasé ayer un día de descanso, no porque estuviera cansado, sino porque no había sol y porque para salir al pays en automóvil me faltaban ganas. Almorcé en L'Escale, al borde de la pileta de la playa La Chambre d'Amour; comí en el hotel.
La salud está impecable, aun en pormenores nimios.
Las abrazo. Las quiero. A.


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