jueves, 11 de julio de 2013

Contracanto a Walt Whitman (Fragmento) - Autor: Pedro Mir

Contracanto a un célebre poema de Walt Whitman publicado en 1855

con el título de "Canto a mí mismo" (Song of myself) que se inicia así:
Yo, Walt Whitman, un cosmo, un hijo de Manhattan..."

Yo,

un hijo del Caribe,
precisamente antillano.
Producto primitivo de una ingenua
criatura borinqueña
y un obrero cubano,
nacido justamente, y pobremente,
en suelo quisqueyano.
Recogido de voces,
lleno de pupilas
que a través de las islas se dilatan,
vengo a hablar a Walt Whitman.
Un cosmos,
un hijo de Manhattan.
Preguntarán
¿quién eres tu?
Comprendo.
Que nadie me pregunte
quien es Walt Whitman.
Irían a sollozar sobre su barba blanca.
Sin embargo,
voy a decir de nuevo quien es Walt Whitman,
un cosmos,
un hijo de Manhattan.

Hubo una vez un territorio puro.

Árboles y terrones sin rubricas ni alambres.
Hubo una vez un territorio sin tacha.
Hace ya muchos años. Mas allá de los padres de los padres
las llanuras jugaban a galopes de búfalos.
Las costas infinitas jugaban a las perlas.
Las rocas desceñían su vientre de diamantes.
Y las lomas jugaban a cabras y gacelas...

Por los claros del bosque la brisa regresaba
cargada de insolencia de ciervos y abedules
Que henchían de simientes los poros de la tarde.
Y era una tierra pura poblada de sorpresa.
Donde un terrón tocaba la semilla
Precipitaba un bosque de dulzura fragante.
Le acometía a veces un frenesí de polen
que exprimían los álamos, los pinos, los abetos,
y enfrascaban en racimos la noche y los paisajes.
Y era minas y bosques y praderas
cundidos de arroyuelos y nubes y animales.

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(¡Oh, Walt Whitman de barba luminosa...!)
Era el ancho Far-West y el Mississippi y las
Montañas
Rocallosas y el Valle de Kentucky
y las selvas de Maine y las colinas de Vermont
y el llano de las costas y más...
Y solamente
faltaban los delirios del hombre y su cabeza.
Solamente faltaban las palabras
mío
penetrara en las minas y las cuevas
y cayera en el surco y besara la Estrella
Polar. Y cada hombre
llevara sobre el pecho,
bajo el brazo, en las pupilas y en los hombros,
su caudaloso yo,
su permanencia
en sí mismo,
y lo volcara por aquel desenfrenado territorio.








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