El artista cubano Tomás Sánchez expone sus fotografías en Madrid
Uno de los artistas latinoamericanos vivos más importantes
La Navidad de 1954 Tomás Sánchez pidió a los Reyes Magos una cámara de fotos Kodak que había visto por seis pesos cubanos. Tenía seis años y el regalo que finalmente llegó a sus manos fue un traje de beisbol. Su primera decepción, pero nunca desistió. Tanto que, casi 60 años después, Notas al paso es la primera exposición de fotografía que Sánchez trae a Madrid. Estará en el centro cultural Casa de Vacas, en el Retiro, hasta el próximo 30 de julio.
Intensas y vivas imágenes de las costas coralinas de Cuba, su ciudad de origen, y las volcánicas de Costa Rica, donde vive ahora. Tomás Sánchez (Aguada de Pasajeros, 1948) emana, produce y huele a paz, a mar, a madera. Solo lleva dos años exponiendo sus fotos, 27 en esta ocasión, pero toda la vida pegado a una cámara. “Desde que me la pude comprar yo con mi dinero, nunca he ido a pasear a la naturaleza sin llevar mi cámara”, relata. Después las archivaba y las contemplaba, por puro placer, como fuente de inspiración. Inspiración para pintar, que es el leitmotiv de la vida de Sánchez: “Miró decía que pintar era un acto vital como respirar. Yo no puedo vivir sin pintar”.
Luego la fotografía se coló en su vida oficialmente. La culpa la tuvo su médico. Hace tres años sufrió un infarto del que se recuperó rápido, en menos de una semana ya había vuelto a pintar. “Tenía que ir a fisioterapia por las tardes, solo trabajaba un rato por la mañana y cuando volvía no tenía ganas de pintar. Me quejaba mucho porque tenía la sensación de que había desaparecido del panorama artístico, no exponía desde 2008”. Rafael Pérez Valdés, cirujano y artista plástico, le recomendó exhibir sus fotos al público como una especia de terapia, le regaló una cámara y le enseñó cómo usar Photoshop. “Aunque nunca me ha hecho mucha falta, no me gusta retocar. Algún recorte y algún cambio en la exposición. Nada más”.
En cada una de las láminas, impregnadas de la ternura de quien pinta desde dentro, se refleja a la vez la fuerza de una imagen única y cambiante. Cada segundo provoca modificaciones en el elemento, por la luz, por el ángulo, incluso por el viento. Al comienzo de la exposición hay un tríptico de una de las islas de Guanacaste, una región de Costa Rica. La leyenda dice que allí todo se mueve: las aves emigran, la gente se marcha, y la tierra cambia. “Vas a una de las playas de la zona. Por la noche se produce un temblor y la costa se mete 200 metros”.
Sánchez imprime a cada una de sus piezas el trasfondo de la transformación continua. Gabriel García Márquez dice que en su obra “la basura del mundo recupera su dignidad de servicio, y su embrujo es tal que llegamos a desear que la realidad llegue a parecerse a lo representado”. La esencia plástica de su vida hace que recupere tradiciones de la pintura clásica, por ejemplo del impresionismo. El mismo objeto desde varios encuadres, momentos. El culto a los estados de la belleza suspendidos en el transcurso mismo del tiempo. El Fraile es un peñón al noroeste de la Habana que siempre impresionó al artista. “A primera hora de la mañana y a última de la tarde lo que cuenta la roca es totalmente diferente”. Por detrás parece una enorme cabeza expresionista. “La foto de la parte trasera del fraile es un homenaje a Antonia Eiriz, una gran pintora cubana, maestra, profesora y amiga hasta que falleció y a la que más le debo mi carrera”.
Eiriz fue un anclaje en la vida personal y artística de Sánchez, su amor y su sensibilidad por la naturaleza y la pintura fue obra de su madre y su abuelo. “Mi familia es de origen humilde, obreros campesinos. Mi madre era pintora naif, ponía mucho amor cada segundo que pintaba. Nos sensibilizó mucho con la naturaleza a mi hermano y a mí. Cada día era casi un ritual caminar hacia la parte trasera del patio de mi casa para ver la puesta de sol”. Su abuelo, horticultor, tenía un jardín y un huerto en casa, y lo impregnó de botánica. “Mis amigos se sorprenden porque manejo más nombres de plantas que de cosas relacionadas con el arte”
La Academia de San Alejandro y la Escuela Nacional de Arte (ENA) de La Habana acogieron a Sánchez durante siete años. Después fue profesor en la ENA hasta que en 1976 tuvo problemas con el gobierno cubano. “Fui sacado de mi cátedra, y marginado durante cuatro años porque me interesaban la meditación y el yoga”. Fue una época dura a la que los intelectuales cubanos llaman el quinquenio gris, “el Estado mismo reconoce que se cometieron grandes errores. Siempre digo que fuera de Cuba me siento de izquierdas y dentro, de derechas”. Se ríe acompasadamente mientras recuerda que las persecuciones por diferencias en las creencias fueron constantes.
“En el 80 gané el Joan Miró de dibujo. Vinieron otros premios y otras menciones y mi trabajo empezó a ser demandado en el mundo del arte”. 79 exposiciones por todo el mundo avalan su nombre. Su vida, empapada de un espiritualismo constante, cabalga entre tres puntos. “Vivo en Costa Rica, pero viajo a Cuba y a Miami constantemente para equilibrar”. Para él la revelación más importante es la unidad de todas las cosas y lo múltiple de la vida. “La cultura cubana es una y diversa. También ideológicamente. La cultura cubana está viva gracias a la confrontación. Cuando no hay posibilidad de diferencias, migra o agoniza. Muere”.
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