martes, 2 de julio de 2013

Las Brontë: Talentosas Víctimas de su época

Por Lily Sosa de Newton
Míster Smíth, importante editor de Londres, quedó sorprendido cuando le anunciaron la visita de Currer y Acton Bell y aparecieron ante su presencia dos tímidas y sencillas muchachas. Eran Charlotte y Ann Brontë, que por primera vez tomaban contacto personal con la editorial que publicara sus libros Jane Eyre y Agnes Grey.
Hasta ese momento Mr. Smith había supuesto que se trataba de hombres, pues así lo infirió de los nombres con que firmaron las obras. Su asombro, pues, no tuvo límites, y a partir de allí se dedicó a agasajar a las jóvenes escritoras, que conocieron los halagos de la popularidad.
¿Cómo habían llegado a ese punto, proviniendo de un medio cerrado y lejano como Haworth, Yorkshire, desde donde proyectarse al mundo era empresa más que imposible? Ellas mismas apenas podían creerlo porque la realidad había ido más allá que sus sueños. Cuando tímidamente enviaron a editores de Londres sus primeras novelas, pocas esperanzas tenían de impresionarlos hasta el punto de que las publicaran, pero el milagro se había producido, sin que ni siquiera el padre, el reverendo Patrick Bronté, se enterara de la historia. Lo más extraordinario era que todos los tratos relativos a la publicación se habían hecho por correspondencia. En cuanto a los nombres, eran los mismos que eligieron para firmar anteriormente un tomito de poesías de las tres, publicado a su costa y que no logró la menor repercusión.
Al probar con las novelas, la suerte cambió. Esos vigorosos relatos, en los que se reflejaban la vida en los páramos y las peripecias de las muchachas que se dedicaban a la enseñanza, causaron fuerte impresión, y aún hoy conmueven por su verismo autobiográfico y lo tajante de sus situaciones y caracteres.
Habían escrito desde niñas. Tanto ellas como su hermano Branwell, excelente pintor que dejó un retrato de las tres hermanas, poseían una imaginación desbordante y una regular cultura, adquirida en el hogar mediante interminables lecturas. El padre ejercía su ministerio en una apartada parroquia y los hijos habían perdido a la madre en la infancia. El lugar, con el cementerio adyacente, era triste y malsano, pero los Brontë volaban hacia el mundo con el pensamiento.
Branwell les dio grandes disgustos por su propensión a la bebida y la droga, su relación con una mujer casada y, su triste final. Ellas se refugiaron en la literatura, atormentadas por una salud precaria, ya que la tuberculosis las llevaría a la tumba en plena juventud. Primero fue Emily, que falleció en 1848. La siguió Ann en 1849 y por fin Charlotte, en 1855, después de haber conocido la dicha matrimonial con un pastor asistente del egoísta padre, que se oponía a la boda. Poco pudo Charlotte disfrutar de ella. Era una familia marcada por la desgracia, pues la enfermedad, que entonces era una sentencia de muerte, había ido diezmándola inexorablemente.
Dejaron las hermanas una obra reducida pero de honda significación por ser producto de la era victoriana y de escritoras sujetas a un medio recóndito y pobre. De Charlotte se conocieron, después de Jane Eyre, Shírley, Villette y El profesor, ésta luego de su muerte. De Ann se publicó The tenant of Wildfeld. La que más resonancia logró, con su singular novela Cumbres borrascosas, fue Emily, que pudo plasmar una trama complicada y trágica, con personajes torturados que recorrieron el mundo en innumerables traducciones y las pantallas de los cines con versiones que intentaban reproducir el clima opresivo de los páramos de Yorkshire y la vida de seres marcados por la dureza del medio.


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