La nostalgia puede pegar muy duro. Tanto, que la expresión en inglés -homesickness- la equipara a una enfermedad.
Si lo sabrá el futbolista español Jesús Navas, quien ha tenido una carrera marcada por una nostalgia tan severa que por ella dejó de jugar para la selección española. Pero Navas no es el único: su condición afecta a un número sorprendente de adultos.
Durante años, el jugador aparecía en forma recurrente en las columnas de chismes del fútbol. En Inglaterra, se especulaba que el extremo pasaría a la Liga Premier inglesa por una gran cantidad de dinero. Pero el lector conocedor siempre lo pondría en duda por una sencilla razón: su melancolía por su casa lo harían imposible.
El deportista ha sufrido por muchos años de una añoranza tan severa que le impedía pasar mucho tiempo fuera de Sevilla, que queda a menos de 30km de su lugar de nacimiento, Los Palacios y Villafranca. Sus ataques de ansiedad lo obligaron a faltar a viajes de entrenamiento y giras de pretemporada.
Ahora se dice que ha superado su melancolía gracias a la terapia. Está por dejar el Sevilla para unirse al Manchester City -en Inglaterra, a más de 2.500km de su ubicación actual- la próxima temporada.
Pero en tiempos donde el trabajo se ha globalizado, hay muchos adultos que todavía sufren por estar lejos de casa.
La nostalgia en adultos está comúnmente asociada a estudiantes que se van de sus casas por primera vez. Investigadores sugieren que en algún momento hasta un 70% la sufre. Aunque en la medida que más personas emigran a grandes ciudades -e incluso a otro lado del planeta- se ha vuelto un sentimiento compartido por muchos.
Pánico, pesadilla e insomnio
El traslado a otro país puede ser sobrecogedor, particularmente si no hablas el idioma. De acuerdo con la psicóloga Caroline Schuster, la añoranza puede tener síntomas similares a la depresión.
Según la experta, en casos extremos puede convertirse en ataques de pánico, y también puede resultar en una exclusión social, falta de sueño, pesadillas y problemas de concentración.
La modelo británica Keisha Narain, de 25 años, se mudó a Nueva York en octubre del año pasado. A pesar de gustarle los viajes y explorar, le fue difícil adaptarse.
"Debido a que me siento sola, me gusta dormir, quedarme en casa y ver programas", cuenta Narain. "No soy muy activa en comparación a como sería en casa".
En los días realmente malos -a principio de año- confesó que con frecuencia se iba a casa a llorar.
Schuster explica que casi cualquier cosa puede desencadenar la añoranza: un olor, un sabor e incluso un color.
Para la voluntaria británica Fiona Watson, quien vive en Argentina, lo que le despierta ansiedad es algo visual. "Ves una imagen e inmediatamente va directo a tu corazón".
"Puede ser de cualquier lugar que haya vivido en Europa, en mi caso (mi nostalgia) es Europa, no un país específico, granjas antiguas en Suiza, fotos de pueblos en el sur de Francia... mercados de frutas y vegetales en París".
De Homero a nuestros días
Si bien Watson puede sentir nostalgia por todo un continente, normalmente ocurre también en escalas más pequeñas.
La gente puede experimentar melancolía por mudarse a otra calle", comenta el psicólogo social Gary Wood. Todo se trata de cómo manejamos el cambio.
Mudarse a lugares nuevos implica tener menos "puntos de anclaje", agrega Wood, y "algunas personas toleran esta ambigüedad (en sus vidas) mejor que otras".
Referencias literarias sobre la añoranza van tan atrás como la Odisea de Homero. Pero la terminología moderna fue acuñada en el siglo XVII para describir el sentimiento de los mercenarios suizos, quienes anhelaban su tierra mientras luchaban en otras partes de Europa.
La demanda por estos hombres habilidosos con la lanza pequeña y su valentía casi suicida era alta. Se dice que se les prohibió que cantaran canciones suizas debido a que la nostalgia los podía abrumar y dejar inútiles.
En el siglo XVII se consideraba la melancolía como una enfermedad peligrosa de la que la gente podía morir, cuenta la doctora Susan Matt, autora de "Nostalgia: una historia americana".
La experta explica que poco a poco llegó a considerarse como algo inmaduro e infantil, no encajaba con la cultura de imperialismo y capitalismo.
Pero Schuster piensa que en los últimos años ha habida una tendencia contraria, que ha hecho que la gente tenga menos miedo hablar de ello.
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