¿ Es en junio o en julio el día del padre?. Lo han de saber los inventores de la fecha. Cuando mi padre murió hace veinte años no existía el día del padre, y desde que está muerto, yo festejo todos los días el día del padre. No le compro regalos, pero converso con el atisbo de sonrisa y la continua duda que hay en el gesto del retrato en que lo busco.
Me pregunto si habrá una edad en que las huérfanas dejen de buscar a su padre. Porque cualquiera está dispuesto a compadecerse de una niña, de una adolescente, hasta de una joven que ha perdido a su padre, pero una cuarentona con la orfandad a cuestas es más patética que conmovedora. No crean ustedes que no lo sé, pero tampoco crean que el saberlo me ha servido de algo.
A veces voy por la calle cantando una canción o jugando con mis hijos a encontrar figuras en las nubes, y de repente ahí están, como en un sueño del que no gozan suficiente, un papá y una hija haciéndole al futuro un guiño al despedirse, un papá que lleva a su hija a comer fuera, una hija que acaricia la nuca de su padre vivo como un tesoro, un papá y una hija que no saben el lujo que es tenerse ni mal sueñan el precipicio de perderse. Tener papá siendo adulto debe ser como andar por la vida bajo un paraguas inmenso, como poder caminar sobre el océano, como haber escrito ya las treinta novelas que me gustaría escribir.
Yo tengo siempre a disposición de mis propios oidos o de quien quiera oirme, una larga serie de cosas que no dije y otra de cosas que no hice por mi padre. Habitualmente me las callo, pero a veces me salen en los momentos más impropios y agobio a la gente que me mira con ganas de no volver a verme, o a gente que pena penas mayores y por lo mismo tiene piedad de mi.
Así me pasa de pronto. Hace poco, en un restorán italiano, mientras tres músicos devastaban "Torna Sorrento", solté mi desconsuelo sobre el spaguetti y aún no me recupero de la vergüenza que les hice pasar a mis escuchas. Sigo entonces: de todo lo que no dije cuando aún se podía, ahora lamento antes que nada no haber dicho:
- Papá, no importa que no seas rico.
- Papá, ya entendí porque no eres rico.
- Papá, cuéntame de la guerra, y de las otras cosas que te duelen.
- Papá, en un tiempo más no tendrás que mantenernos. No cometas la estupidez de morirte, porque el resto será la mejor parte. Será un premio la vida que te falta.
- Papá, tú mismo eres un premio, y yo sé de la fortuna que es tenerte.
Podría seguir, pero no sería justo poner en esta lista las cosas que no dije porque no las sabía o no me habían pasado. Los deudos acabamos sabiendo mucho más de quienes vivieron a nuestro lado cuando ya no podemos conversarlo con ellos. Es más: uno de los primeros modos de establecer algún tipo de conversación con nuestros muertos es buscarlos en el pasado que no les conocimos. Otro es reandar los caminos que fueron suyos y que no compartimos. De esas dos búsquedas he obtenido miles de preguntas, reproches y noticias. Les diré sólo algunas de aquellas con las que he perdido mi tiempo acosando los ojos del inexorable retrato que tengo repetido en algún sitio de casa:
Texto seleccionado del libro "Puerto Libre" Editorial Planeta (1994). Otras publicaciones de Angeles Mastretta, ( Puebla-México 1949): "Arráncame la vida" (1985), "Mujeres de ojos grandes" (1995), "Mal de amores" (1977), "El mundo iluminado" (1998),"Ninguna eternidad como la mia" (1999), "El cielo de los leones" (2004), etc.
Me pregunto si habrá una edad en que las huérfanas dejen de buscar a su padre. Porque cualquiera está dispuesto a compadecerse de una niña, de una adolescente, hasta de una joven que ha perdido a su padre, pero una cuarentona con la orfandad a cuestas es más patética que conmovedora. No crean ustedes que no lo sé, pero tampoco crean que el saberlo me ha servido de algo.
A veces voy por la calle cantando una canción o jugando con mis hijos a encontrar figuras en las nubes, y de repente ahí están, como en un sueño del que no gozan suficiente, un papá y una hija haciéndole al futuro un guiño al despedirse, un papá que lleva a su hija a comer fuera, una hija que acaricia la nuca de su padre vivo como un tesoro, un papá y una hija que no saben el lujo que es tenerse ni mal sueñan el precipicio de perderse. Tener papá siendo adulto debe ser como andar por la vida bajo un paraguas inmenso, como poder caminar sobre el océano, como haber escrito ya las treinta novelas que me gustaría escribir.
Yo tengo siempre a disposición de mis propios oidos o de quien quiera oirme, una larga serie de cosas que no dije y otra de cosas que no hice por mi padre. Habitualmente me las callo, pero a veces me salen en los momentos más impropios y agobio a la gente que me mira con ganas de no volver a verme, o a gente que pena penas mayores y por lo mismo tiene piedad de mi.
Así me pasa de pronto. Hace poco, en un restorán italiano, mientras tres músicos devastaban "Torna Sorrento", solté mi desconsuelo sobre el spaguetti y aún no me recupero de la vergüenza que les hice pasar a mis escuchas. Sigo entonces: de todo lo que no dije cuando aún se podía, ahora lamento antes que nada no haber dicho:
- Papá, no importa que no seas rico.
- Papá, ya entendí porque no eres rico.
- Papá, cuéntame de la guerra, y de las otras cosas que te duelen.
- Papá, en un tiempo más no tendrás que mantenernos. No cometas la estupidez de morirte, porque el resto será la mejor parte. Será un premio la vida que te falta.
- Papá, tú mismo eres un premio, y yo sé de la fortuna que es tenerte.
Podría seguir, pero no sería justo poner en esta lista las cosas que no dije porque no las sabía o no me habían pasado. Los deudos acabamos sabiendo mucho más de quienes vivieron a nuestro lado cuando ya no podemos conversarlo con ellos. Es más: uno de los primeros modos de establecer algún tipo de conversación con nuestros muertos es buscarlos en el pasado que no les conocimos. Otro es reandar los caminos que fueron suyos y que no compartimos. De esas dos búsquedas he obtenido miles de preguntas, reproches y noticias. Les diré sólo algunas de aquellas con las que he perdido mi tiempo acosando los ojos del inexorable retrato que tengo repetido en algún sitio de casa:
Texto seleccionado del libro "Puerto Libre" Editorial Planeta (1994). Otras publicaciones de Angeles Mastretta, ( Puebla-México 1949): "Arráncame la vida" (1985), "Mujeres de ojos grandes" (1995), "Mal de amores" (1977), "El mundo iluminado" (1998),"Ninguna eternidad como la mia" (1999), "El cielo de los leones" (2004), etc.
Muy emotivo !!!!!!
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