El detective Giorgio Bufalini y la muerte de Venecia
(8 de febrero de 1974)
A Carlos Trillo y Horacio Altuna
A Carlos Trillo y Horacio Altuna
Troiani había viajado a Italia más de veinte veces; Kandel, que tenía un excesivo amor por el trabajo, irritaba al brillante Troiani. Cuando yo llegué a la plaza del Panteón quedé tan deslumbrado que le avisé inmediatamente a Troiani que no tenía la menor intención de ponerme a trabajar. Así, mientras Kandel cumplía con su responsabilidad profesional, Troiani y yo caminábamos por Roma, saboreábamos las mejores pastas y gustábamos los vinos más amables. Después empezamos a subir hacia el norte y en Florencia se nos acabaron los viáticos, que eran generosos. La Opinión proveyó otros por cable y seguimos hasta Venecia, donde nos anclamos en la Piazza San Marco.
No quiero menguar la reputación profesional de Troiani: creo que él hizo algunas entrevistas porque habla italiano. También recuerdo que me prestó una enorme tijera con la cual seleccioné los mejores artículos de la prensa italiana para "cocinarlos" a mi manera. Es bueno aclarar, entonces, que el detective Giorgio Bufalini es totalmente apócrifo, lo mismo que sus aventuras. La información es, no obstante, correcta: cuando el suplemento se publicó recibimos una carta de felicitación del primer ministro italiano.
A esa altura, mi situación en La Opinión ya se había vuelto insostenible. El subdirector Enrique Jara, que había llegado con la misión de "limpiar" la redacción, me había declarado la guerra. El diario acentuaba su vertiginoso giro a la derecha. En julio, luego de la gran huelga del personal, el clima se hizo irrespirable. Jara no alcanzó a echarme: me fui antes, dándome por despedido, e inicié un juicio que gané en primera instancia. Luego del golpe de Estado de 1976, la cámara de apelaciones le dio la razón a la empresa.
Tres años más tarde el mismo Jara llevó al general Camps y sus cuerpos especiales hasta la casa de Timerman. El director, que apoyaba a Videla, fue torturado y más tarde expulsado del país. En los careos policiales Jara, acompañado de Ramiro de Casasbellas, denunció a decenas de periodistas--entre ellos yo-- por sostener ideas contrarias a las suyas. El tiempo de la ignominia se había instalado en el país y el diario, intervenido por los militares, fue un instrumento de silencio primero, de propaganda después. Pero los lectores lo abandonaron y tuvo que cerrar.
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