Por Angélica LabradaDesde Tijuana
Nací en la tierra del tequila, la tierra de los machos, la tierra Mexicana. Entre magueyes y nopales nuestra comida y nuestra bebida es tan nuestra.
Necesitamos chile y tortilla para comer, no importa qué, lo importante es hacerlo con el rico sabor nuestro que solo una buena salsa puede darnos.
La comida mexicana es más que nachos y fish tacos como presumen esos jóvenes gringos que llegan de spring-breakers, qué no tienen idea del arte culinario de nuestros ancestros, que jamás entenderán cómo un mexicano puede distinguir entre un buen mole hecho a mano de uno que no lo es.
Nuestro sentimiento es tan nuestro, añoramos la patria cuando estamos lejos, y matamos por unas buenas tortillas si estamos en el otro extremo del continente.
Acompañamos nuestras tristezas y nuestras alegrías con el jugo de agave que tantos extranjeros no respetan. Un buen tequila hasta en el peor de los resfriados nos hace sentir mucho mejor. Causante de las peores resacas de muchos, de los irrespetuosos que creen que pueden resistirlo como si fuera cerveza. Tendrían que ser mexicanos para entender que no es toda la botella y no es para todos, incluso no para todos los que somos de por acá.
Un buen tequila, mi canción de José Alfredo de fondo y mi mente en aquél año en que tantas tristezas como alegrías viví es mi escenario perfecto de un buen momento.
Me pregunto si cada país puede diferenciar su cocina buena de la cocina que se presume de ellos mismos y que se elabora a kilómetros de allí. Alguna vez tuve a bien discutir en un restaurante londinense un guacamole que no era guacamole y en un restaurante de comida michoacana en Estados Unidos unas carnitas de puerco cocinadas al más puro gringo-style…
Nada como ser mexicano para comer y beber a la mexicana, con nopales, salsa, frijoles, tortillas y un buen tequila, compartir la mesa con familiares, amigos, y de fondo un buen mariachi…
Necesitamos chile y tortilla para comer, no importa qué, lo importante es hacerlo con el rico sabor nuestro que solo una buena salsa puede darnos.
La comida mexicana es más que nachos y fish tacos como presumen esos jóvenes gringos que llegan de spring-breakers, qué no tienen idea del arte culinario de nuestros ancestros, que jamás entenderán cómo un mexicano puede distinguir entre un buen mole hecho a mano de uno que no lo es.
Nuestro sentimiento es tan nuestro, añoramos la patria cuando estamos lejos, y matamos por unas buenas tortillas si estamos en el otro extremo del continente.
Acompañamos nuestras tristezas y nuestras alegrías con el jugo de agave que tantos extranjeros no respetan. Un buen tequila hasta en el peor de los resfriados nos hace sentir mucho mejor. Causante de las peores resacas de muchos, de los irrespetuosos que creen que pueden resistirlo como si fuera cerveza. Tendrían que ser mexicanos para entender que no es toda la botella y no es para todos, incluso no para todos los que somos de por acá.
Un buen tequila, mi canción de José Alfredo de fondo y mi mente en aquél año en que tantas tristezas como alegrías viví es mi escenario perfecto de un buen momento.
Me pregunto si cada país puede diferenciar su cocina buena de la cocina que se presume de ellos mismos y que se elabora a kilómetros de allí. Alguna vez tuve a bien discutir en un restaurante londinense un guacamole que no era guacamole y en un restaurante de comida michoacana en Estados Unidos unas carnitas de puerco cocinadas al más puro gringo-style…
Nada como ser mexicano para comer y beber a la mexicana, con nopales, salsa, frijoles, tortillas y un buen tequila, compartir la mesa con familiares, amigos, y de fondo un buen mariachi…
Comer es un placer, y el mexicano lo vive y lo disfruta cada vez, en cada mesa, en cada taco, con cada chile que siempre hace de su comida la comida más perfecta de todas.
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