La mandataria de Argentina nombró ministro de Economía al hombre que diseñó la expropiación de YPF
Una mandataria de sonrisa ancha y mano firme. Ésa es la Cristina Fernández que retomó la presidencia de Argentina el lunes tras seis semanas de convalecencia. Sonrisa para explayarse sobre cuestiones banales en un vídeo de casi siete minutos, después de haber descabezado a cuatro altos cargos de su Gobierno. Sonrisa para fingir espontaneidad en su mensaje grabado –“¿Ahora sí?”, le preguntaba a su hija Florencia, que filmaba, “¿Es esta cámara la que tengo que mirar o la tuya?”-. Y sonrisa para no mencionar los malos resultados de las legislativas del 27 de octubre, el fallo de la Corte Suprema que declaró constitucional la Ley de Medios o la reforma de Gabinete que acababa de firmar. Ni siquiera informó sobre cómo se produjo el golpe en la cabeza que le ocasionó un hematoma en el cráneo. Pero Fernández ha sabido dar muestras de mano firme al ordenar unos cambios que serán decisivos en los dos años que le restan de mandato.
Con estos cambios Fernández contenta por un lado a sus seguidores más jóvenes, organizados en la asociación La Cámpora, que lidera su hijo Máximo Kirchner. Y por otro satisface al peronismo tradicional, representado por los gobernadores de las provincias donde gobierna el oficialismo. A estos les otorga el nombramiento de uno de los suyos, el gobernador de la provincia norteña del Chaco, Jorge Capitanich, de 48 años, como Jefe de Gabinete. Y a los más jóvenes les guiña con el nombramiento de Axel Kicillof, de 42 años, como ministro de Economía.
Kicillof es el profesor de Economía que impulsó en abril de 2012 la expropiación a Repsol del 51% de sus acciones en YPF. Su cargo oficial era desde 2011 hasta el lunes el de secretario de Estado de Economía. Y su jefe inmediato era el ministro Hernán Lorenzino, el mismo que en abril respondió que se quería ir cuando una periodista griega le preguntó cuál era la cifra exacta de la inflación. Cristina Fernández le ha concedido a Lorenzino un retiro dorado como embajador ante la Unión Europea, aunque lo mantiene a la cabeza de un equipo para renegociar la deuda argentina.
Se fue Lorenzino pero la inflación sigue ahí. La oficial –a la que nadie le ofrece ninguna credibilidad- se sitúa en el 10% y las que ofrecen las consultoras privadas en el 25%. Será Kicillof quien tenga que abordarla. Y también deberá abordar la sangría de dólares que cada mes se escapan del Banco Central. Fue esa escasez de dólares la que llevó al equipo económico el pasado mayo a aprobar una amnistía fiscal para los evasores de divisas. La operación fue un completo fracaso. El Gobierno pretendía atraer 4.000 millones de dólares desde el exterior (2.950 millones de euros) y sólo consiguió 379 millones (279 millones de euros). Falló la confianza en el Gobierno. Y el nombramiento de Kicillof no parece desatar la euforia en los mercados. El índice de la bolsa de Buenos Aires bajó el martes un 5%.
Kicillof, por fin, podrá ejercer con todos los honores las funciones de ministro que ya venía ejerciendo. Hace casi dos años, durante las negociaciones con los directivos de Repsol, era Kicillof el que llevaba la voz cantante. Un testigo de aquellas conversaciones recordaba: “Los ministros hablaban pensando en lo que él le contaría después a la presidenta. A diferencia de otros, él sí que tenía acceso directo a ella. Parecía como si se hubiera escapado de una asamblea universitaria. Sus opiniones sobre la empresa privada eran muy dogmáticas. Pero era el único que parecía creerse lo que decía”.
Y lo que creía entonces Kicillof es lo que sigue creyendo ahora: que el Estado es el gran medio para intervenir en la economía en defensa de los más desfavorecidos. Lo cual no quiere decir que el nuevo ministro de Economía no sepa adaptarse a las circunstancias cuando las circunstancias dejan pocas escapatorias. De la misma manera que Cristina Fernández tardó 48 horas en reconciliarse con Jorge Bergoglio cuando fue elegido papa, de la mismas forma queFernández dio marcha atrás en algunas de sus políticas más emblemáticas cuando se veía venir el descalabro electoral del 27 de octubre, Kicillof también tiene más cintura de la que aparenta.
Antes de llegar al Gobierno, cuando era un profesor de la Universidad de Buenos Aires ajeno al uso de las corbatas, combatía el falseamiento de la inflación por parte del Gobierno kirchnerista y llegó a escribir en uninforme de 2008: “Como es de público conocimiento, a partir de la intervención política del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) en enero de 2007, las estadísticas oficiales han perdido toda credibilidad”. Al año siguiente Kicillof fue incorporado al Gobierno, siguió sin vestir corbatas pero jamás volvió a criticar en público la manipulación de las cifras.
El otro gran nombramiento de Cristina Fernández también presenta una cintura política a prueba de cambios vertiginosos. El gobernador del Chaco, Jorge Capitanich, quien sucede a Juan Manuel Abal Medina como Jefe de Gabinete, es un peronista de 48 años a la vieja usanza. Supo ser menemista con Carlos Menem, duhaldista con Eduardo Duhalde (2002-2003), con el que ya fue Jefe de Gabinete. Y ahora pasa por uno de los políticos más leales a Cristina Fernández. Además, ha sido elogiado por una buena parte de la oposición, que lo ve como un político serio y de formación económica sólida. Dentro del peronismo se le ve como un hombre de centro izquierda, espíritu dialogante y éxito electoral contrastado. O sea: una de las opciones más consistentes para suceder a Cristina Fernández dentro del oficialismo.
Los resultados de las legislativas del 27 de octubre apartaron a Fernández del baile para las presidenciales de 2015. Quedó claro que no ya no podría contar con la mayoría de dos tercios necesarias para aspirar a un tercer mandato. Capitanich puede ser un posible heredero y cuenta ahora con un escaparate inmejorable para darse a conocer en el país.
El cargo de Jefe de Gabinete está bastante desprestigiado, ya que la presidenta nunca otorgó a Abal Medina el poder necesario para imponerse al resto de ministros. Pero las cosas podrían cambiar a partir de ahora. Sobre todo, si el estado de salud de Fernández le lleva a delegar más en su equipo. De momento, aunque hay vuelto con la sonrisa ancha y un ritmo mucho más pausado, no cabe duda de que la que manda es ella.
FRANCISCO PEREGIL Buenos Aires
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